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Una mirada a los riesgos electorales en Honduras, un escenario hostil para el periodismo

Lester Ramírez, director del IUDPAS

Tegucigalpa, Honduras. La Red Centroamericana de Periodismo (RCP), consciente del ambiente hostil que enfrenta el ejercicio periodistico en la región, reune a un equipo de expertos para realizar un analisis a profundidad sobre los riesgos que se presentan frente al próximo proceso electoral a realizarse el domingo 30 de noviembre en Honduras.

La directora de la RCP Angelica Cárcamo presentó un resumen de la situación del periodismo en Centroamérica, el exilio de periodistas de Nicaragua, El Salvador, Guatemala y Honduras. “La prensa no es la enemiga, hacer periodismo no es un delito. Hay periodistas que están en prisión, en el exilio o en la clandestinidad, sin haber hecho nada malo. Son estigmatizados, perseguidos y acorralados por gobierno autocráticos y dictatoriales” lamentó Cárcamo.

Por su parte, Daniel Cáceres, director del Observatorio Nacional de los Derechos Humanos (CONADEH) describió que los departamentos donde más han asesinado periodistas son; La Ceiba, Yoro y Olancho. El Comisionado contabiliza 101 asesinatos entre 2011 y 2025. Además describió las demandas por injurias y calumnias que enfrentan muchos periodistas. Uno de los casos es el de un periodista de la zona sur quien enfrenta una demanda durante 17 años.

A 90 días de celebrarse las elecciones generales en Honduras, se espera que se incremente este ambiente de hostilidad para el periodismo. Según un reciente estudio del Instituto Universitario en Democracia, Paz y Seguridad (IUDPAS) ofrece una radiografía preocupante sobre la conflictividad política y la violencia electoral en Honduras, monitoreada hasta junio de 2025.

De acuerdo con los hallazgos, el 45% de los conflictos registrados están directamente vinculados con la legitimidad de los resultados electorales. Es decir, casi uno de cada dos enfrentamientos surge de la desconfianza ciudadana hacia el proceso y sus resultados. A esto se suma un 36% de conflictos entre partidos y candidatos, propios de la competencia por el poder, pero que también alimentan la tensión en el escenario político.

Este contexto de alta conflictividad se ve agravado por la desinformación, que actúa como catalizador de la incertidumbre. En los procesos electorales, la desinformación no distingue bandos: tanto actores oficialistas como opositores participan en una guerra de narrativas, donde incluso “los buenos de la película” recurren a estrategias cuestionables. Según el análisis del IUDPAS, existen estructuras organizadas de desinformación, pero también actores que las replican, amplificando su alcance y efecto.

Para Lester Ramírez, director del IUDPAS “La desinformación electoral tiene dos rostros. Por un lado, la falta de información: desconocimiento sobre licitaciones, procesos técnicos y reglas del juego que genera vacíos y especulación. Por otro, el exceso de información: una saturación constante que abruma y desorienta. En un entorno donde la atención promedio se reduce a apenas 12 segundos, los mensajes deben ser breves y contundentes, o simplemente se pierden. Esta sobrecarga informativa facilita que la desinformación se propague con rapidez y eficacia”.

El dato más inquietante: el 70% de la información que circula en plataformas digitales es desinformación. Esto significa que siete de cada diez contenidos que consumimos podrían estar distorsionando la realidad. En este escenario, la ciudadanía enfrenta el reto de discernir, verificar y resistir la manipulación informativa, especialmente en momentos donde la democracia se juega en cada clic.

Frente a estos desafíos, el reto para el ejercicio periodístico está en medio de un ecosistema saturado por desinformación, el reto es monumental: solo el 30% de la información disponible es confiable y verificable. Esa es precisamente la labor del periodismo ético y riguroso: identificar, amplificar y proteger ese 30% que permite a la ciudadanía tomar decisiones informadas. La falta de información y el exceso de contenido no solo distorsionan la percepción pública, sino que erosionan la capacidad de discernir hechos relevantes en momentos clave, como el proceso electoral.

La decisión de por quién votar no se toma en el vacío. Está profundamente influenciada por la percepción del país, de los partidos políticos y de los candidatos. En este sentido, la desinformación actúa como una niebla que enturbia el juicio ciudadano. A medida que se acerca el inicio formal de la campaña electoral en septiembre, se anticipa una nueva oleada de narrativas manipuladas, diseñadas para confundir, polarizar y sembrar dudas sobre el proceso democrático.

Aunque el fact-checking ha sido una herramienta valiosa en la lucha contra los bulos, su efectividad es limitada. Refutar una mentira después de que se ha viralizado es como intentar contener un virus que ya se ha propagado. Además, el proceso es costoso y reactivo. Por eso, expertos y académicos coinciden en que es urgente desarrollar mecanismos de alerta temprana, capaces de anticipar patrones de desinformación antes de que se instalen en el imaginario colectivo.

Uno de los focos actuales de desinformación gira en torno a las encuestas. Se presentan resultados contradictorios que no solo confunden, sino que buscan posicionar narrativas estratégicas: quién lidera, quién pierde, quién está en riesgo. Estas tácticas no son inocentes. Apuntan a debilitar la confianza del votante, generar miedo e incertidumbre, y erosionar la credibilidad de las autoridades electorales.

 ¿Por qué se ataca a la autoridad electoral?

Una pregunta clave emerge en este contexto: ¿por qué la desinformación apunta directamente a las autoridades electorales? La respuesta está en el corazón del proceso democrático: los resultados. Al atacar la legitimidad de quienes organizan y validan las elecciones, se siembra la duda sobre todo el sistema. Esta estrategia busca desestabilizar, deslegitimar y, en última instancia, condicionar la aceptación de los resultados por parte de la ciudadanía.

El rol ético del periodismo: anticipar y explicar

Como periodistas y generadores de opinión, el compromiso ético no se limita a verificar hechos, sino a explicar las dinámicas que los rodean. Una de las más urgentes es la desinformación dirigida hacia las autoridades electorales. Cuando se erosiona su credibilidad, se debilita la confianza ciudadana, y con ello, la legitimidad de los resultados. Por eso, es fundamental anticipar estos ataques y explicarle a la audiencia —especialmente en redes sociales— por qué ciertos actores no electorales se convierten en blanco de campañas de desprestigio.

Septiembre comienza la campaña política oficialmente y marca el inicio de una nueva etapa

Con el arranque formal de la campaña electoral en septiembre, se abre una nueva fase de desinformación que se extenderá hasta noviembre. Esta etapa se caracteriza por narrativas más sofisticadas, donde el objetivo ya no es solo polarizar, sino manipular directamente la percepción pública. Un ejemplo reciente lo ilustra con claridad: el uso de deepfakes —videos y audios generados por inteligencia artificial— para suplantar voces, rostros y acciones de figuras públicas.

El caso de Eslovaquia: una advertencia global

En Eslovaquia, durante las elecciones de 2034, se difundió un video falso que mostraba al candidato pro Unión Europea fraguando un fraude electoral. Aunque el contenido fue desmentido y no alteró el resultado final, el caso evidencia el poder de la manipulación visual y su capacidad de propagación. En contextos como el nuestro, donde los medios de comunicación y las redes sociales amplifican contenidos sin verificación previa, este tipo de desinformación puede tener efectos devastadores.

La desinformación no opera en el vacío: se alimenta de temas sensibles y emocionalmente cargados. En esta campaña, veremos cómo se explotan narrativas sobre relaciones internacionales (como Venezuela), narcotráfico, corrupción, familia, valores tradicionales y élites. Estos temas funcionan como catalizadores, capaces de movilizar emociones, reforzar prejuicios y dividir a la opinión pública.

Durante la jornada electoral, la desinformación buscará generar incertidumbre, caos, desmovilización y violencia. Las tácticas ya están en marcha: rumores de fraude, ataques premeditados a la autoridad electoral, y narrativas que cuestionan la transparencia del proceso. Todo esto forma parte de una estrategia que siembra desconfianza antes del día de votación, para cosechar desestabilización cuando los resultados comiencen a circular.

 Desinformación durante la jornada electoral: señales de alerta

Uno de los focos más sensibles será la circulación de mensajes falsos sobre el cierre o apertura tardía de centros de votación. Ya se observó en las primarias: algunos centros no abrieron, otros lo hicieron con retraso, y esa experiencia será utilizada como insumo para sembrar confusión. No debe sorprender que el día de las elecciones circulen rumores sobre centros cerrados en zonas específicas del país o sectores urbanos, con el objetivo de desmovilizar votantes y generar caos.

Encuestas a boca de urna: el mediodía como punto crítico

Elecciones primarias, marzo 2025.

Otro frente caliente será la difusión de encuestas a boca de urna, especialmente alrededor del mediodía. Este momento coincide con el desplazamiento de votantes movilizados por partidos políticos y con el horario en que muchas familias consumen noticias. Las encuestas que circulen en ese lapso pueden influir en la percepción de resultados preliminares, posicionar narrativas de victoria anticipada o sembrar dudas sobre la transparencia del proceso. Es crucial monitorear estas publicaciones y verificar sus fuentes antes de replicarlas.

 La fase post-electoral: desinformación sobre resultados

Una vez cerradas las urnas, inicia la tercera fase de la desinformación: cuestionar la legitimidad de los resultados. Se prevé la circulación de narrativas sobre actas con inconsistencias, juntas receptoras que no logran transmitir sus datos, duplicación de actas con códigos QR idénticos, y otras anomalías que, aunque puedan tener explicaciones técnicas, serán utilizadas para alimentar el discurso del fraude. Anticipar estos escenarios es clave para evitar que la desinformación se imponga sobre los hechos.

Tácticas de intimidación y manipulación visual

La desinformación no solo se propaga en forma de texto. Videos falsos, audios manipulados y narrativas visuales serán parte del arsenal. Además, se espera un incremento en los ataques a periodistas y observadores, con el fin de silenciar verificaciones independientes. En este contexto, el ejercicio periodístico se vuelve más vulnerable, pero también más crucial. La intimidación busca impedir que la ciudadanía reciba información verificada y contextualizada.

Protocolos de seguridad: protegerse para informar

Como se discutió en el panel anterior, este es el momento de activar protocolos de riesgo. Trabajar en parejas o grupos, proteger la información que se transmite, encriptar datos sensibles, y utilizar teléfonos alternativos —los llamados burner phones— son medidas que pueden marcar la diferencia. La seguridad digital y física del periodista es tan importante como la veracidad del contenido que difunde.

La regla de tres de la desinformación

Este escenario se resume en tres momentos clave: antes, durante y después de la jornada electoral. En cada etapa, la desinformación adopta formas distintas, pero con un mismo objetivo: debilitar la confianza ciudadana. La tarea del periodismo es doble: informar con rigor y protegerse con estrategia. Porque en tiempos de incertidumbre, la verdad necesita defensores bien preparados.

 Desinformación: el producto final de una maquinaria invisible

Lo que vemos —el meme, el audio viral, el titular manipulado— es solo la superficie. Detrás de cada pieza de desinformación hay una operación sofisticada, financiada por gobiernos, partidos políticos y redes criminales que invierten millones en estructuras organizadas. Así como los medios cuentan con consejos editoriales y equipos periodísticos, estas redes tienen detectores, creativos y difusores que operan tras bambalinas.

Titulares como trampas: el poder de la lectura superficial

Uno de los hallazgos más reveladores es que el 95% de las personas, incluidos periodistas, solo leen los titulares. En un entorno saturado de información, el tiempo para profundizar es escaso, y ahí radica la trampa: se replica contenido falso que aparenta ser legítimo, usando nombres de medios reconocidos como Radio Progreso o El Heraldo para legitimar el engaño. La manipulación comienza en el diseño y se viraliza en la difusión.

Alfabetización digital: la gran tarea pendiente

Aunque el 85% de los hondureños tiene acceso a internet, la alfabetización digital sigue siendo una deuda profunda. No se trata de escolaridad ni de acceso, sino de emociones: cómo reaccionamos ante imágenes, voces, temas sensibles. La desinformación se cuela por las grietas emocionales, y por eso es vital enseñar a identificar fuentes confiables, verificar contenido y entender las intenciones detrás de cada narrativa.

La lucha contra la desinformación no se gana solo con verificaciones. Se gana con narrativa. Si los medios pierden el control narrativo, pierden la batalla. Por eso, es esencial entender qué narrativa impulsa el actor que desinforma. Si busca sembrar confusión porque anticipa una derrota electoral, el periodismo debe contrarrestar con claridad, pedagogía y confianza en los sistemas de transmisión de resultados como el TREP.

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