DOCTOR HORACIO ULISES BARRIOS SOLANO Premio Nacional de Ciencia “JOSÉ CECILIO DEL VALLE

8 de noviembre de 2021

En este artículo mis dilectos ciberlectores sucintamente van a leer de detalles sobre la epopeya bélica de La Batalla de La Trinidad que indubitablemente cubrió de gloria e inmortalizó al General JOSÉ FRANCISCO MORAZÁN QUESADA El Paladín de la Unión Centroamericano por excelencia y en mi opinión, personalísima, dicho sea de paso, es algo parecido a La Batalla Austerlitz para NAPOLEÓN BONAPARTE conocida también como La Batalla de los tres Emperadores; eso sí, leerán trozos sacados de los anales de la historia del temperamento de este eximio estadista, militar y político; destacando El Héroe de Dos Ríos lo siguiente “la sombra de Bolívar, que soñó para la América del Sur una sola nación… y la sombra de Morazán, incrustando en su espada triunfante las cinco repúblicas de la América del Centro”.

Así las cosas, a escasos 3 días de cumplirse 194 años de la gesta heroica del mártir de la unión de Centro América reproduzco parcialmente un escrito de 1942 de la autoría de un conspicuo Caballero de la Escuadra y Compás, Médico y Cirujano, Copaneco y Ex Ministro de Salud, me refiero a JOSÉ  ANTONIO PERAZA CASACA; el escrito de mérito forma parte de un pequeño folleto y otros libros más de vieja data que por la generosidad de las dilectas damas doña: Josefina y Cecilia Elvir llegó a nuestras manos y hago lo propio con aquellos que sin darme cuenta de sus nombres me favorecen leyendo las cuartillas que de vez en cuando me da por emborronar y cuya transcripción es la siguiente:

“El Morazán hombre de nuestro relato, no es un tipo de leyenda o de fábula, sino un ser viviente, dueño de su espíritu y poseedor de excelentes cualidades y grandes virtudes. Dice uno de sus biógrafos: “Era de carácter alegre, agradable y cortés, tan simpático que no había persona que al tratarlo no se sintiera atraída hacia él. Dice otro: “Era blanco, delgado, recto, marcial, de continente digno y sereno, agradable y simpático; de suaves maneras, acción desenvueltas y palabra fácil.” Nosotros, desde la escuela, cada vez que el maestro nos hablaba de él, lo imaginábamos bello, hidalgo y valiente como un héroe de leyenda, como el Perseo de la mitología griega, como el [1]Caballero Lohengrin de las tradiciones alemanas. Pero en realidad, ahora que hemos vislumbrado su vida a través de la Historia, nos encontramos frente a un hombre de magníficas cualidades: valiente, recto, sincero, de sencillos modales y finura en el trato; en una palabra, ante un perfecto y cumplido caballero.

Nos dice la Historia que nunca fue ambicioso ni egoísta; que despreció siempre el lujo por considerarlo muy superficial a la elevación de su espíritu, y que a pesar de que ganó sus galones en los campos de batalla, sólo una vez se le vio vestido de militar. Fue amigo de todos los humildes; nunca trató de rebajar a sus subalternos, ni mucho menos considerarse superior a ellos; y cuando hablaba de su persona, se refería con moderación y comedimiento. Hombre de inteligencia clara y cultivada, jamás se envaneció con el triunfo ni tampoco se ofuscó por la pasión del mando, y cuando trataba de sus hazañas de guerra, prefirió siempre ponerlas en boca de sus oficiales.

Y ese hombre bueno, humilde, modesto, valeroso e inteligente, legó a la Historia de Centroamérica, la cosecha más grande de heroísmo y dignidad, que por sólo ese hecho, sería suficiente para calificársele como uno de los hombres más grandes de nuestro Continente.

Con un puñado de voluntarios derrotó a Milla en “LA TRINIDAD” su primera gran batalla. Casi en la inminencia de un desastre, hizo de “La Hacienda de Gualcho” la victoria más significativa de sus armas; y paseó triunfalmente su figura por la ciudad de San Salvador, no sin antes derrotar en “San Antonio” Al Teniente Coronel Aycinena, a quien le concedió, por un acto de generosidad, el libre regreso a Guatemala.

De jornada en jornada y de victoria en victoria, con su “Ejército Aliado Defensor de la Ley” entró triunfalmente a la ciudad de Guatemala, en la mañana del 13 de abril de 1829, después de haber vencido a su enemigo en las célebres batallas de “Mixco, San miguelito y Las Charcas”, la capitulación que dio origen a la caída de Guatemala fue un documento notable por lo humano y piadoso: en él se especificaba la rendición sin crueldad, con respeto para las vidas y las propiedades de los contrarios y con la entrega de los pasaportes para los que quisieran salir fuera de la República o alojarse en algún lugar de ella. La Asamblea de Guatemala con fecha del 30 de abril, lo declaró “Benemérito de la Patria” y se acordó condecorarlo con una “Medalla de Oro.”

Pero sus enemigos no perdían tiempo para hacerle dificultades, y el Coronel Domínguez, a quien había derrotado en la Hacienda de Gualcho, apareció fomentando una revolución en Honduras, por lo que tuvo que salir de Guatemala para sofocarla.

Una vez en Honduras, tomó posesión de la Jefatura del Estado para la que había sido electo con anterioridad; y puesto ahí, lanzó una proclama a los rebeldes, obligándolos a rendirse, sin disparar un solo cartucho, en el lugar llamado “Las Vueltas del Ocote.”

En el año de 1830 ganó por elección popular, el alto cargo de “Presidente de la república de Centroamérica”, tomando posesión el 14 de septiembre de ese mismo año, en la ciudad de Guatemala.

Morazán inició su período con un sinnúmero de reformas que lo revelaron como un verdadero Hombre de Estado. Reglamentó la Instrucción Pública; estableció una Academia incluyendo en ella el Colegio de Abogados, la Universidad de San Carlos y el Protomedicato; protegió las industrias, decretó la libertad de imprenta; y reconoció la igualdad de las clases sociales, tomando en cuenta únicamente la competencia de las personas. Dictó leyes para mejorar la Hacienda Pública y favoreció la inmigración de los extranjeros. Dice el historiador Marure que fue respetuoso y sumiso a la ley, acatando siempre los cuerpos representativos de la nación y en medio de lo espinoso de las circunstancias supo mantener la respetabilidad del mando, haciéndolo al mismo tiempo suave y apetecido de todos.

Pero por el portugués Tata Pinto Morazán y Villaseñor fueron fusilados el 15 de septiembre de 1842, día de la Independencia de la Patria, en San José de Costa Rica. Morazán no perdió la serenidad en su última prueba. Dirigiéndose a Villaseñor, le dijo: “Querido amigo, la posteridad nos hará justicia”; y después pidiendo la voz de mando del piquete de soldados que lo ejecutarían, les corrigió la puntería y de pie, con “la cara al sol” y la firmeza de un apóstol, así como mueren los hombres de verdad les dijo: “apuntad bien hijos; ahora bien…fuego”. Una segunda descarga terminó con la vida preciosa del hombre que fue para sus compatriotas dueños, señor y amigo; y para la Historia de Centroamérica, el máximo exponente del patriotismo y la dignidad ciudadana.

Así murió aquel hombre: soldado del ideal unionista y valiente defensor de la Democracia Universal! Murió como deben morir los hombres para los que el tránsito por la vida, responsabilidad y deber! Y para Morazán eso fue la vida: responsabilidad y deber. Responsabilidad ante la Historia, que hoy depurada, después de un siglo nimbado por el resplandor de la gloria. Deber ante la Patria, por la que sacrificó su vida, dejando a la juventud una herencia de dignidad, tan solo comparable a la que dejan en su calvario los hombres justos de la tierra.


[1] Fuente lecturas del autor: es un héroe de las leyendas medievales alemanas. Es un caballero misterioso que, conducido por un cisne, acude en ayuda de la princesa Elsa de Brabante. El héroe se une a la princesa con una condición: nunca debe preguntarle por su origen y cuando se lo pregunta la abandona.

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