Por: SEGISFREDO INFANTE

            No quiero, por ahora, referirme a un par de libros de Umberto Eco, entre cuyos numerosos títulos podríamos mencionar “Historia de la Fealdad”, en tanto en cuanto la fealdad también ha sido trabajada por los artistas plásticos medievales, modernos y contemporáneos, hasta llegar a niveles ridículos. También ha sido interpretada por algunos narradores gigantes como Víctor Hugo. Hoy deseo, principalmente, referirme en forma tangencial, al concepto de belleza desde los tiempos de la Grecia clásica, y a la negación casi absoluta del concepto filosófico y estético de belleza, por causa de acciones barbáricas a través de los tiempos históricos, sobre todo en el siglo veinte y comienzos del veintiuno.

            Un buen amigo tuvo la gentileza reciente de enviarme un corto video digital ligado a una reflexión sobre el arte y la belleza, y los superficialismos actuales. Esto me condujo a recordar los discursos teóricos y los trabajos sensibles de los griegos antiguos en torno a la belleza, con sus ideales arquitectónicos de simetría, de perfección antropomórfica y, sobre todo, de armonía espiritual interior. A partir de Sócrates y Platón, que convirtieron la gran Filosofía en un pensamiento supremo en torno del “Bien” y de las virtudes concomitantes del “Hombre” educado, la belleza se ha asociado al concepto de perfección en las “Ideas” y las “Formas”, incluyendo las representaciones sensibles del arte. Ello muy a pesar del mismo Platón, quien rechazaba a los poetas por ser excesivamente mitológicos y quizás por haber conspirado (algunos malos poetas) para asesinar a su maestro Sócrates.

            Sin embargo, desde hace varias décadas considero que el mejor tratado en defensa del arte y especialmente de la poesía, lo realizó Aristóteles en su extraordinario libro la “Poética”, cuya segunda parte nunca se escribió; o simplemente se perdió. (Hay un ensayo de mi autoría que fue escrito y publicado en noviembre de 1983). Aristóteles centra su atención principal en los valores terapéuticos (o catárticos) de las mejores tragedias griegas escritas por Esquilo, Sófocles y Eurípides. La belleza poética y el drama psicológico de tales tragedias ha sido difícil de superar. Tal vez lo hicieron Dante, Shakespeare y Goethe, cada uno en su momento histórico. Por otro lado ha sido harto difícil superar el tratado del genial Aristóteles, por falta de estudios desprejuiciados o por falta de imaginación. En todo caso el abordaje de Aristóteles (a pesar de su gran maestro Platón) se hace desde la Filosofía, para beneficio de los especialistas, del  pueblo común y del arte en general.

            Los representantes del “Imperio Romano”, que eran inteligentes, crueles y prácticos, no tuvieron más alternativa que adoptar el arte y el pensamiento griegos, sobre todo en el renglón de la retórica, de una manera tal que, como se ha repetido muchas veces, los conquistadores se convirtieron en conquistados, aun cuando jamás de los jamases alcanzaron el concepto de perfección. Ni tampoco la grandeza filosófica. Pues resultaba demasiado complicado imitar o reproducir la aparente simetría del “Partenón” de Atenas; o de las bellas estatuas pulimentadas antropomórficas de los escultores griegos.

            Con la llegada pacífica gradual, posteriormente archi-violenta de los bárbaros del nor-este de Europa, los recién llegados se entregaron a la destrucción casi sistemática de  los monumentos romanos, por doquier. Incluyendo los de Hispania y del norte de África, en donde había vivido, escrito y predicado Agustín de Hipona. Unos fueron más violentos que otros, sobre todo en los primeros momentos de la caída estrepitosa de aquel imperio “eterno” de la Península itálica. Después los famosos bárbaros se asimilaron al cristianismo originariamente oriental, para terminar adoptando el derecho romano y el arte en unas nuevas versiones medievales.

            Por la brevedad de este artículo deseo saltarme al siglo veinte en donde los nazis hitlerianos recurrieron a la intolerancia ideológico-política más intolerante, y a la violencia salvaje extrema, al incendiar montañas de libros importantes que les disgustaban; al imponer un arte monumental pero desalmado; y al asesinar a millones de judíos, gitanos, liberales, socialistas, comunistas, católicos y ortodoxos, especialmente en Alemania, Polonia, Ucrania y parte de Rusia, en un acto de negación casi absoluta de los más altos valores judeo-cristianos y de la misma “Civilización Occidental”. Adolf Hitler y Heinrich Himmler habían planeado destruir el cristianismo y a la par establecer una nueva religión “aria” que, según ellos, duraría mil años bajo la sombra fantasmal, seudomesiánica, del mismo Hitler: el “Führer” supremo. De aquí derivó, en primera instancia, la persecución y el espantoso “Holocausto” antisemítico que hoy los neo-nazis y algunos militantes de las ultraizquierdas, y de los supremacistas blancos, pretenden negar en forma casi absoluta.

            Los verdaderos totalitaristas han sido, mayoritariamente, enemigos jurados de los conceptos de lo bello intimista, de Dios y del arte en general. Actitud análoga que se ha observado en algunos fanáticos religiosos. Pero lo más paradójico es que desde las entrañas del  “Mundo Occidental”, se premie muchas veces la banalización del arte.          

            Tegucigalpa, MDC, 26 de enero del año 2020. (Publicado en el diario “La Tribuna” de Tegucigalpa, el domingo 02 de febrero de 2020, Pág. Siete). (Reproducido en los diarios digitales “En Alta Voz” y en “El Articulista”).

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