Doctor HORACIO ULISES BARRIOS SOLANO, Premio Nacional de Ciencia “JOSÉ CECILIO DEL VALLE”

Por ser hoy 31 de diciembre último día del año reproduzco un segmento del Sermón predicado la mañana del domingo 15 de marzo de 1863 por Charles Haddon Spurgeon a quien llamaron  el predicador del pueblo y fue en el Tabernáculo Metropolitano, Newington, Londres traducido al español por Allan Román el 28 de febrero 2013, el mismo se basa en la siguiente cita bíblica: Primer Libro de Samuel 7:12.“Tomó luego Samuel una piedra y la puso entre Mizpa y Sen, y le puso por nombre Ebenezer, diciendo: Hasta aquí nos ayudó Jehová”.

“Esta mañana hay tres cosas de las que quiero hablar; tres cosas pero que son únicamente una esta piedra de ayuda llama a la reflexión respecto al lugar de su erección, a la ocasión de su edificación, y a la inscripción que llevaba.

  1. Las tribus desarmadas se habían reunido para adorar. Cuando los filisteos se enteraron de la reunión, sospecharon una revuelta. Un levantamiento no estaba contemplado en aquel momento, aunque sin duda los corazones del pueblo albergaban la esperanza de que serían liberados de una manera o de otra. Siendo los filisteos, como nación, muy inferiores en número a los hijos de Israel, tenían la desconfianza natural que invade a los opresores débiles. Si ha de haber tiranos, que sean fuertes, pues nunca son tan recelosos o crueles como esos pequeños déspotas que siempre están temiendo alguna rebelión. Oyendo que el pueblo se había reunido, los filisteos resolvieron atacarlos; fíjense: atacar a un grupo desarmado que se había reunido para adorar. La gente estaba alarmada; era natural que lo estuviera. Samuel, sin embargo, el profeta de Dios, estuvo a la altura de la ocasión. Les mandó que trajeran un cordero. No sé si el cordero fuera ofrecido según los ritos de Levítico, sin embargo, los profetas en todas las épocas tenían el derecho de prescindir de las leyes ordinarias. Esto era para mostrar que la dispensación legal no era permanente, que había algo que era superior al sacerdocio de Aarón, de tal manera que Samuel y Elías, hombres en quienes Dios moraba expresamente, eran más poderosos que los sacerdotes que oficiaban ordinariamente en el santuario. Samuel toma el cordero, lo coloca sobre el altar, lo ofrece, y cuando el humo se eleva al cielo, Samuel ofrece una oración. La voz del hombre recibe una respuesta de la voz de Dios; un gran trueno deja consternados a los filisteos que salen huyendo.
  2. Tienes que leer, antes que nada, la palabra que está en el centro, la palabra de la que depende todo el sentido y en la que se concentra su plenitud. “Hasta aquí nos ayudó Jehová”. Noten, amados, que no se quedaron quietos ni rehusaron usar sus armas, sino que mientras Dios estaba tronando ellos estaban peleando, y mientras los relámpagos estaban centelleando en los ojos del enemigo, ellos les hacían sentir la potencia de su acero. Así que a la vez que glorificamos a Dios no debemos negar ni descartar la agencia humana. Nosotros tenemos que luchar porque Dios lucha por nosotros. Debemos golpear, pero tanto el poder para golpear como el resultado de golpear tienen que venir de Él. Adviertan que ellos no dijeron: “Hasta aquí nos ayudó nuestra espada, hasta aquí nos animó Samuel”. No, no, “hasta aquí nos ayudó Jehová”. Tienen que admitir ahora que todo lo que es verdaderamente grande tiene que ser del Señor. No pueden suponer que algo tan grande como la conversión de los pecadores o el avivamiento de una Iglesia puedan ser jamás la obra de un hombre. En el río Támesis, cuando la marea se aleja, se puede ver que hay un largo trecho de cieno fétido y pútrido, pero más tarde la marea regresa. Pobre incrédulo, tú que pensabas que el río se iba a quedar sin agua hasta estar completamente seco y que los barcos iban a encallar, mira, una vez más la marea regresa llenando alegremente otra vez la corriente. Pero tú estás muy seguro de que un río tan grande como el Támesis no ha de ser llenado excepto por las mareas del océano. Entonces no puedes ver grandes resultados y atribuirlos al hombre. Cuando se realiza una pequeña obra, los hombres a menudo se otorgan el crédito, pero cuando se realiza una gran obra, no se atreven a hacerlo. Si Pedro hubiera estado lanzando su anzuelo sobre un costado del barco y hubiera capturado un gran pez, habría podido decir: “¡Bien hecho, pescador!” Pero cuando el bote estaba lleno de peces de tal manera que comenzaba a hundirse, no podía pensar en él entonces. No, antes bien cae de rodillas y dice: “Apártate de mí, Señor, porque soy hombre pecador”. La grandeza de nuestra obra nos compele a confesar que debe ser de Dios, que debe ser sólo del Señor. Y, queridos amigos, ha de ser así si consideramos lo poco con lo que comenzamos. Jacob, cuando se aprestaba a cruzar el Jordán, dijo: “Con mi cayado pasé este Jordán, y ahora estoy sobre dos campamentos”. Ciertamente el hecho de que estuviera sobre dos campamentos debía ser obra de Dios, pues él sólo tenía su cayado. ¿Y no recuerdan, unos cuantos de ustedes aquí presentes, que una mañana pasamos este Jordán con un cayado? ¿Éramos un centenar cuando les prediqué por primera vez? Qué cantidad de reclinatorios vacíos, cuán escaso puñado de oyentes. Con el cayado pasamos ese Jordán. Pero Dios ha multiplicado a la gente y ha multiplicado el gozo, hasta convertirnos no sólo en dos campamentos, sino en muchos campamentos; y muchos en este día se están reuniendo para oír el Evangelio predicado por los hijos de esta iglesia, que han sido engendrados por nosotros y enviados por nosotros para ministrar la palabra de vida en muchas aldeas y villorrios a lo largo de estos tres reinos. Gloria sea a Dios porque esto no puede ser una obra del hombre. ¿Cuál esfuerzo hecho por la sola fortaleza del hombre habría de igualar lo que es alcanzado por Dios? Entonces, el nombre del Señor ha de ser inscrito sobre la piedra del memorial. Yo soy siempre muy celoso acerca de este asunto. Si como una Iglesia y como una congregación, si como individuos no le damos siempre la gloria a Dios, es totalmente imposible que Dios obre por medio de nosotros. He visto muchos prodigios, pero no he visto todavía a un hombre que se arrogara el honor de su obra para sí, a quien Dios no dejara solo tarde o temprano. Nabucodonosor dijo: “¿No es ésta la gran Babilonia que yo edifiqué?” Contemplen aquel pobre lunático cuyo pelo creció como plumas de águila y sus uñas como las de las aves: ese es Nabucodonosor. Y eso habrán de ser ustedes, y eso habré de ser yo, cada uno a su manera, a menos que nos contentemos con darle toda la gloria a Dios. Ciertamente, hermanos, seremos una pestilencia en la nariz del Altísimo, algo ofensivo, algo incluso como carroña delante del Señor de los Ejércitos, si nos arrogamos cualquier honor. ¿Para qué envía Dios a sus santos? ¿Para que sean semidioses? ¿Hizo Dios fuertes a los hombres para que se auto exaltaran hasta llegar a Su trono? ¿Cómo, acaso el Rey de reyes te corona con misericordias para que tú pretendas tener señorío sobre Él? ¿Cómo, acaso te dignifica para que usurpes las prerrogativas de Su trono? No; tienes que venir con todos los favores y honores que Dios ha puesto en ti, y arrastrarte hasta el pie de Su trono y decir: ‘¿Quién soy yo, y qué es la casa de mi padre para que te hayas acordado de mí? “Hasta aquí nos ayudó Jehová”.

Por tanto, yo les pido dilectos ciberlectores, que por unos instantes en esta mañana fijen sus pensamientos en su Dios en conexión con ustedes mismos; y, mientras rememoramos a Samuel amontonando las piedras y diciendo: “Hasta aquí nos ayudó Jehová”, pongamos el énfasis en la palabra “nos” y digamos: “Hasta aquí Jehová nos ayudó A NOSOTROS”, y si pudieran ponerlo en singular, y pudieran decir: “Hasta aquí me ayudó Jehová A MÍ”, sería mucho mejor”. Lo cual para mi Familia y Yo es una verdad meridiana.

FELIZ AÑO NUEVO

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