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SIGFRIDA SHANTALL PASTOR, LA PRIMERA TRANSEXUAL HONDUREÑA

Martha Elena Rubí

No era olanchano, pero llegó a nuestra tierra siendo apenas un niño y creció con la identificación del territorio libre, con el orgullo de pertenecer a la pampa olanchana, era delicado como una flor, la naturaleza lo había dotado de ambos sexos, haciendo tenue la diferencia de géneros y prohibiéndole disfrutar plenamente de una condición anatómicamente definida, su incipiente órgano viril había sido hegemónico a la hora que sus padres decidieron darle un nombre y una definición masculina, pero dentro suyo pugnaba un comportamiento precisamente femenino.

Para protegerlo de ofensas y humillaciones mayores en el seno familiar, el amor de la madre lo cubrió, con el deseo vehemente de protegerlo del estigma social, pero él era más fuerte, tenaz y determinante que toda la censura social. Su padre murió siendo él apenas un niño.

Estudió odontología e instaló su clínica en Catacamas, la tierra que lo vio crecer, su elegante residencia destacaba en el centro de la ciudad, la opulencia era uno de sus distintivos y la distinción estaba presente en cada objeto y en cada rincón de su casa.

Llegó el día de la celebración de mis 15 años, después del Te Deum en la iglesia catedral, el cortejo de 15 parejas adolescentes se encaminó al Casino “Juticalpa”, donde ya esperaba el Conjunto “Los Juniors” para dar inicio a la fiesta que, en honor a mi onomástico, se festejaba, jóvenes y adultos se mezclaban en armoniosa euforia, en el lugar donde se daba cita lo más granado de la sociedad olanchana.

Amistades de mis padres y mías llegaban con regalos y sonrisas y entre ellos llegó Sigfredo, cargando un enorme presente:

– y a éste ¿quién lo habrá invitado? – pensé para mis adentros, ignorando la estrecha relación entre mi madre y él.

La hipocresía social fue la anfitriona esa noche, yo me olvidé de ella y me dediqué a divertirme.

Sigfredo no se conformó con su condición indefinida, un día escuchó hablar de los procesos transexuales y decidió operarse para acabar de una vez con el género que había invadido su cuerpo sin su consentimiento y viajó al extranjero para hacerse la cirugía afamada.

Un día regresó, ya no se llamaba Sigfredo, en lugar de eso, un nombre francés hacía gala de estreno en su nueva personalidad, fue la primera vez que la legislación hondureña reconocía a un transgénero como mujer: Sigfrida Shantall Pastor Arguelles.

La sociedad olanchana, contraria a todos los pronósticos de rechazo y estigma social, aceptó y hasta aplaudió la valentía de Sigfredo y se respetó su decisión, en adelante Sigfrida Shantall fue reconocida luminaria en los espacios en los que incursionaba, sin recibir señalamiento alguno por su cambio de sexo.

Los olanchanos, reconocidos machistas en Honduras, fuimos cuestionados en otras latitudes del país, pero la respuesta siguió siendo machista: es que en Olancho tenemos “guevos” hasta para cortarnos los “guevos”.

Una tarde acompañé a mi madre a Catacamas, con una de mis hermanas, la visita a la Dra. Shantall era infaltable, la acogida fue cálida:

– ¡hola Piedad! Muchachitas, pasen adelante, bienvenidas a esta su humilde casa – dijo con denodada amabilidad y manifiesta alegría, mientras avanzaba delante de nosotras mostrándonos su maravillosa vivienda. Yo miraba asombrada la excelente decoración, de las paredes colgaban pinturas de renombrados pintores antiguos, los muebles eran dorados estilo Luis XV, en cuyas mesas estaban colocados jarrones llenos de flores naturales, había espejos de cuerpo completo por todas partes y lámparas colgantes engalanaban la estancia, el piso estaba cubierto de alfombras persas, el lujo se paseaba por toda la casa, mientras en el jardín, visto desde una de las ventanas del segundo piso, se apreciaba un delicado juego de muebles de metal y en torno una amplia gama de plantas ornamentales que hacían una delicia a la vista y al olfato, yo estaba boquiabierta, nunca había visto tal esplendor, excepto en las películas, así era Sigfrida Shantall, una mujer hecha de luces.

Con la naturalidad de dos viejas amigas que se han hecho confidencias, la médico narró a mi madre de manera detallada, el proceso de convertirse en mujer y acto seguido lució su espléndida desnudez delante de nosotras, sus maravillosas piernas sin asomo de vello masculino, sus senos turgentes, su cintura estrecha en un cuerpo curvilíneo; solamente su grueso cuello y el asomo de la sombra de una pertinaz barba, que se resistía a desaparecer y que ella ocultaba bajo una gruesa capa de maquillaje, era los únicos restos de masculinidad que quedaban en el naciente cuerpo de mujer.

Pero junto a la opulencia vive la avaricia, la servidumbre de la doctora eran: un jardinero, una cocinera y una muchacha aldeana que se encargaba de la limpieza, ésta última tenía por novio un malviviente de la peor calaña, posiblemente la enamoró para poder utilizarla y llevar a cabo sus malévolos planes de robar en la residencia, Sigfrida no acostumbraba a incursionar en la vida privada de sus sirvientes, razón por la cual nunca sospechó que el fatalismo la rondaba.

Fue al clausurarse el día que Shantall tuvo su encuentro con la muerte, anonadada por el descubrimiento de la que ella creía su fiel sirvienta, era partícipe de tan macabro plan, la inhabilitó para poder reaccionar con rapidez y defenderse, murió con el asombro pintado en su rostro, con el desencanto y el dolor marcando su cara… se fue de la vida cuando todavía quedaban muchos botones de rosa sin abrirse en su jardín.

La esplendorosa casa se quedó mustia y sola por mucho tiempo, como un monumento a la memoria de una mujer que se atrevió a vivir con la identidad que sintió que era su designio.

Los olanchanos en su memoria seguimos afirmando que Olancho es la tierra donde tenemos “guevos” hasta para quitarnos los “guevos”. 

(Fuente: Honduras Antañona, Facebook).

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