Por: SEGISFREDO INFANTE

            Nadie tiene claridad suficiente acerca de los caminos que debiéramos transitar hacia el futuro. Ni siquiera hacia el futuro inmediato. No digamos en el futuro de largo plazo, en los contextos de cada pequeña subregión. Las respuestas, en el mejor de los casos, tienden a ser bastante enigmáticas. Y por debajo de los puentes de transición emergen los viejos y los nuevos dogmatismos, a veces cuajados de rigidez, cólera y pedantería. En el peor de los casos con respuestas absolutamente caóticas, como productos de la malacrianza, de la improvisación, de las vidas confusas, de las actitudes anárquicas, de la ausencia de lecturas sosegadas, del oportunismo pedante y a veces producto de una extraña locura. Coexistimos en una época en que las cosas más graves del mundo son manejadas con los pálpitos de cada día, según las pesadillas de la noche anterior; o con aquella arrogancia hermanada de la locura irrespetuosa, en un contexto en que se pone en peligro innecesario la vida de los demás, tanto de países grandes como de países pequeños. Un escrutinio histórico y filosófico posterior de los hechos multiláteros (nunca de las ligeras interpretaciones nietzscheanas) podría venir a confirmar mis conjeturas.

            La lógica, la mesura y el sosiego parecieran haber sido expulsados de los pacientes recodos de la vida social. Cada político de coyuntura se cree más listo que los demás, con capacidad de colocar toda clase de minas explosivas (al prójimo) en el camino que se piensa recorrer anticipadamente. No les pasa por la mente, a estos políticos de coyuntura, que la política es una ciencia estadística y es un arte que comenzó a fraguarse en la Antigua Grecia, en el seno de la “polis” o “civilidad”, con el fin premonitorio de alcanzar el bien de las mayorías y el respeto de las minorías. Y varios siglos más tarde reapareció, con carta de ciudadanía, en las metrópolis renacentistas católicas del norte de Italia. Sobre todo a partir de la “Ilustración” europea, con los grandes zigzagueos y tragedias en el siglo veinte.  

            Nuestro siglo veintiuno pareciera un mar de confusiones, en tanto en cuanto han desaparecido los deslindamientos conceptuales básicos, marginando algunos valores morales claves de la “Civilización Judeo-Cristiana Occidental”. Una de esas confusiones peligrosas es que muchos teóricos actuales, incluso de renombre internacional, no saben distinguir para nada entre “liberalismo” y “neoliberalismo”, con lo cual pervierten, desprestigian y socavan las bases del liberalismo democrático tradicional. De hecho los liberales se están quedando sin banderas teóricas y prácticas, entre otros motivos porque han abandonado las lecturas serias, sobrias y sosegadas. Con una facilidad asombrosa varios “liberales” se pasan a las filas del neoliberalismo. O, por el contrario, muchos se pasan a las filas de un anarquismo neopopulista que nunca terminan de asimilar.  

Por otro lado, los teóricos más enojados nunca logran deslindar los conceptos de “marxismo-leninismo” respecto de los conceptos de “anarquismo libertario”, “populismo”, “socialdemocracia” y neopopulismo. Ellos creen que son la misma cosa. Para utilizar una vieja frase que se estilaba en los trapiches de los pueblos del interior de Honduras, bien podríamos afirmar que las supuestas concepciones políticas actuales parecieran una completa cachaza (o mezcolanza) sin ninguna taza de jugo de caña de azúcar. Todo es un menjurje. Una confusión ideológica. Para beneficio de los teóricos superficiales, de los “outsider” y beneficio de los oportunistas anárquicos, que nada saben del anarquismo teórico del siglo diecinueve. ¿Y el socialcristianismo? Muy bien, gracias. ¿Y el capitalismo de tercera vía? A la espera de mejores tiempos.

En el patio hondureño una de las confusiones más recientes se mezcla con el novedoso tema de las “reformas electorales”, que es una especie de cachaza en donde todos piensan sacar una cucharada de jugo para grupitos más o menos localizados. Dudo mucho que sea para beneficio de la democracia, de la paz y de los intereses de las mayorías. Es curioso que en estos tiempos de excesiva información pero también de alta confusión humana, algunos amigos extranjeros pretendan utilizar a Honduras como laboratorio para balancear las posibilidades reales que los neopopulistas alcancen el poder, cuyos dirigentes jamás abandonan, por principio de cuentas, los eternos tinglados de sus beneficios burocráticos. Patrocinan experimentos seudodemocráticos, en Honduras, que en los hechos son infuncionales, tal como se ha demostrado en sus países de origen. O, por el contrario, son desestabilizadores con gobiernos demasiado transitorios. En todo caso el pueblo hondureño nada sabe de las susodichas “reformas electorales”.

He aquí que en el horizonte nacional y mundial se perciben unos gigantescos signos de interrogación en casi todos los terrenos de la vida. Signos que son adoptados con ausencia de serenidad pensante. Comprendo, desde hace muchos años, que estos artículos de los jueves incomodan tanto a los neoliberales como a los neopopulistas. Mi formación intelectual, histórico-filosófica, me impide instalarme en los extremos.

Tegucigalpa, MDC, 28 de julio del año 2019. (Publicado en el diario “La Tribuna” de Tegucigalpa, el jueves 01 de agosto de 2019, Pág. Cinco).

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1 Comentario

  1. Fue un honor conocer y conversar el otro día con el Doctor Segisfredo Infante. Este artículo es refrescante al estilo lúcido y práctico de leer del Doctor Infante: Un orgullo nacional, si tuviéramos 100 Segisfredo Infante en esta Honduras tan seca intelectualmente tendríamos al menos un poco de esperanza.
    Alex Villela Franco.
    Abogado y Notario.
    Escritor de Micro Cuentos.

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