Opinión de Dionisio Gutiérrez, empresario, Sociólogo y periodista

E&N

En Guatemala, El Salvador y Honduras, la pobreza, la desigualdad y el atraso social; la enorme carga ideológica y la polarización; la debilidad del sistema de partidos políticos y la falta de rumbo les mantienen en una cuerda floja desde la cual en cada proceso electoral podrían caer en un oscuro abismo del que les costaría mucho reponerse. El Salvador está ahí. Venezuela es un alarmante ejemplo.

La corrupción es el cáncer de la democracia y sumada a la incompetencia de los políticos ha provocado un comprensible y preocupante rechazo y desprestigio a la política y a la democracia.

En las élites de estos países no hay liderazgos ciudadanos de peso, su experiencia cívica es débil y la juventud no tiene interés en la política. Lo que hay es activismo en las redes sociales pero eso no construye naciones ni quita el sueño a los corruptos e incapaces que nos gobiernan.

Nicaragua es una finca privada donde las palabras democracia y libertad son una quimera. Guatemala y Honduras están asfixiadas por una clase política corrupta, rancia y enquistada en el poder. El Salvador sigue los pasos de Venezuela pero más despacio y con menos presupuesto. Por eso, no se embarca en la locura completa.

Costa Rica y Panamá pueden ser la excepción en la región pero tienen tareas pendientes para consolidar un modelo de desarrollo con la estabilidad política suficiente para diferenciarse de una vez por todas de sus patéticos vecinos.

A la corrupción, la impunidad, la incapacidad de las élites para articular un modelo de desarrollo y la incompetencia de los políticos se suman la desigualdad, la falta de certeza jurídica, la comodidad y la indiferencia de la mayor parte de la juventud y la sobrecarga ideológica que tiene contaminada a nuestras sociedades.

Este escenario tiene los elementos y los actores perfectos para hacer de la amenaza populista una obra de la vida real sobre la que ya conocemos sus consecuencias.

Lo sorprendente es que las elites, a pesar de lo obvio del panorama, están haciendo poco o nada para prevenir y corregir.

Los ricos alivian su conciencia dando centavos para apoyar proyectos cívicos que no pasan de ser marginales e insuficientes o realizar shows y eventos cuyos efectos duran 24 horas. Y en estos “esfuerzos” se excusan para no apoyar Proyectos de Estado serios y de largo plazo. Apuestan en cada proceso electoral a que el improvisado de turno no será tan malo y les permitirá seguir con el status quo, pues según ellos, nada sucederá. Hasta que suceda. Gravísimo error.

Es evidente que los centroamericanos no hemos sido capaces de edificar una cultura política fuerte con fundamentos democráticos sólidos que faciliten la construcción de un modelo de desarrollo basado en una visión de Estado de largo plazo, con valores, con objetivos y con resultados.

No podemos seguir inventando excusas para no asumir la responsabilidad histórica que las élites de hoy tenemos con nuestros países. Si no somos nosotros, otros lo harán. Y es muy probable que no nos guste el resultado.

El disgusto con la política no puede seguir siendo el pretexto para estar lejos de ella. La política no puede ni debe seguir en manos de los peores, de los impresentables, de los ignorantes, de los corruptos o en manos de quienes tienen un proyecto ideológico desconectado de la verdadera democracia liberal y republicana, y del desarrollo.

La salvación y el futuro de Centroamérica dependen precisamente de que los ciudadanos de hoy, especialmente los jóvenes, tomen la decisión de involucrarse en la política para rescatarla, honrarla y hacerla el instrumento que debe ser. ¿Cuándo empezamos?

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