“Perseveraban unánimes cada día en el Templo, y partiendo el pan en las casas comían juntos con alegría y sencillez de corazón, alabando a Dios y teniendo favor con todo el pueblo. Y el Señor añadía cada día a la iglesia los que habían de ser salvos.”

Hechos 2:46,47

En mis inicios como pastor de jóvenes en el año 2008, aprendí una lección importante de uno de los jóvenes. Era un sábado lluvioso, de esos en donde no hay mucha asistencia. Es bien conocida la forma que funcionamos los creyentes; como si fuéramos de azúcar, a la mínima sospecha de lluvia nos quedamos guardados en la casa, “para no deshacernos”.

Yo, como buen líder de jóvenes, llegue temprano al templo para organizar las sillas de forma un poco diferente, tal vez colocarlas en círculo, haciendo el espacio más pequeño para evitar que los muchachos se queden dispersos.

El joven que mencioné llegó temprano y en vez de ayudarme a mover las sillas dejó deslizar una pregunta sutil, no sé si malintencionada, pero que todavía retumba en mi cabeza, con una media sonrisa me pregunto sin ánimo de recibir respuestas: ¿Para qué lo haces? ¿Para qué parezcamos más?

Si existe algo que crea pánico en un líder es realizar una reunión con 40 sillas y solo 7 personas sentadas de la forma más distante posible con dos simples preguntas esté joven había descubierto mi modelo mental con relación a la iglesia y mis intenciones, “ciertamente estaba más preocupado por hacer que el templo se vea lleno que en compartir”.

Todos tenemos modelos mentales, estos funcionan de forma invisible y condicionan nuestro comportamiento. De nuestro modelo mental depende el funcionamiento de nuestra iglesia. Para los del Primer Siglo ser iglesia significaba pertenecer a la familia de Dios, ese era su modelo y así vivían, para nosotros, ser iglesia es reunir gente y acomodarlas en sillas, y así funcionamos.

Entre las prioridades de una nueva iglesia importa más comprar donde sentarse y conseguir un lugar donde reunirse que aprender a ser familia. Siempre que tengamos lo primero estaremos alineados a nuestro modelo sin importar que nunca aprendamos a ser familia.

Este es el dilema de la vida moderna: tenemos casas más grandes, más habitaciones, mejores electrodomésticos y muchas comodidades. Lamentablemente, nuestras casas están vacías la mayor parte del tiempo, no hay una familia ahí dentro, solo hay un grupo de personas que van a dormir y tal vez se reúnan a comer el domingo a mediodía. Esa es la misma imagen que se repite en las iglesias. Tenemos lindos templos, aire acondicionado y butacas cómodas que hacen juego con los accesorios del hermoso altar. Más de un hermano mataría por cuidar los instrumentos del templo, pero nadie se preocupa por edificar la familia.

Es una bendición que podamos construir lugares de reunión, el problema está cuando la vida de la iglesia depende directamente de ellos. El hecho de que la iglesia primitiva haya esperado 300 años para construir el primer templo debe avisarnos que algo anda mal en nosotros, “amantes de las construcciones”.

Muchas iglesias parecen más una oficina de bienes raíces que la familia de Dios. La meta es construir un gran edificio y alojar tantas personas como sea posible. Cuando el edificio se vea lleno romperemos nuevamente las paredes para seguir ensanchándonos, (que no funcionen bien las cosas dentro de la casa no es mi problema, yo solo cumplo con alojarlos).

Muchos creyentes terminan divorciándose de la novia de Cristo, su iglesia, porque su relación con ella se vuelve formal, monótona y aburrida. No es suficiente tener una casa grande con vitrales o un televisor de plasma de 51 pulgadas si no se puede compartir como familia. Una familia que solo sabe reunirse en una linda casa o sentarse formalmente a comer en la mesa está destinada al fracaso.

Es más beneficioso tener menos muebles y más comunicación, o una vajilla menos lujosa pero más calor humano. Cambiemos nuestro modelo mental con relación a la iglesia y podremos ser familia, aunque perdamos la casa.

Dios les bendiga

Denis A. Urbina Romero
Licenciado en Ministerio Pastoral
Email: daurbinar@gmail.com

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