Juan Ramón Martínez
Ante el silencio de los opositores en el ejercicio de nuestros compromisos pedagógicos estamos obligados corregir a Rixi Moncada. Además, por respeto ciudadano y pudor intelectual. En principio la riqueza de un país está representada por la iniciativa, inventiva y trabajo de sus habitantes, que utilizando los recursos: tierras, agua, sol, cercanía a mercados, medios de comunicación, producen bienes y servicios para el mercado interno y para las exportaciones con las que adquieren bienes de capital y compran los artículos que no se producen localmente.
La utilización de esos recursos ha estado siempre en manos de los particulares. El gobierno no produce nada. En un tramo la producción estuvo en manos de capitalistas locales; y después en las de estos y empresarios extranjeros que vinieron llamados por Marco Aurelio Soto y Luis Bográn –que descubrieron que no teníamos suficiente población emprendedora para producir riqueza– a “poblar estos desiertos”.
No había Bancos, de modo que el ahorro local no era suficiente para dar préstamos para que los particulares pudieran hacer inversiones. La única fuente crediticia eran las Cofradías de la Iglesia Católica. Pero estas fueron suprimidas por la Reforma Liberal, separando a la Iglesia del Estado, dejándole al Gobierno en representación de este, tareas que antes le correspondía a aquella.
Primero exportamos zarzaparrilla – y los llamados “productos del país” – y ganado en pie por El Salvador hacia Guatemala, con magros resultados. Después oro y plata, cocos y bananos. Los productores nacionales y las primeras plantaciones bananeras estaban en Tela, Yoro. Por falta de capital, cedieron los espacios para la exportación a los estadounidenses que tenían acceso al crédito y contactos en los mercados. Gracias a esa actividad Honduras logró abrir su Costa Norte, pantanosa e inhabitable. Cortés, El Progreso y San Pedro Sula se convirtieron en grandes ciudades y dieron principio al capitalismo que hoy genera riqueza suficiente para tener un nivel de vida superior a Cuba, Nicaragua y Haití.
Después de los años treinta cuando mejoraron las carreteras, el bosque fue origen de trabajo y riqueza. Capitalistas nacionales como los Zelaya y extranjeros como Sansone, Lamas, Babum, Sutton explotaron los bosques de Olancho, Francisco Morazán, Yoro y Colón. Con algunos de esos madereros trabajó como contratista y transportista Ramón Godoy padre de Rixi. El gobierno tuvo poco interés en la protección y regeneración del bosque. En 1975, los militares los nacionalizaron; creyendo que ellos eran “superiores” y que el gobierno podía generar riqueza. E incluso producir pulpa y papel. Ignorando que el bosque disponible en Manto no era propio para ello, crearon CORFINO. Uno de los últimos ejemplos de incompetencia e inhabilidad gubernamental para producir riqueza.
La riqueza nacional –vista en su conjunto y conocida como PIB– ha crecido lentamente; con mala distribución. Tanto entre la población, como entre ésta y el gobierno. Ahora la mayoría de la riqueza se la gasta el gobierno, que consume todo; y deja apenas un porcentaje mínimo para hacer inversiones de capital. O para mejorar el bienestar del pueblo. El Seguro Social lo confirma. Hay que achicar el gobierno, reducir la corrupción y racionalizar los impuestos.
El aparecimiento del sector informal es respuesta al gigantismo gubernamental. Y rechazo al manoseo de la ley; y por el que los particulares huyen de los burócratas para operar en libertad necesaria para la actividad privada. El que la mayor parte del empleo precario, lo produzca el SI, no es culpa de los empresarios formales. Es evidencia del modelo gubernamental clientelar que tenemos. Los empleos informales son precarios e inestables. Sin la protección correspondiente. De allí que no hay que ver en él, ni prueba de culpa del sector formal –que Rixi condena como “enemigos del pueblo”– sino como dificultad que impide el desarrollo. Y que hay que corregir.
Es decir que, en el fondo, el atraso del país no es fruto del cuento de las 10 familias. Eso es una simpleza. El subdesarrollo es multicausal. Provocado por la falta de instituciones económicas y políticas sólidas, que den seguridad al inversionista que estarán garantizados; y que no serán expropiados, cambiadas las reglas; o expulsados como ocurrió en Cuba. La inseguridad de los canadienses en Trujillo indica que estamos mal gobernados.
Que Rixi ignore estas cosas no es su culpa. Que quiera usarlas en campaña, en complicidad silenciosa de Nasralla y Asfura, es una muestra que la política en vez de buscar lo mejor es un engaño y una ofensa a los hondureños, que somos – incluidos los Moncada – la mayor riqueza de Honduras.

