¿Cómo entender el origen del mal en un ser humano?, se convierte en una de las interrogantes más reflexionadas por el hombre mismo, individual o colectivamente. Incluso han sido múltiples los esfuerzos, de encontrar una respuesta, que van desde el momento más oscuro de las ciencias -durante los casi 13 siglos de duración de la edad media- hasta los recursos científicos modernos tratando de buscarle una consecuencia lógica a las conductas desviadas de ciertos individuos. El mal sigue sin entenderse en la sociedad de nuestra era, sabemos que se estudia, vemos sus efectos, pero nadie ha podido encontrarle una solución.

Antecedentes en todas épocas de la humanidad, guerras mundiales, conflictos internos, acciones funestas, la matanza de los niños polacos y judíos en manos de los Nazis, el Genocidio Armenio al inicio del siglo pasado por Ismail Enver unos de los jóvenes líderes del Partido Reformista Turco, las bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki, los Genocidios en Ruanda de los Tutsi a manos de los Hutus e inclusive el primer Genocidio reconocido por la ONU en el Siglo XXI, efectuado por el grupo terrorista Estado Islámico (EI) al norte de Irak, entre muchos otros que podemos ejemplificar.

Con estos ejemplos, sin duda como decía Hegel: “La historia marcha por su lado malo”. Quizás el esfuerzo de conceptualizar las causas del mal y estudiarlo como ciencia en la Criminología, en escritos Cesare Lombroso, Paul Topinar¸ Charles Darwin, José Ingenieros, entre diversos autores, no tuvo sus mismos riesgos y dimensiones, que el mal causado a las mujeres en la edad media, inmortalizado en la obra conocida como el “Malleus Maleficarum” de los monjes dominicos Kramer y Sprender, escrito alrededor del Siglo XV, donde la caza de brujas se convirtió en histeria colectiva, que se extendió hasta el Siglo XVII, por considerar erróneamente que la palabra “femenina”, se desprendía del latín “minus fe”, como lo refiere mi maestro Zaffaroni en sus múltiples aportes.

Dándole muerte a millones de mujeres durante esos siglos, atribuyéndole a su periodo menstrual una simbología de pacto con el diablo, después de ese grandísimo error, de matar brujas, herejes -la palabra fémina deviene de una palabra indoeuropea que significa “amamantar”-, se toma como antecedente el estudio del mal, en el campo de la demonología y no en la criminología como lo fue en siglos posteriores. Es decir, que todo aquel ser humano malo, poseía un demonio dentro. Reflexión que someramente investigó en su obra Escolástica, Santo Tomas de Aquino en el Siglo XIII, y todavía en siglos pasados de las lecturas de Sócrates, Plantón y Aristóteles se desprenden reflexiones del hombre con relación a los placeres, la pasión, la ambición, el poder, el bien y el mal.

Desde sus origines el concepto del mal hasta ligado al concepto del pecado. Uno de los aportes de mayor ilustración al respecto de la relación estrecha entre el mal y el pecado, son los escritos realizados por San Agustín, quien realiza una crítica en su interior en el Siglo I, por su naturaleza de hombre en su juventud, por no comprender como siendo Dios tan perfecto, lo había hecho asimismo débil, de abstenerse de los placeres de la carne, que conducen al pecado. Estas reflexiones de San Agustín, compactadas en su obra “Confesiones”, en lo particular, constituye una lectura que describe posiblemente el espacio interior más humano, alrededor de la historia, después de la oración de Jesús en el Monte de Olivos (Lucas 22: 39-46), donde podemos entender nuestra propia naturaleza.

En síntesis, nuestra sociedad debe comprender lo importante que resulta para el ser humano, tolerarse unos a otros, respetar la vida como principal axioma de la humanidad, concebir su propia naturaleza y ejercer dominio sobre ella. Para su servidor, de las principales lecturas de escritores rusos en el último Siglo, el más célebre e importante fue León Tolstoi, al describir la propia naturaleza del hombre en uno de sus cuentos denominado “El Origen del Mal” en el que concluye: “No es el hambre, el amor, la ira, ni el miedo, la fuente de nuestros males, sino nuestra propia naturaleza. Ella es la que engendra el hambre, el amor, la ira y el miedo”. 

“Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, más tenga vida eterna (Juan 3.16)”

 Hermes Ramírez Avila
Doctor en Ciencias Penales
Catedrático de Derecho
E-mail: hermes_fra82@outlook.com

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10 Comentarios

    • Felicidades dr. Excelente. Sus comentarios tenemos genios en honduras
      Dios le bendiga siempre. Y le de mas sabiduria. Para salir adelante en nuestro pais. Dichosos sus alumnos. De tener un buen catedrático

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