Que la gracia de nuestro Señor Jesucristo sea con ustedes.

1 Tesalonicenses 5:28

Un hombre le compró un burro a un pastor. El pastor le dijo: “Este burro es muy especial. Le he enseñado a obedecer sólo dos palabras. Si quiere que el burro camine, dígale: Aleluya. Si quiere que se detenga, dígale: Amén.” Contento con su burro tan cristiano, el hombre se montó al burro, le dijo: “Aleluya”, y comenzaron su recorrido por las montañas para regresar a casa.

Pasó el tiempo, y el hombre se puso a pensar en muchas cosas mientras su burro caminaba pacientemente. De repente, el hombre se dio cuenta de que se acercaban a un precipicio. Desesperadamente trataba de recordar la palabra para lograr que se detuviera el burro. “¡So! ¡Alto! ¡Burrito!” – gritó el hombre, pero el burro seguía caminando hacia el despeñadero.

Por fin, no le quedó más al hombre que orar: “Señor, por favor, haz que este burro se detenga. Amén”. Al escuchar la palabra “Amén”, el burro se detuvo. El hombre se puso tan contento que no pudo contenerse. “¡Aleluya!” – gritó.

Ese burro, a diferencia de muchos de nosotros, fue muy obediente. El problema no fue el burro, sino el señor que le daba instrucciones. Me pregunto: ¿seremos más “burros” que los burros? ¿Ignoraremos las buenas instrucciones que recibimos de nuestro Señor? Todos queremos hacer lo que le agrada a Dios.

En los versículos que leeremos hoy, El nos da tres instrucciones para seguir. Si prestamos atención a lo que Dios nos dice y lo ponemos en práctica, podremos disfrutar de su bendición como sus hijos. Podremos ver que la Iglesia cumple su función; que realiza su obra divina en el mundo. En estos días en que el mundo se aleja cada vez más de los valores bíblicos, hace falta una Iglesia fortalecida y poderosa. Hagamos lo que Dios nos está llamando a hacer para edificar esa clase de Iglesia.

Leamos en 1 Tesalonicenses 5, los versículos 25 al 28:

5:25 Hermanos, oren también por nosotros.

5:26 Saluden a todos los hermanos con un beso santo.

5:27 Les encargo delante del Señor que lean esta carta a todos los hermanos.

5:28 Que la gracia de nuestro Señor Jesucristo sea con ustedes.

Aquí encontramos las últimas palabras que Pablo le escribe en esta carta a la Iglesia de Tesalónica. Es como cuando un padre que está lejos de su familia habla por teléfono con sus hijos. Después de platicar acerca de lo que les ha sucedido, después de escuchar sus historias, les da sus instrucciones finales.

“Pórtense bien”, les dice. “Obedezcan a su mamá”. “Hagan la tarea”. Son sus últimas instrucciones, las cosas que él sabe que se les pueden olvidar si él no se las recuerda. Así también, Dios nos habla como su familia y nos da estas instrucciones para nuestra vida familiar. Pensemos en cómo las podemos poner en práctica.

La primera instrucción que Dios nos da es ésta: “Ora por tus líderes”. Pablo dice: “Hermanos, oren también por nosotros”. Aunque se encuentra lejos de la Iglesia de Tesalónica, no quiere que dejen de orar por él y por su ministerio. El gran apóstol Pablo, fundador de muchas Iglesias y escritor de varios libros del Nuevo Testamento, reconocía su necesidad de recibir apoyo en oración.

Pablo tenía gran conocimiento y muchos estudios, pero no dependía de ellos para su impacto espiritual. Conocía la retórica, pero no confiaba en su capacidad como orador para convencer a la gente. Había realizado milagros, pero no se consideraba superior a los demás en su vida espiritual. Sentía la necesidad del apoyo en oración.

Así es siempre con los grandes siervos del Señor. En varias ocasiones le preguntaron al gran predicador del siglo XIX, Carlos Spurgeon, cuál era el secreto de su éxito como pastor. Su respuesta invariablemente fue: “Mi pueblo ora por mí”.

Muchas veces ponemos a nuestros líderes en un pedestal. Es bueno respetar al pastor y a otros líderes que Dios nos da, pero nunca los consideremos superhéroes. Todos tenemos una gran necesidad de recibir apoyo en oración. Muchas veces las personas se me acercan para pedirme oración, y es un gozo orar con cada uno. Pero quiero que sepan que yo también necesito oración. Necesito que oren para que no caiga, para que el Señor me siga dando sabiduría, para que su Espíritu me dé cada vez más valor y discernimiento.

Si quieres que la Iglesia prospere, si quieres que tu pastor sirva con más poder, ora fielmente y fervientemente por él.

La segunda instrucción que Dios aquí nos da. Pablo dice: “Saluden a todos los hermanos con un beso santo”. El mensaje es sencillo: la Iglesia debe ser un lugar de cariño familiar.

En los días en que Pablo escribe, el beso era el saludo común entre miembros de una familia. Hoy en día, el beso sigue siendo lo normal entre ciertas personas, mientras que otras se abrazan o se dan la mano. Lo importante es que la Iglesia debe ser un lugar donde el amor se expresa entre los miembros, como en una familia.

La Iglesia no es un negocio. Cuando uno entra a un negocio, el vendedor lo podrá saludar con cordialidad; podrá darle la mano, y hablarle cortésmente. Como creyentes, debemos siempre ser corteses; pero lo que Dios nos enseña aquí es que las relaciones en la Iglesia van más allá de la cortesía. Cuando visitas a un familiar, ¿le das la mano? ¿O más bien, lo saludas con cariño? Así debe ser en la Iglesia también.

Pero es muy importante entender que el saludo familiar al que Pablo nos llama es un saludo sagrado, puro, inocente. Dice Pablo: “Saluden a todos los hermanos con un beso santo”. No debe dar lugar a malos entendidos o a especulaciones. No puede convertirse en escudo para aprovecharse de otros.

A veces se escucha el comentario en algunas Iglesias: “A fulano de tal le gusta besar a todas las muchachas bonitas.” Este no es el beso santo al que Pablo se refiere. Se ha convertido en un pretexto, en un escudo para hacer lo equivocado. Nunca debemos hacer que otra persona se sienta incómoda con la manera en que le saludamos. Si lo incomodamos, ya no estamos agradando a Dios; ya no es un saludo santo.

Tomando esto en cuenta, entonces, expresemos el cariño que sentimos hacia nuestros hermanos y hermanas en la Iglesia. Saludémonos con amor, en santidad; vayamos más allá de la cordialidad para vivir el amor que tenemos como familia en Jesucristo. De esta manera expresamos el amor que el Espíritu Santo pone en nuestro corazón.

La tercera instrucción la encontramos en el verso 27. “Les encargo delante del Señor que lean esta carta a todos los hermanos.” Es un encargo que Pablo les da. No es una simple sugerencia; es, más bien, una orden. Como apóstol, Pablo sabía que lo que él había escrito venía por inspiración del Espíritu Santo. Lo que se leía en las Iglesias eran los libros del Antiguo Testamento, y los escritos inspirados de los apóstoles.

Aunque todavía no se había terminado de escribir el Nuevo Testamento, Pablo estaba consciente de que lo que él les había escrito estaba a la par con las Escrituras que ya tenían – los libros del Antiguo Testamento. El quería que sus palabras, inspiradas por Dios, fueran ampliamente leídas para que todos se pudieran beneficiar de ellas.

Si queremos experimentar el poder de Dios en nuestra vida y en nuestra Iglesia, tenemos que escuchar su Palabra. Conforme más lugar ocupe la Palabra en nuestra vida, en nuestro hogar, en nuestra Iglesia, más poder habrá. Creo firmemente que el enemigo nos está tratando de distraer con todos los entretenimientos que tenemos a la mano para que dejemos de escuchar la Palabra de Dios.

En los años 40, se trajo al sureste de los Estados Unidos una planta llamada kudzu, de Japón. Se introdujo con el fin de controlar la erosión en las carreteras, pero el kudzu pronto se escapó de este usó limitado y empezó a crecer descontroladamente. Una vez establecida esta planta, es casi imposible de eliminar. Es más, crece con una rapidez impresionante, ahogando las plantas nativas.

Nuestra vida se llena tanto de novelas, de Facebook, de Snapchat y todas las demás tecnologías que tenemos para mantenernos conectados. Nada de eso es malo en sí, pero se puede convertir en una especie de kudzu que infesta nuestra vida y desplaza de su lugar la Palabra de Dios. Tenemos que cuidarnos de que los entretenimientos no absorban todo nuestro tiempo y nos dejen sin escuchar el verdadero mensaje de transformación.

Hermano, separa tiempo cada día para leer y escuchar la Palabra de Dios. Léela a tus hijos. Aprovecha todas las oportunidades que tengas en la Iglesia para escuchar su Palabra. En todo esto, dice Pablo, la gracia de nuestro Señor Jesús está presente. No estamos solos en la lucha. El nos sostiene con su favor, que jamás podríamos merecer.

Pídele su ayuda para poner estas cosas en práctica: orar por tus líderes, amar a tus hermanos y escuchar fielmente su Palabra. Echa mano de estas cosas para hacerlas. De este modo, podremos avanzar juntos para llegar a ser la Iglesia que Dios quiere que seamos.

Dios les bendiga

Denis A. Urbina Romero
Licenciado en Ministerio Pastoral
Email: daurbinar@gmail.com

 

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