Hasta el desarrollo de la industria bananera en la costa caribe hondureña, nuestro país vivía de cara al océano Pacífico. Por Amapala ingresaba y salía la producción nacional y lo que se consumía en el país que, para entonces, tenía una población que apenas rebasaba los 400,000 habitantes. Viajar de San Pedro Sula a Tegucigalpa a mediados del siglo XIX representaba trece días de intensos esfuerzos por caminos inexistentes, sin servicios de hospedaje y alimentación. Incluso hasta la década de los cuarenta del siglo XX, el Lago de Yojoa se cruzaba por un pequeño ferry que unía a El Jaral con Pito Solo. Hasta 1965, durante el gobierno de López Arellano se pavimentó la carretera entre las dos principales ciudades del país, transformándose en el eje alrededor del cual se han concentrado preferentemente, las principales acciones de desarrollo.

Todavía los estudiosos conocen esta zona, que demarca la carretera del norte, como el ‘corredor del desarrollo nacional’. El precio que tuvimos que pagar por este proceso, que nos dio la fuerza de la costa norte y el desarrollo capitalista más espectacular, fue el olvido durante muchos años de la zona sur, de Amapala y, especialmente, del océano Pacífico. Al extremo que los salvadoreños, –tan imaginativos- se han inventado que tienen fronteras marítimas con Nicaragua, con lo cual nos niegan el acceso al Pacífico contraviniendo la Sentencia de la Corte Internacional de Justicia de La Haya, que nos reconoció y ratificó nuestros derechos soberanos en el Pacífico.

El desarrollo de la zona sur, las actividades comerciales entre Nicaragua y El Salvador, especialmente, ha hecho que los hondureños giremos el cuerpo y veamos de nuevo hacia el sur. Y nos preocupemos por construir una red de carreteras que una a El Amatillo con Amapala, Puerto Cortés y Puerto Castilla. Hasta ahora, el canal seco busca aprovechar nuestra calidad de nación bioceánica y la condición de paso, para el comercio del Pacífico, hacia la costa oeste de los Estados Unidos, el mercado mayor del mundo, por su enorme capacidad de compra y viceversa. Después tendremos que construir el ferrocarril interoceánico que pensara Cabañas y otros líderes, pero que la indolencia nacional ha impedido que Honduras se hubiese convertido en una región de paso, floreciente por su capacidad para ofrecer servicios. Si hubiésemos construido, desde 1865, un kilómetro de ferrocarril al año, Honduras estaría en mejores condiciones.

Seríamos mucho más influyentes, gozaríamos de más prestigio y tendríamos un mayor control soberano sobre La Mosquitia que, es una zona en donde Honduras todavía es vista como una patria lejana por no pocos de los habitantes de esa zona que, desde siempre fue objeto de manipulación de los intereses extranjeros. Pero con todo, estamos mejor que hace cincuenta años. Nuestro problema: somos muy lentos.

Guatemala nos ha dejado atrás. Costa Rica, más pequeña, sin los recursos que contamos, pero con líderes más despiertos y menos rurales que los nuestros nos lleva muchos años adelante. Incluso Nicaragua, si no fuera por los Ortega Murillo, hace tiempo nos habría superado. Después de viajar por las zonas menos desarrolladas de Honduras, tengo claro que hay que mejorar la calidad del hondureño. El sistema educativo está colapsado.

Y en vez de desarrollar el carácter, el valor, la fuerza y el afán de libertad para crear una nación mejor, nos ha vuelto más dependientes e incapaces de desenterrar los viejos espejos para vernos, reconocernos y aceptarnos como somos para luchar junto con los demás pueblos por una vida mejor, sin quitarle nada a nadie, pero sin permitir que los otros nos ofendan y nos quiten las oportunidades que Dios nos ha dado y que, en consecuencia, son nuestras.

Debemos hacer de Honduras un gran país. Los cambios que se ven son indicativos de que tenemos capacidad. Requerimos una nueva clase política –urbana, ambiciosa, con vocación histórica y con planes para construir una nación de verdad– que mueva la voluntad nacional en dirección a objetivos de crecimiento. En donde quienes quieran establecerse con nosotros se transformen en nuestros socios y compañeros en la construcción de una Honduras mejor.

 Por supuesto para que nos respeten, como me escribiera una lectora residente en España, tenemos que escoger mejor a nuestros dirigentes. Y controlarlos mejor para evitar que se hagan ricos con la pobreza de las mayorías.”

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