Por Rafael Delgado Elvir
Economista. Catedrático universitario

No hay lugar para dos partidos conservadores. Mucho menos existe espacio para que uno de los partidos, controlado por la corrupción y el narcotráfico, desbarate al país y el otro para que guarde silencio. Es demasiado cara esa estrategia para el presente y el futuro del país de neutralizar a una fuerza política que, pese a su traumático proceso de división vivido en la última década, sigue siendo una fuerza importante que aún puede inclinar la balanza entre la vida y muerte del país. Pero lamentablemente algo de eso ha ocurrido y atrapándolo entre los espurios beneficios que la estrategia de la tolerancia a la corrupción e impunidad trae a unos pocos, al Partido Liberal se le quiere condenar a convertirse en un remedo de partido, como de hecho han terminado otras instituciones políticas en Honduras.

Por eso, la decisión tomada por varios sectores representativos del Partido Liberal, incluyendo a sus autoridades centrales, de reorientar su curso para hacer una oposición a la actual camarilla nacionalista de JOH ha sido una decisión correcta enmarcada en una preocupación genuina por el deterioro evidente del país y por una voluntad seria de rescatarlo de sectores que no han dado soluciones a los problemas más urgentes del país en los últimos años. Resulta inaceptable para una gran cantidad de liberales y también para millones de hondureños sin preferencias partidarias marcadas, que frente a la crisis política y social por la que pasamos, frente a tanta evidencia de fracaso por parte de la cúpula gobernante, todavía haya disposición de algunos para negociar, callar y seguir el curso que se les indique desde el Partido Nacional.

El Partido Liberal pasó ya sus peores momentos. Desgarrado internamente en la última década, tuvo que ver cómo muchos corrían para todos lados buscando salir de una casa que amenazaba con derrumbarse. Había razones de peso para hacerlo, pero se buscó refugio en otras instituciones, pero estas tampoco construyeron sobre bases sólidas como para servir como nueva casa. Sin embargo, la situación cambió sustancialmente imponiendo extraordinarios retos a las fuerzas democráticas. Ahora en un espectro multipartidario de varias fuerzas políticas con posibilidades de triunfo y una buena cantidad de iniciativas políticas surgiendo al amparo de la cúpula gobernante, es cuando la institución de 129 años debe mostrar un perfil claro ante lo que está ocurriendo en todos los campos de la vida del país.

Cargando la doctrina del liberalismo social sobre las espaldas, es hora de ponerla a funcionar y así expresar claramente a través de sus autoridades centrales, con la bancada en el Congreso Nacional y la buena cantidad de alcaldes y regidores gobernando en los municipios un rechazo a la ilegalidad imperante; una clara desaprobación a la corrupción rampante que cubre tanto al sector público como al sector privado; un apoyo sin compromisos para adecentar el proceso electoral y para avanzar a verdaderas reformas electorales. Creo que son tiempos de crisis y es cuando precisamente más claras se ponen las alternativas: tomar el camino de la oposición consecuente contra la corrupción y la ilegalidad o convertirse en apéndice de los que abusan del poder en su afán de perpetuarse allí.

Habrá errores que han seguido afectando la vida de la institución política, pero es un gran paso en la dirección correcta poner al PL en sintonía con los anhelos de todo hondureño que exigen combatir la ilegalidad, la corrupción y el narcotráfico. Ojalá que eso pese mucho más que cualquier otra consideración a la hora de discutir y plantear la unidad del partido. Los ánimos electoreros se calientan sin que exista evidencia de algo novedoso. Es entonces la hora para iniciar trabajando alrededor de las ideas y los programas que deberán ser la base de un gobierno que finalmente haga un giro fundamental en la manera de dirigir nuestro maltratado país.

delgadoelvir@yahoo.com

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