Virgilio Álvarez Aragón
plazapublica.com

Los guatemaltecos estamos causando daños ecológicos incalculables y muy probablemente irreversibles.  Estamos destruyendo nuestros ríos, nuestros lagos y, de ese modo, nuestro futuro no solo biológico, sino, lo más crítico, alimentario.

Lo que sucede en la desembocadura del Motagua en el Atlántico, que afecta también las costas de Honduras, es apenas un botón de muestra de todos los daños causados a los lagos y a los ríos del país. Los desechos que anegan las costas hondureñas son la muestra palpable de nuestras irresponsabilidades, públicas y privadas. Son evidencias del desorden administrativo en el que vivimos. Son la fotografía más completa de la incapacidad de las élites políticas y económicas, nacionales y locales, de aportar seria y responsablemente a la construcción del país. Son la evidencia más que patética de que la vieja política, la de negocios entre amigos con recursos públicos, la del clientelismo y del tráfico de influencias, debe ser extirpada de raíz de nuestra cultura y práctica política.

Causan asombro e indignación, en consecuencia, los comportamientos y las palabras de los responsables del Gobierno, en particular los de los ministros de Medio Ambiente y de Relaciones Exteriores, quienes, queriendo minimizar el desastre, intentan hasta ridiculizar el reclamo del Gobierno y la sociedad hondureños. Nuestra irresponsabilidad ambiental como sociedad y Estado no puede ser escondida tras respuestas simplistas que intentan banalizar el problema.

La afirmación del ministro Samuels de que cuando bajen las aguas funcionarán sus «redes» no solo es una excusa infantil, sino la clara evidencia de su incapacidad para resolver el problema. Las redes son paliativos, soluciones momentáneas a un problema que no se quiere enfrentar adecuadamente porque afecta intereses de amigos, financistas y, quién quita, socios en negocios irregulares.

El problema de la contaminación de los ríos y de los lagos exige la acción eficiente y radical del Estado. Pero, para ello, los funcionarios deben tener toda la solvencia política y moral necesaria para imponerse. Es el caso de la Superintendencia de Administración Tributaria (SAT), institución que logró poner cierto orden en la recaudación porque no se vieron amigos, enemigos, parientes ni mucho menos socios y se persiguió penalmente a quien había que perseguir. Pero, si el Gobierno banaliza la corrupción, la contaminación ambiental y todos los demás problemas porque lo que le interesan son los negocios, nadie les hará caso y ellos no se esforzarán por solucionar los grandes problemas.

En el caso de la contaminación del plástico, el problema no está en que los ciudadanos con mayores carencias dejen los desechos fuera de recipientes. La realidad es que los recolectores de basura no tienen más alternativa que los llamados rellenos, barrancos por donde pasan riachuelos, y las mismas riberas de los ríos. No existe un mínimo mecanismo de selección, mucho menos la obligación de las industrias del plástico de hacer acopio de los desechos y asumir su reciclado. En aras de una supuesta libertad comercial, no se las obliga a cumplir las mínimas normas de recolección y reciclado.

Las municipalidades, por su parte, siguen el ejemplo irresponsable de la capitalina, que no tiene el menor cuidado con el cauce del río Villalobos, afluente principal del lago de Amatitlán. Los desechos que enturbian sus aguas provienen, principalmente, de la ciudad capital, de Mixco y de Villa Nueva, cuyos alcaldes simplemente se han desentendido de la mínima obligación, pero, populistas y clientelares, mantienen limpitas dos que tres plazas para hacer las del presumido que con los dientes podridos presume palillo fino entre los labios.

Guatemala tiene, aún, una hermosa geografía. No obstante, si la contaminación no se controla (no solo el paisaje, sino nuestra ya depauperada calidad de vida), llegará a extremos insoportables. Entonces, los ineficientes dueños de las empresas de plástico y de otros contaminantes saldrán corriendo detrás de los capitales que habrán expatriado como buenos piratas y nos dejarán un país no solo desértico, sino incapaz de producir los más básicos alimentos.

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