Por Angelo Persico 24 de Marzo de 2020

El psicólogo clínico Ángelo Persico trabaja en París y nos cuenta cómo ha impactado la pandemia de COVID-19 en el concepto de lo que significa “vivir” para los franceses. Hoy, la población está en sus casas y las últimas estadísticas informan de 1.100 muertos y 22.302 infectados confirmados.

El sábado 14 de marzo, dos días antes de que el gobierno de Francia impusiera confinamiento absoluto para intentar frenar la expansión del virus que causa COVID-19, las reuniones sociales empezaron a restringirse a cien personas como máximo. Esa noche, un amigo francés me llamó proponiéndome salir a tomar un trago. No fue tanto su resistencia a la restricción lo que me llamó la atención, ya que es una reacción que se ha visto en muchos países que han adoptado esta media, sino mas bien sus palabras: “Sé lo que hay en las noticias, pero bueno, yo tengo ganas de seguir con la vida”.

La cultura francesa tiene valores sumamente arraigados respecto a lo que significa “vivir”. Desde mi visión de inmigrante latino, observo que la sensación de seguridad, de bienestar y de estabilidad es indispensable a la noción de “vida”. Vivir en la incertidumbre no es vivir. Puedo entender entonces, lo difícil que resulta para las personas cuando una pandemia los obliga a renunciar a algo que les resulta tan evidente y “estable” como el simple derecho de salir un sábado por la noche.

Yo creo que algo parecido ocurre con la noción de “salud”. En Francia, la idea que se tiene por segura es que el sistema de salud brindará, sea cual sea la circunstancia, una atención eficaz. Así, la idea de “estar sano” está íntimamente ligada a la certeza subjetiva de que el estado va a garantizar la salud de todos.

Efectivamente, eso dice el artículo L11010-1 del Código de la salud en Francia: “El derecho fundamental a la protección de la salud debe implementarse por todos los medios disponibles para el beneficio de todos (…) y garantiza la continuidad de la atención y la mejor seguridad de salud posible.”

Pese a lo noble y humanitario de estos fundamentos, cabe preguntarse qué es lo que ocurre en la experiencia subjetiva de la gente cuando el sistema de salud alcanza sus límites. Pues quizá uno comienza a percatarse del lado humano de ese sistema que, al estar hecho fundamentalmente de personas que cuidan de otras personas, no es infalible.

Hoy, las estadísticas informan de 1.100 muertos y 22.302 infectados confirmados y de un número incalculable de casos no detectados. Las salas de emergencias están saturadas y los médicos en las UCIs se ven obligados a discriminar entre los pacientes a quienes vale la pena administrar respiración asistida de aquellos a los que hacerlo sería incurrir en una práctica de “obstinación terapéutica”. Ni hablar de la escasez de máscaras, de gel hidroalcohólico y del reciente racionamiento de paracetamol.

En este contexto tan grave, uno de los recursos que se encuentra en riesgo y que muchas veces es dejado en segundo plano es el recurso humano. Yo soy psicólogo clínico en un establecimiento que alberga 21 adultos con Trastornos del Espectro Autista y para ello cuenta con un equipo conformado por personal médico social.

Como equipo, nuestro deber es garantizar la atención de personas frágiles física y emocionalmente las 24 horas del día. Desde mi rol de psicólogo, estoy consciente de la importancia de transmitir a nuestros residentes un clima suficientemente estable a nivel emocional, al mismo tiempo que los protegemos escrupulosamente de un ambiente físico potencialmente infectado por el COVID-19.

En medio de todas las directivas, recomendaciones y protocolos que la agencia regional de salud (ARS) nos ha hecho llegar recientemente, no puedo dejar de preocuparme por el bienestar de mis colegas. Después de todo, en el ámbito médico social, la herramienta más importante es uno mismo y el sentido que cada uno le da a su propio trabajo.

Es fundamental tener en cuenta el estado de ánimo de los profesionales de salud, sus niveles de motivación, su cansancio y sus preocupaciones, reconociendo que ellos mismos tienen familias que cuidar. Asimismo, todos nos vemos expuestos al contagio del virus al no poder quedarnos en casa, teniendo, muchos de nosotros, que utilizar el transporte público.

El lunes 16 de marzo, el presidente Macron dio un discurso a la nación. La frase que ha quedado grabada en la mente de los ciudadanos es que “estamos en guerra”. Y, en este escenario, “el personal sanitario está en primera línea, en un combate que va a demandarles energía, determinación y solidaridad”

Yo espero estar libre de contagio el mayor tiempo posible para poder luchar esta guerra junto a mis colegas, velando por su bienestar emocional y el de nuestros residentes. Ya después, cuando la batalla termine, podremos reunirnos y brindar por habernos dado cuenta de que si hay voluntad, la vida sigue, incluso en ausencia de seguridades absolutas o sistemas infalibles.


Angelo Persico es un psicólogo clínico peruano que vive en Paris, Francia. Estudió en la Pontificia Universidad Católica del Perú y en la Universidad de Paris Descartes. Actualmente, trabaja en el hogar de ancianos Alternat.

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