Por: SEGISFREDO INFANTE

            Quizás las mayores presiones psicológicas que los individuos y colectividades han padecido y podrían experimentar, es en el momento en que las ciudades y los pueblos son sitiados por campañas militares de cualquier índole. Ya se trate de invasiones extranjeras o de guerras civiles; de conflictos defensivos y ofensivos, sean justos o injustos. Los ejemplos históricos son múltiples. Hubo ciudades acorraladas cuyos habitantes además de sufrir hambre, sed, incendios y los repetidos ataques de los sitiadores día y noche, fueron contagiados deliberadamente con infecciones como el “cólera-morbo” y la peste negra, en tiempos antiguos, en la “Baja Edad Media” y en los siglos modernos.

El famoso “cólera-morbo”, que en cierto momento se refermentó en Bangladesh y la India, se expandió como pandemia por Asia y Europa, hasta llegar al continente americano, particularmente a Centro América, en los días en que se libraban terribles y cruentas batallas entre las fuerzas lideradas por Francisco Morazán y Mariano Gálvez, por un lado, y los seguidores de Manuel José de Arce, el famoso clan de Mariano de Aycinena y el mestizo Rafael Carrera Turcios, por diversos lados. Aquellas pestes fueron utilizadas, propagandísticamente, por los más supersticiosos y rencorosos, tanto en Europa como en Guatemala, para arrastrar agua a sus molinos particulares.

Claro está que las presiones psicológicas y corporales a veces resultan inesperadas y tremendas, cargadas de angustiosas emociones, como cuando se anuncia una posible “Tercera Guerra Mundial”, cada ciclo temporal. Recuerdo haber hojeado dos libros sobre este tema. El primero del controversial expresidente de los Estados Unidos Richard M. Nixon: “La tercera guerra mundial ha comenzado”, que se publicó en español en 1980. Y el segundo, del general australiano Sir John Hackett: “La Tercera Guerra Mundial”, libro erudito publicado en español en 1985, como si se tratara de una guerra hipotética en la línea de la ciencia-ficción. En verdad que en la historia reciente hemos percibido (acertada o erróneamente) síndromes de una guerra planetaria, respecto de la cual los seres humanos como especie jamás hemos sido consultados. Pero las presiones han sido atroces, como cuando se escenificó la crisis de los misiles atómicos en octubre de 1962. Por suerte John F. Kennedy y Nikita Kruschev eran los dirigentes máximos, dos hombres voluntariosos con una gran capacidad de negociación.

Hoy en día, las presiones emergen en todas partes. La quiebra estrepitosa del “Silicon Valley Bank” y del “Signature Bank” en Estados Unidos, con sus probables efectos colaterales, significan un síndrome en medio de una crisis planetaria más o menos generalizada, con una guerra regional europea de por medio y una inflación creciente, en unos países más que en otros. Las explicaciones y justificaciones de los defensores de las economías financieras de burbuja, serán muchas y diversas. Pero quizás pierdan de vista, según mi modo de ver, que los técnicos y tecnócratas de “Silicon Valley” transfirieron, en las últimas tres décadas, la mayor parte de su saber y de su poder tecnológico hacia China Popular, en tanto que habían endiosado las políticas de los mercados ausentes de regulación. No consideraron, pareciera ser, los factores ideológicos y geopolíticos que, como zorros gigantescos, saltan a media noche en los cruces de caminos. Este es uno de los tantos problemas que surgen cuando los “expertos” o los “especialistas” nada saben de “Historia Universal” ni mucho menos de las rivalidades ideológicas: subterráneas y contemporáneas. Nunca previeron una posible “guerra de aranceles” entre dos socios claves en la esfera mundial, es decir, Estados Unidos y China Popular. Tampoco consideraron las tensiones geopolíticas de baja intensidad, pero que casi siempre están escondidas en el horizonte, y saltan a la vista dependiendo de quiénes sean los gobernantes específicos de cada país o región.

Aquí se podría revalorar, con ojo crítico y severo, la añeja teoría de los héroes o personajes históricos del pensador escocés Thomas Carlyle, que inciden positiva o negativamente sobre los escenarios históricos. Es más, a veces inciden con ambigüedad, procurando heridas, caos y bienestar consciente o inconscientemente hacia el resto de una sociedad en particular; o hacia los seres humanos en general.

Las experiencias pueden ser también de orden individual. Un ejemplo es que he estado hospitalizado cuando menos en tres eventualidades. Pero experimenté una inmensa presión psicológica y física cuando estuve sólo cuatro días y cuatro noches interno en el “Seguro Social”, por causa de una gastritis cuasi mortal, en medio de la ebullición de la pandemia del “Coronavirus”. Durante aquellos cuatro días y cuatro noches apenas dormí unos quince o treinta minutos. Sin embargo, nunca olvido la excelente atención de los médicos de turno y de la singular enfermera Dexi Cruz.

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