Así dice el Señor Todopoderoso: “Este pueblo alega que todavía no es el momento apropiado para ir a reconstruir la casa del Señor”. (Hageo 1:2)

Son tiempos precarios. Estamos rodeados de gente que no quiere a nuestra raza. Los cambios políticos asustan a unos y animan a otros, pero nada es estable. Hay que luchar simplemente para sobrevivir; por más duro que trabaje uno, apenas sale lo suficiente para sobrevivir. No hay de sobra.

¿Piensas que me refiero al presente? Te estoy hablando de hace 2.500 años. Es una descripción de la situación que vivieron los exiliados que regresaron a la tierra de Judá. Su situación, en realidad, se parece mucho a la nuestra. Dios les habló mediante un profeta llamado Hageo, y su mensaje tiene mucho que decirnos a nosotros también.

La historia comienza unos 450 años antes, durante la era dorada del pueblo de Israel. Salomón, el hijo del gran rey David, edificó un templo en la ciudad de Jerusalén dedicado a la adoración del Señor. Fue una de las maravillas del mundo; un edificio bello, impresionante y sobre todo, el lugar donde Dios estaba presente para recibir los sacrificios de su pueblo y escuchar sus oraciones.

Pero la gente no supo cuidar lo que tenían. Salomón mismo, en su vejez, se alejó de Dios. Pasó el tiempo, y el pueblo se olvidó del Dios verdadero. Adoraban a otros dioses. El Señor les mandaba profetas para llamarles a volver a Él, pero el efecto sólo fue temporal. Por fin, después de varios siglos de tenerles paciencia y llamarlos a regresar, Dios permitió que llegara su castigo.

Los babilonios conquistaron la ciudad de Jerusalén y destruyeron el bello templo que Salomón había construido cuatrocientos años antes. Se llevaron a la mayoría de la gente a vivir lejos de su tierra. Los que seguían fieles al Señor se lamentaban, y se arrepintieron de su maldad. Dios les prometió que volverían a la tierra.

Setenta años después del comienzo del destierro, Dios permitió que regresaran. El emperador les dio permiso para reconstruir el templo. ¡Qué emoción! Regresaron con mucho entusiasmo, y con gran alegría pusieron los cimientos del templo reconstruido. Algunos de los ancianos se acordaban de la grandeza del templo anterior, y se lo contaban a los demás.

Pero… los que vivían alrededor de la Jerusalén, gente de otras razas, no estaban muy contentos con esto. Les convenía que la ciudad siguiera pobre. No querían que se reconstruyera el templo. Comenzaron a aplicar presión política a los judíos que acababan de regresar. Todavía estaban bajo la autoridad del emperador persa; no tenían completa libertad.

Además de esto, la vida era dura. La ciudad estaba en ruinas, los campos habían sido desatendidos por muchos años, había fieras en el bosque – tenían que trabajar de sol a sol simplemente para sobrevivir. Así que, allí se quedó el templo – una fundación, y nada más. Poco a poco la gente se fue olvidando del propósito que habían tenido al regresar a la tierra. Se enfocaron en su trabajo, en sus familias, en arreglar sus casas – y el templo de Dios quedó en el olvido.

Fue en ese momento que Dios levantó al profeta Hageo con un mensaje para ellos, y para nosotros. Vamos a leer sus palabras en Hageo 1:1-11:

El día primero del mes sexto del segundo año del rey Darío, vino palabra del Señor por medio del profeta Hageo a Zorobabel hijo de Salatiel, gobernador de Judá, y al sumo sacerdote Josué hijo de Josadac: Así dice el Señor Todopoderoso: “Este pueblo alega que todavía no es el momento apropiado para ir a reconstruir la casa del Señor”. También vino esta palabra del Señor por medio del profeta Hageo: “¿Acaso es el momento apropiado para que ustedes residan en casas lujosas mientras que esta casa está en ruinas?” Así dice ahora el Señor Todopoderoso: “¡Reflexionen sobre su proceder!” “Ustedes siembran mucho, pero cosechan poco; comen, pero no quedan satisfechos; beben, pero no llegan a saciarse; se visten, pero no logran abrigarse; y al jornalero se le va su salario como por saco roto”. Así dice el Señor Todopoderoso: “¡Reflexionen sobre su proceder!” “Vayan ustedes a los montes; traigan madera y reconstruyan mi casa. Yo veré su reconstrucción con gusto, y manifestaré mi gloria” -dice el Señor-. “Ustedes esperan mucho, pero cosechan poco; lo que almacenan en su casa, yo lo disipo de un soplo. ¿Por qué? ¡Porque mi casa está en ruinas, mientras ustedes solo se ocupan de la suya!” -afirma el Señor Todopoderoso-. “Por eso, por culpa de ustedes, los cielos retuvieron el rocío y la tierra se negó a dar sus productos. Yo hice venir una sequía sobre los campos y las montañas, sobre el trigo y el vino nuevo, sobre el aceite fresco y el fruto de la tierra, sobre los animales y los hombres, y sobre toda la obra de sus manos”.

La fecha que menciona Hageo marca dos años desde que habían regresado a la tierra. Habían comenzado con mucho entusiasmo la reconstrucción – pero se habían quedado a medias. Su entusiasmo se convirtió en decepción.

¿Te ha sucedido lo mismo? Una vez me propuse salir a trotar todos los días. Comencé con mucho entusiasmo. Me imaginaba la energía que tendría y el peso que perdería. Pero cuando empezó a hacer calor, mi entusiasmo se convirtió en flojera. Siempre había otras cosas que hacer, y lo dejé.

Es mucho más serio cuando esto nos sucede en nuestra vida espiritual. Si tienes poco tiempo de aceptar a Cristo, quizás recuerdes esos días de entusiasmo y entrega cuando apenas te habías convertido. ¡Toda tu vida iba a cambiar! Estabas seguro que, con Dios, todo era posible. Sin embargo, con el tiempo, otras cosas comenzaron a distraerte. No todo te salía como pensabas. El camino fue difícil, y tu entusiasmo se esfumó.

O quizás tomaste la decisión de servir a Dios en alguna capacidad, y al principio tu servicio fue un gozo. Con el tiempo, sin embargo, otras cosas comenzaron a distraerte. El trabajo, la familia y la diversión comenzaron a sofocar el propósito que te habías hecho. Comenzaste a poner pretextos.

Los judíos también ponían pretextos. ¿Qué decían? “Todavía no es hora de reconstruir el templo del Señor.” Enfrentaban oposición y dificultades económicas, y decían: “Creo que Dios no quiere que lo hagamos ahora.” ¿Te das cuenta? Pusieron la mirada en lo que les sucedía, en lugar de poner la mirada en el poder de Dios.

Como resultado, se preocuparon más por su propia comodidad que por la casa de Dios. Dios les dice: “¿Acaso es el momento apropiado para que ustedes residan en casas techadas mientras que esta casa está en ruinas?” Dios no quería que ellos se quedaran a la intemperie mientras le hacían un templo; las “casas techadas” eran casas lujosas, con acabados finos y paneles de cedro. Ellos se construían mansiones mientras el templo seguía en ruinas.

Dios nos está diciendo: ¡Ya es hora! Si nos ponemos a mirar nuestra situación, nunca será tiempo de servir al Señor. Siempre habrá problemas, siempre habrá oposición. Humanamente hablando, nunca es hora de servir a Dios. Pero su poder divino siempre está disponible. Si lo miramos a Él, nos dirá: ¡Ya es hora! Pónganse a trabajar, y yo los sostendré.

Luego, Dios dice otra cosa. Les habla de su situación miserable. Sus cosechas eran pobres, y la comida no les satisfacía. La bebida los dejaba con sed, y la ropa les dejaba con frío. El dinero se les iba de las manos, como si echaran las monedas a una cartera rota. Esperaban mucho, pero les llegaba poco. ¿Por qué?

La respuesta está en el verso 9: “¡Porque mi casa está en ruinas, mientras ustedes sólo se ocupan de la suya!” El pueblo dejó de trabajar en la casa de Dios, y El dejó de bendecirlos. Retiró su mano, y por más que ellos se esforzaran, no les rendía. Todo se les escurría como agua entre los dedos.

Pero la solución también estaba en sus manos. El verso 8 lo dice: “Vayan ustedes a los montes; traigan madera y reconstruyan mi casa.” El primer templo, el de Salomón, se había hecho con cedro traído del Líbano. Ellos ya no tenían las posibilidades de hacer eso. Pero Dios les dice: “Allí tienen mucha madera, en las colinas. ¡Usen lo que tienen a la mano!”

Aquí Dios nos dice que Él retira su mano de bendición cuando no hacemos lo que Él nos ha llamado a hacer. Cuando descuidamos nuestra responsabilidad con Dios, Él también nos disciplina. En cambio, cuando somos fieles a Él, se manifiesta su gloria – como dice el verso 8. Dios dice: Piénsalo. Piensa en lo que te está pasando, y piensa en cómo me puedes servir.

En el día de Hageo, el trabajo que Dios llamaba a su pueblo a realizar era el trabajo de reconstruir el templo en Jerusalén. Era el único templo en toda la tierra dedicado a la adoración de Dios. Era el centro de la fe bíblica. Ahora, después de la venida de Cristo, sabemos que hay otro templo. La Iglesia es el templo de Dios, y todos somos piedras vivas. Por la fe en Jesucristo llegamos a formar parte de ese templo.

Nuestra tarea, entonces, no es necesariamente la de edificar un edificio. Es bueno cuidar el edificio donde nos reunimos, pero nosotros levantamos el templo de Dios sirviendo a los demás en el amor de Cristo, compartiendo el evangelio, orando y enseñando la verdad. Es trabajo de todos. Todos tenemos algo que hacer.

Hermano, no me malentiendas. El hecho de servir fielmente al Señor no te librará de todos tus problemas. No es la garantía de una vida perfecta. Pero hay una prosperidad y una bendición que vienen cuando cumplimos la misión que el Señor nos ha dado. El derrama su gloria sobre nuestras vidas.

¿Cómo responderás a lo que has oído? ¿Qué te está llamando Dios a hacer? ¿Cumplirás la misión que Dios te ha dado? ¿Darás prioridad a su templo?

Recuerda: “Ya es hora de hacer lo que Dios nos ha pedido”

Dios te bendiga

Denis A. Urbina Romero
Licenciado en Ministerio Pastoral
Email: daurbinar@gmail.com

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