El Heraldo

TEGUCIGALPA, HONDURAS.- Ni la represión, órdenes de captura, atentados, intentos de secuestro, el machismo o la indiferencia hacia su causa han logrado que Miroslava Cerpas retroceda en su lucha por la defensa de los derechos humanos.   Han sido esa determinación y entrega las que le permiten ser homenajeada este lunes a nivel mundial al recibir el premio ‘William D. Zabel 2019’ en Nueva York, Estados Unidos.   

Reconocidos defensores de derechos humanos de diversas nacionalidades han sido galardonados con este importante reconocimiento, el cual se otorga cada año por parte de Human Rights First (Derechos Humanos Primero), como muestra de respeto y agradecimiento ante la obra que los defensores realizan en sus países o regiones.   Tras muchos años de lucha, Miroslava Cerpas ha logrado colocar su nombre en la historia, al ser elegida como la defensora del año y, de esta forma, se convirtió en la primera mujer hondureña y la segunda mujer latinoamericana -después de la brasileña Sandra Carvalho- en figurar en esta lista.  

La joven de 26 años se involucró desde muy niña en la defensoría de los grupos vulnerables. Siendo hija de una maestra, creció viendo a su madre luchar por el derecho a la educación pública y las mejoras laborales para los educadores, por lo que desde ese momento entendió que su propósito en el mundo era seguir su ejemplo y velar por las demás personas.   

Cerpas integró movimientos estudiantiles en su época como alumna de magisterio en la Escuela Normal Mixta Pedro Nufio de Tegucigalpa y, junto a sus compañeros, luchó contra la privatización de la educación. Sin embargo, al confrontar a los grupos de poder, fue objeto de represión y amenazas que la llevaron a vivir en Costa Rica en el exilio, lejos de su familia y sus costumbres, con el fin de intentar salvaguardar su vida e integridad física.

A los 19 años la joven regresó a su país y decidió trasladarse hacia el municipio de Guajiquiro en el departamento de La Paz, occidente de Honduras, para defender los derechos de las niñas y las mujeres de la tribu lenca, quienes sufrían una alta incidencia de abusos sexuales y matrimonios forzados.

Empero, al ser una mujer que se enfrentaba al machismo que imperaba en la zona y en las mismas organizaciones de derechos humanos, fue víctima de intimidación y persecución, ya que -según explicó a EL HERALDO- ‘no es lo mismo ser mujer defensora, que ser hombre defensor en una comunidad machista’.

‘No me arrepiento de ningún caso que representé y que defendí, sin importar lo que me haya costado’. Miroslava Cerpas   Luego de permanecer mucho tiempo en ese sector de Honduras, Cerpas regresó a Tegucigalpa para trabajar con personas que huían de la violencia ejercida por los grupos criminales que dominan muchas comunidades del país. Dedicó todo su empeño a los desplazados y refugiados.   Y mientras Miroslava intentaba arrebatarle víctimas al crimen organizado, la violencia tocó a su puerta un 31 de octubre, cuando recibió la noticia de que su padre había sido asesinado a inmediaciones del mercado Mama Chepa de Comayagüela.

Aparentemente, el homicidio fue a causa de una represalia por parte de criminales que exigían el pago de la extorsión al pequeño negocio de transporte que él había comenzado a impulsar.   A pesar de que le quitaron a una de las personas que más amaba, ese hecho criminal fue el momento determinante cuando se propuso hacer su parte para evitar que más familias sufrieran a causa de la violencia. Además, el apoyo de su madre fue fundamental para aprender de esa amarga experiencia.   

‘Ustedes no van a tener rencor, no van a buscar venganza, probablemente ese niño que asesinó a su padre fue reclutado por un grupo criminal en su comunidad y fue obligado a cometer esta acción’, fueron las palabras que le dijo su madre y de las que Miroslava toma fuerza cada vez que piensa en por qué hace lo que hace. ‘Si me preguntan por qué ayudo a la gente, yo les digo, porque el sistema me quitó a mi padre’, reflexionó Cerpas.

  Posteriormente, mientras crecía en conocimiento sobre los derechos humanos, Miroslava se formó académicamente como abogada, por lo que a través de los años, ha representado a muchos de los casos que ha conocido en su rol como defensora.  Nadie es profeta en su tierra  Actualmente, la hondureña se desempeña como coordinadora del área de Movilidad Humana del Centro de Investigación y Promoción de los Derechos Humanos (Ciprodeh), donde vivió una de las experiencias que más han marcado su vida: la caravana de migrantes.   

El 12 de octubre de 2018, Miroslava se presentó a la gran terminal de buses de San Pedro Sula, luego de enterarse que había una multitud de personas reuniéndose para salir de Honduras con rumbo a Estados Unidos. ‘Cuando llegué vi ancianos, niños, personas con discapacidad, huyendo de su país, era como ver miles de los casos que atiendo a diario’, comentó conmovida.    ‘Si me preguntan por qué ayudo a la gente, yo les digo, porque el sistema me quitó a mi padre.

Miroslava Cerpas  Al caminar junto a sus compatriotas, Cerpas conoció las historias de muchos de ellos, sufrió a su lado el cansancio, la intemperie y el hambre. ‘Ese fenómeno no era una caravana de migrantes, sino una caravana de refugiados, ya que al final, la migración es la consecuencia de todas las crisis del país’.   ‘La gente no se va porque quiere, se va porque la obligan, el principal motivo es por la desprotección del Estado, ellos huían de la inseguridad, de la violencia, había gente que se fue porque estaba siendo forzada a entrar a una mara, todos ellos buscaban refugio, pero no lo encontraron y hoy temo que algunas de las personas que atendí y que fueron retornadas puedan estar muertas en este momento’, lamentó.  

 Después de acompañar a los migrantes y saber que muchos estaban siendo retornados a Honduras sin protección, la defensora de derechos humanos decidió viajar a Estados Unidos para intervenir por ellos ante las autoridades migratorias y senadores de ese país, a quienes les mostró pruebas del riesgo que corrían y testificó en favor de ellos.   ‘Fueron dos contextos horribles, porque después de caminar junto a esta gente que quería llegar a Estados Unidos tuve que subirme a un avión, porque yo sí podía llegar a Washington y eso me dolió’, relató la hondureña.   

Fue gracias a su proyección con los refugiados que muchos recibieron apoyo y hoy, a un año de la salida de la caravana de migrantes, ha sido elegida para recibir el premio, pero explica que aunque está satisfecha al saber que con su trabajo ha ayudado a otros, a la vez se siente triste. Esta labor se hizo por el dolor de su pueblo, el verdadero dueño de dicho galardón.

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