Por: SEGISFREDO INFANTE

            En un viaje aéreo entre Tegucigalpa y Ciudad de Panamá, puse mis ojos sobre una “Antología poética del Interiorismo”, publicada por Ateneo Insular Internacional en el año 2015, en cuyo volumen se encuentran reunidos unos sesenta y dos poetas dominicanos de ambos sexos. No logré leerlos a todos, pues de Panamá hasta República Dominicana apagaron las luces del avión. Pero algo logré alcanzar, o intuir, que de aquella variada obra poética los escritores antologados exhiben, pese a sus notables diferencias, un denominador común: el “Interiorismo”.

            Antes de dicho viaje pocas veces había oído hablar de tal concepto. Recuerdo que en San Pedro Sula, en los comienzos del presente siglo, había coexistido un joven sacerdote católico encargado de organizar y animar a un grupo de poetas jóvenes bajo las alas del “Interiorismo”, con el respaldo de la revista “Criticarte”. Me refiero al sacerdote y poeta Fausto Leonardo Enríquez (de apellido sefardita), quien según me informaron sus amigos dominicanos, ahora vive y canta en unas islas mediterráneas, jurisdicción de España.

            Por mis propias conjeturas he podido inferir que el concepto de “Interiorismo” conecta con la poesía y con la prosa mística de Europa, especialmente con algunos escritores y pensadores españoles renacentistas. Creo que el epicentro del “Interiorismo” poético de República Dominicana se localiza, más allá de las fronteras geográficas marítimas, en el texto y contexto de la obra de Juan de Yepes (1542-1591), o sea el carmelita descalzo más conocido como “San Juan de la Cruz”, y que ha sido postulado como el santo patrono de los poetas, después de varios siglos de haber quedado atrapado en el ingrato e ignorante olvido. Aparte de haber sido, previamente, difamado y perseguido por algunos de sus propios hermanos religiosos: los carmelitas calzados y otros.

            En el caso de República Dominicana, el líder indiscutible del movimiento interiorista es el incansable filósofo y lexicógrafo don Bruno Rosario Candelier, uno de los escritores más cultos y formidables de América Latina, quien han publicado hasta la fecha más de cincuenta libros de filosofía, poesía, novela, diccionarios y otros subgéneros afines a su vocación y su profesión, en donde la metafísica, en el buen sentido aristotélico del término, se ha convertido en el eje de sus quehaceres intelectuales.

            Justamente, para redactar este artículo, del conjunto de la obra disponible de Bruno R. Candelier, he colocado frente a mis ojos su libro “La Dolencia Divina: conciencia mística y espiritualidad” (2016), que a mi juicio condensa su pensamiento filosófico, teológico y literario. E ilumina su accionar como promotor desprendido y casi silencioso de la cultura dominicana. Para “Don Bruno” existe una mística teológica, razón por la cual ha creado en sus múltiples ensayos una serie de neologismos, entre ellos el de “teopoesía”, que se desprende  de la vida íntima y empalma con el “Interiorismo” en particular.

            Como buen conocedor de la filosofía griega, B.R. Candelier recuerda con seguridad que los poetas fueron excluidos del proyecto platónico de la “República”, el “Político” y las “Leyes”, con diversos grados de aproximación al tema del Estado ideal. Platón los excluye porque los poetas se encuentran tocados por la locura de las “musas” y los “dioses” del panteón griego. Esto significa, para expresarlo en términos del mismo Bruno Candelier, que los poetas y los místicos padecen de una “dolencia divina”. Deseo suponer que se trata de  grandes poetas trágicos como Esquilo, Sófocles y Eurípides (incluyendo al complicado comediante Aristófanes), dejando por fuera a los malos poetas que envidiaron, difamaron, calumniaron, persiguieron y asesinaron directa e indirectamente al gran Sócrates.

            No puedo, en tan breve espacio, enumerar a los sesenta y dos poetas intimistas incluidos en la “Antología poética del Interiorismo”. Ni mucho menos comentarlos. Sin embargo, debe quedar constancia que sí los he leído, a pesar que ahora, bajo la sombra amarilla de mi permanente otoño, soy más lento y cuidadoso al momento de leer. Creo que en este punto resulta más que saludable citar algún fragmento de la obra filosófica (y filológica) de don Bruno Rosario Candelier, cuya erudición va más allá de todo límite acostumbrado. Veamos: “La experiencia mística, en tanto fenómeno de conciencia, permite al contemplativo trascender la experiencia ordinaria y compenetrarse con la energía que apela a lo divino. La reflexión y la vivencia de ese fenómeno prohijaron el Misticismo, la corriente espiritual más alta de la sabiduría humana. Todos los pueblos del mundo, en sus diferentes razas y culturas, tienen una dimensión contemplativa y mística. Y, desde luego, también tienen sus sabios, iluminados y poetas místicos.”

            Ignoro si podré retornar algún día a Santo Domingo. Pero en algún momento subrayé sinceramente, espontáneamente, a mis amigos académicos y poetas, que una parte de mi corazón se encuentra en la tierra de Pedro Henríquez Ureña y de Bruno Rosario Candelier, cuyos libros disfruto cada vez que la buena suerte lo depara. ¡¡Sea!!

            Tegucigalpa, MDC, 09 de febrero del año 2020. (Publicado en el diario “La Tribuna” de Tegucigalpa, el domingo 16 de febrero de 2020, Pág. Siete). (Se reproduce también en el diario digital “En Alta Voz”).      

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