Pero Jesús llamó a los niños y dijo: “Dejen que los niños vengan a mí, y no se lo impidan, porque el reino de Dios es de quienes son como ellos.”

Lucas 18:16

Dos hombres hablaban acerca de la instrucción en la fe de los niños. Uno de ellos le dijo al otro que, a su manera de pensar, no había que darle ninguna clase de instrucción religiosa a los niños. Según él, la mente del niño debía seguir su propia inclinación. Cuando fuera grande, podría decidir si quería escoger alguna religión o no.

El otro hombre no le contestó nada. Al rato, sin embargo, le preguntó al primero si deseaba ver su jardín. Lo llevó a un campo baldío, todo enmontado. “¿Qué te parece mi jardín?” – le preguntó al primero. Este le contestó: “¡Esto no es un jardín! ¡Aquí no hay más que mala hierba!”

Su compañero le dijo: “Es que yo no quería impedir la libre expresión de mi jardín. Simplemente le di la oportunidad de escoger su propia dirección.” ¡Qué comparación más acertada! Como un terreno baldío, nuestra inclinación natural es hacia el desorden y la vanidad. Cada ser humano necesita dirección y disciplina para desarrollar su máximo potencial.

¿Qué habrá pensado Jesús al respecto? La Biblia nos lo dice. En cierta ocasión, algunos padres quisieron llevar sus bebés a Jesús para que los tocara y los bendijera. Los discípulos de Jesús, al ver que se acercaban estos padres, comenzaron a regañarles. “¿Cómo se les ocurre molestar al maestro con esos mocosos? ¡Váyanse ya!”

Pero Jesús llamó a los niños y dijo: “¡Dejen que los niños vengan a mí! ¡No les pongan ningún estorbo! El reino de Dios les pertenece a los que son como estos niños. De hecho, cualquier persona que no recibe el reino de Dios como un niño jamás logrará entrar en él.”

Este evento impactó tanto a los discípulos que tres de los cuatro evangelistas – Mateo, Marcos y Lucas – lo relatan. Veamos en Lucas 18, y leamos los versos 15 al 17:

También le llevaban niños pequeños a Jesús para que los tocara. Al ver esto, los discípulos reprendían a quienes los llevaban. Pero Jesús llamó a los niños y dijo: “Dejen que los niños vengan a mí, y no se lo impidan, porque el reino de Dios es de quienes son como ellos. Les aseguro que el que no reciba el reino de Dios como un niño, de ninguna manera entrará en él”.

En estos versículos escuchamos el llamado de Jesús. Él no se queda callado para no ofender a sus discípulos. Más bien, los contradice para llamar a los niños a que se acerquen a Él. El llamado que Jesús hace es un doble llamado, y vamos a pensar en las dos partes de su llamado.

Primeramente, Jesús llama a los niños a acercarse a Él. Su deseo es que, desde su infancia, reciban su bendición. Quiere que aprendan de Él, que lo conozcan, que sepan que los ama y que tiene un propósito para sus vidas. Jesús todavía está llamando a los niños a que se acerquen a Él.

Considera la escena que nos presenta Lucas. Aquí está Jesús, sentado como maestro en la posición de autoridad. Allá están los padres, anhelando que sus pequeños reciban la bendición de Jesús. En medio se encuentran los discípulos, bloqueando el acceso a Jesús. Me pregunto: ¿cuántas veces seremos nosotros como aquellos discípulos?

Jesús quiere que los niños se acerquen a Él, pero nosotros podemos impedirles el paso. A veces se lo impedimos por lo que hacemos, y a veces se lo impedimos por lo que no hacemos. Cuando les damos un mal ejemplo a los niños, servimos de impedimento para que se acerquen al Señor. ¡Considera lo que les enseñas con tu vida a tus hijos!

Muchos adultos aún viven con las secuelas del mal ejemplo de sus padres. Si quieres que tus hijos se acerquen a Jesús, tienes que acercarte tú también. No es cuestión de ser perfecto; es cuestión de ser sincero, de reconocer tus errores y mostrar una fe que nace del corazón.

También estorbamos a los niños por lo que no hacemos. Una de las cosas más importantes que podemos hacer para abrirles paso hacia Jesús es orar por ellos. La oración de los padres trae gran bendición a la vida de sus hijos. ¿Cuánto tiempo pasa en oración por sus hijos? ¿Les tapas el camino con tu falta de oración?

Igualmente, si no enseñamos a los niños acerca de Jesús, les servimos de tropiezo. A nuestros hijos les enseñamos buenos modales, para que no nos hagan pasar vergüenza delante de otras personas. Les enseñamos a cepillarse los dientes, a amarrarse los zapatos y muchas otras cosas que necesitan para poder vivir bien. ¿Cómo, entonces, dejaremos de enseñarles acerca de Dios, si es lo que más necesitan para vivir?

Pero algunos dicen: “No quiero ser muy rígido con mi hijo. No lo quiero obligar a ir a la Iglesia, o a orar conmigo en la casa, porque luego se va a resentir.” ¡Qué extraño! No decimos esto sobre ningún otro asunto. ¿Quién dice: “¿No quiero obligar a mis hijos a ir a la escuela, porque cuando sean grandes, quizás ya no quieran leer”? ¡Nadie! O ¿quién dice: “¿No quiero obligar a mis hijos a decirme la verdad, porque quizás cuando sean grandes, lo rechacen y prefieran mentir”? ¡Nadie!

Pero de algún modo hemos creído esta mentira de Satanás, de que no debemos inculcarles valores espirituales a nuestros hijos. Si no traemos a nuestros hijos a la escuela dominical, pero sí los mandamos a la escuela pública, estamos declarando con eso que la fe no es importante. Les estamos cerrando el camino a Jesús. Jesús está llamando a los niños. ¿Los llevamos a Él, o les cerramos el camino?

Jesús llama a los niños porque los ama. Pero también los pone de ejemplo. De hecho, Jesús llama a todos a acercarse a Él como niños. Esta es la segunda parte del llamado de Jesús. El declara que sólo podremos entrar al reino de Dios si nos hacemos como niños.

En muchos restaurantes y otros lugares con una sección de juegos para niños hay una línea a cierta altura. Al lado de la línea dice algo así: “Sólo puedes entrar a los juegos si mides menos de esta línea.” Los juegos no están hechos para jóvenes o adultos, y la línea sirve para asegurar que no se meta alguien a los juegos que perjudicará su propio bienestar o el de otros.

Imagínate también que hay una línea a la entrada del cielo que dice: “Sólo puedes entrar a este lugar si te has humillado por debajo de esta línea.” Jesús no nos está llamando a balbucear o a ensuciarnos los pañales si queremos entrar al reino de Dios. Más bien, se refiere a las actitudes que tenemos en el corazón.

Conforme vamos creciendo, comenzamos a adoptar actitudes y maneras de pensar que nos alejan de Jesús. Como niños, solemos tener confianza en los adultos. Jesús nos llama a tener esa misma confianza en Él y en nuestro Padre celestial, en lugar de actuar como si pudiéramos manejar la vida por nuestra propia cuenta.

Los niños pequeños generalmente hablan de manera sencilla y directa. Aun cuando mienten, es fácil darnos cuenta porque no se han vuelto sofisticados y listos. Dios nos está llamando a cultivar esa clase de sencillez en nuestro corazón. En lugar de tratar de esconder nuestras verdaderas intenciones, nos llama a ser sinceros y abiertos en nuestra relación con El.

Piensa, por ejemplo, en lo que hacemos cuando vamos a comprar un carro. Por más amable que sea el vendedor, sabemos que no podemos tenerle completa confianza. Pensamos: ¿Qué le diré? ¿Qué no le diré? ¿Cómo puedo conseguir el mejor precio? Tenemos que emplear cierta astucia.

Pero con Dios, no podemos pensar así. No podemos entrar al reino de Dios si pensamos en términos de una negociación. “Bueno, Dios, te daré esta parte de mi vida, pero no se te ocurra pedirme esto otro. Tengo que reservar algo para mí.” No podemos pasarnos de listos con Dios. Tenemos que abrirnos completamente con El.

Es que Dios, a diferencia de algunos vendedores de autos, es completamente confiable. No podemos acercarnos a Él como negociantes astutos. Tenemos que venir con la simple confianza de un niño. Dejemos de tratar de arreglar la vida por nuestra propia cuenta, y aceptemos que necesitamos el perdón y la dirección de Jesucristo.

Yo fui niño cuando acepté al Señor Jesucristo. Mi madre me crio en la fe, pero Dios usó a otra persona para explicarme el evangelio de manera que yo pudiera entender. Fue mi maestra de escuela dominical. Nos explicó por qué Jesús había tenido que morir en la cruz, y que era necesario que hiciéramos un compromiso personal con El. Ese domingo oré para poner toda mi confianza en Jesús.

Yo sé que ese día fue la respuesta a muchas oraciones de mi madre y de otras personas también. Siendo niño, Jesús me llamó y nunca me ha dejado. Él está llamando a los niños de nuestra nación también. ¿Los llevaremos a Él, o se los impediremos?

Dios les bendiga

Denis A. Urbina Romero
Licenciado en Ministerio Pastoral
Email: daurbinar@gmail.com

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1 Comentario

  1. Muy buena enseñanza, Dios no quiere q nadie se pierda y nos llama a confiar como los niños. Debemos llevar a nuestros hijos a la iglesia, esto no es negociable. Sembrar la palabra es nuestro deber y Dios hara el resto.

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