“Así crecía y prevalecía poderosamente la palabra del Señor.” (Hechos 19:20)

¿Te has dado cuenta de que todo el mundo busca lo más poderoso? Lo vemos en los anuncios comerciales. Los fabricantes de camiones declaran que su motor ofrece la máxima potencia en su clase. ¡Nunca he visto un anuncio que declare, “Le ofrecemos el motor más débil del mercado”!

Y ¡los detergentes! ¿Te has puesto alguna vez a leer lo que dicen los detergentes? ¡Casi parecen armas nucleares! “Explota las manchas.” ¡Parece que dejaría hoyos en la ropa! “Arranca la grasa.” ¡Espero que no se escape del fregadero! Pero nunca he visto un detergente que diga: “El más débil.” ¡Todos declaran que son los más poderosos!

Lo mismo se puede decir de la religión. Cuando se trata de la fe, todos buscan al más poderoso. Quieren encontrar al hechicero, a la imagen o al dios de más poder que pueda hacer grandes milagros. Siempre ha sido así. Pero es importante comprender cómo funciona el poder espiritual, el verdadero poder.

Hoy vamos a escuchar la historia de algunos eventos que sucedieron durante el tiempo que pasó el apóstol Pablo en la ciudad de Efeso. Esta ciudad era un centro de poder. Se conocía por los hechizos y encantos que allí se producían. También había una imagen muy venerada de la diosa Diana a la que muchos acudían. El apóstol Pablo llegó a este lugar y valientemente proclamó el verdadero poder, el poder de Jesús.

Empezó en la sinagoga, el lugar donde se reunían los judíos. Durante tres meses les explicaba las Escrituras acerca del reino de Dios, mostrando que se cumplían en Jesucristo. Tristemente, muchos se negaron a creer, y se opusieron a lo que Pablo predicaba. Por lo tanto, él se alejó de la sinagoga y empezó a enseñar en el salón de un maestro llamado Tirano.

¿Te puedes imaginar a un maestro llamado Tirano? ¡Quién sabe si sus padres le pusieron ese nombre, o si sus alumnos lo hicieron! Parece ser que Tirano dejaba de usar su salón durante las horas más calurosas del día, y Pablo lo alquilaba para enseñar allí a los creyentes.

Durante dos años, Pablo siguió enseñando la Palabra en este salón, y muchos llegaron a escuchar la Palabra – tanto judíos como griegos. Durante este tiempo, Dios hacía milagros extraordinarios por medio de Pablo. Incluso la gente se llevaba los pañuelos y mandiles que él usaba mientras trabajaba, y Dios los usaba para curar a los enfermos y librar a los endemoniados.

Leamos esta historia en Hechos 19:8-12:

Y entrando Pablo en la sinagoga, habló con denuedo por espacio de tres meses, discutiendo y persuadiendo acerca del reino de Dios. Pero endureciéndose algunos y no creyendo, maldiciendo el Camino delante de la multitud, se apartó Pablo de ellos y separó a los discípulos, discutiendo cada día en la escuela de uno llamado Tiranno. Así continuó por espacio de dos años, de manera que todos los que habitaban en Asia, judíos y griegos, oyeron la palabra del Señor Jesús. Y hacía Dios milagros extraordinarios por mano de Pablo, de tal manera que aún se llevaban a los enfermos los paños o delantales de su cuerpo, y las enfermedades se iban de ellos, y los espíritus malos salían.

Aquí vemos una gran manifestación del poder de Dios. Las enfermedades se curaban, incluso a la distancia, y los demonios tenían que huir. ¡Nuestro Dios es poderoso! No es un dios débil o ineficaz. Es poderoso, y Él se manifiesta cuando quiere.

Pero nos damos cuenta de algo muy importante aquí: el poder de Dios se presenta cuando se proclama su Palabra. La razón por la que Dios se manifestaba tan poderosamente en el ministerio de Pablo era para respaldar la Palabra que él predicaba. No era simplemente para entretener a la gente, o para que Pablo pudiera ganar dinero. Era para que las personas creyeran el mensaje de salvación acerca de Jesús que Pablo proclamaba, y así recibieran el perdón de sus pecados.

A veces las personas se acercan a la Iglesia porque tienen alguna necesidad, y quieren que el poder de Dios se manifieste en sus vidas. Esto no está mal. Nuestro Dios es muy poderoso. Pero El no obra para nuestra conveniencia, sino para que creamos su Palabra. Puede ser que veamos el poder de Dios; que veamos la sanidad o algún otro milagro. Pero si luego nos alejamos, en lugar de confiar en la Palabra de Dios y entregarnos a El, terminaremos peor de lo que empezamos.

También debemos notar que los milagros que Dios hacía a través de Pablo eran “extraordinarios”, según la Palabra que usa la Biblia para describirlos. Algo extraordinario es algo que normalmente no sucede. Por lo tanto, no debemos tomar esto como modelo o ejemplo de lo que siempre sucederá.

No vayan a querer recoger los pañuelos de los pastores, apóstoles, sacerdotes u otros para tratar de usarlos para curar a los enfermos. Y si algún predicador en la televisión te promete mandarte un pañuelo bendecido a cambio de un pequeño donativo, ¡no le prestes atención! Lo que Dios hizo en esta ocasión con los pañuelos y mandiles de Pablo fue algo fuera de lo normal.

Dios manifestó su poder para que las personas pudieran creer en Jesucristo, y El sigue deseando que hagamos lo mismo. Sin embargo, había algunas personas presentes que deseaban usar este poder para sus propios fines. Eran unos judíos que tenían como negocio expulsar demonios. Se dieron cuenta de que Pablo podía expulsar demonios en el nombre de Jesús, así que decidieron hacer lo mismo. Les decían a los demonios: “¡En el nombre de Jesús, a quien Pablo predica, les ordeno que salgan!”

Un día, el demonio que trataban de expulsar les respondió: “Conozco a Jesús, y sé quién es Pablo, pero ustedes ¿quiénes son?” Y el hombre endemoniado se abalanzó sobre los supuestos exorcistas y los maltrató tanto que huyeron desnudos y sangrando. Leamos esta historia en Hechos 19:13-16:

Pero algunos de los judíos, exorcistas ambulantes, intentaron invocar el nombre del Señor Jesús sobre los que tenían espíritus malos, diciendo: Os conjuro por Jesús, el que predica Pablo. Había siete hijos de un tal Esceva, judío, jefe de los sacerdotes, que hacían esto. Pero respondiendo el espíritu malo, dijo: A Jesús conozco, y sé quién es Pablo; pero vosotros, ¿quiénes sois? Y el hombre en quien estaba el espíritu malo, saltando sobre ellos y dominándolos, pudo más que ellos, de tal manera que huyeron de aquella casa desnudos y heridos.

Aquí aprendemos algo muy importante: el poder de Dios no se manifiesta por manipulación. El nombre de Jesús no es una palabra mágica, un abracadabra, que podemos usar para conseguir lo que queremos. No es un encanto o hechizo. Su poder sólo lo descubren los que creen en El, los que se han sometido a El como Señor y Rey exclusivo de sus vidas.

Tratar de usar el nombre de Jesús sin conocerlo a El no funciona. Sería como levantar el auricular del teléfono y, sin marcar ningún número, empezar a hablarle a un familiar en otro país. ¿Nos podrá escuchar? ¡Claro que no! No existe ninguna conexión, si no hemos marcado el número.

Del mismo modo, si no nos hemos comprometido con Jesucristo, si no confiamos en El ni lo estamos siguiendo, no tenemos ningún derecho al poder de su nombre. La fe verdadera hace la conexión. Tampoco podemos simplemente sumar a Jesús a todos los otros poderes que invocamos. Es sólo El, o no es nada. Jesús no acepta ser simplemente uno entre muchos.

Cuando se llegó a saber la noticia de lo que había sucedido con estos supuestos exorcistas, el nombre de Jesús fue glorificado. La gente llegó a tener un temor sano de Dios. Muchos de los nuevos creyentes se dieron cuenta de que tenían que deshacerse de cualquier recuerdo de su vida pasada, de cualquier cosa que no glorificara a Jesucristo.

Muchos de ellos tenían libros de hechicería con encantos mágicos y conjuros supuestamente poderosos, pero se dieron cuenta de que no los podían conservar y, al mismo tiempo, seguir a Jesús. Se reunieron los creyentes para hacer una gran fogata con sus libros de magia, que eran de gran valor. Su valor hoy se calcularía en los cientos de miles de dólares. Cuando los creyentes decidieron deshacerse de sus libros de magia, el poder de Dios se manifestó y muchos creyeron.

Leamos de esto en Hechos 19:17-20:

Y esto fue notorio a todos los que habitaban en Efeso, así judíos como griegos; y tuvieron temor todos ellos, y era magnificado el nombre del Señor Jesús. Y muchos de los que habían creído venían, confesando y dando cuenta de sus hechos. Asimismo, muchos de los que habían practicado la magia trajeron los libros y los quemaron delante de todos; y hecha la cuenta de su precio, hallaron que era cincuenta mil piezas de plata. Así crecía y prevalecía poderosamente la palabra del Señor.

Aquí vemos que el poder de Dios produce la purificación. Cuando comprendemos quién es Dios, nos damos cuenta de que no necesitamos nada más. Tratar de usar otras cosas lo ofende a El, y tenemos que deshacernos de ellos.

Imagina que llevaras tu carro al mecánico. Cuando llegas al taller, te bajas del carro con otra persona y le empiezas a decir al mecánico lo que está pasando. El mecánico te escucha, pero al rato te pregunta: “¿Quién es la persona que te acompaña?” Tú le respondes: “Es mi otro mecánico. Lo traje nada más por si acaso.”

¿Cómo crees que va a responder tu mecánico? Si es como el mío, ¡se ofenderá! “Si no me tienes confianza, ¡búscate otro mecánico!” – dirá. Dios también se ofende cuando no le tenemos confianza y queremos buscar también la ayuda de otros poderes. Cuando llegamos a conocer a Jesucristo de verdad, confiaremos sólo en El y quitaremos de nuestra vida cualquier otra clase de poder espiritual.

Los de Efeso mostraron su verdadero arrepentimiento y la realidad de su fe en Jesucristo quemando sus libros de magia, en lugar de tratar de venderlos y sacar alguna ganancia. Ellos reconocieron que debían rechazarlos por completo. Es interesante que nadie se lo tuvo que decir. Ellos no lo hicieron obligados, sino porque sus corazones estaban arrepentidos.

Confía en Jesucristo. No trates de sumar la fe en Jesús a otras cosas. No seas como la espiritista que usa la Biblia como fetiche, pero nunca la lee. No busques frases mágicas para conseguir lo que quieres, sino más bien entrega tu vida en las manos de Jesucristo. Reconócelo a El como Rey y Señor de tu vida, y confía sólo en El.

Con su poder, El venció al diablo y la muerte. ¿A quién más necesitamos? ¡Jesucristo es suficiente! Solo El tiene “El Verdadero Poder”.

Dios les bendiga

Denis A. Urbina Romero
Licenciado en Ministerio Pastoral
Email: daurbinar@gmail.com

 

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