Juan Ramón Martínez
En democracia, lo que mejor expresa la vida ciudadana, son las decisiones y la acción. Quienes no actúan y no se sienten parte para decidir, son una carga que alguna vez, puede descomponerse y crear vía metastesis la destrucción de las bases de la sociedad. Un colega periodista, que ingresó al seminario católico en España, que ahora es Cardenal y que votará para elegir al nuevo Papa, celebra que lo que siente como su mayor alegría y orgullo es que su voto contará. Y que él, como parte de la Iglesia, decidirá el rumbo de la misma para los próximos años.
El valor de voto es mayor en tiempos de incertidumbre en los que se discute, sin saberlo muchos, la forma como se asegurara la existencia de la nación que es la única que uno puede llevarse libremente a la boca cada mañana. Y mucho más, en tiempos de polarización y confrontación como los que vivimos. Ahora ya no somos iguales, porque “unos son mejores que los otros”. Con derechos, mientras que los demás no tenemos siquiera el de hablar y quejarnos. Somos objeto de descalificaciones, amenazas, burlas y menosprecios. Y en que, se impone el principio del tercero excluido, propio de la filosofía materialista sectaria y excluyente, en la que se sostienen que: entre la vida y la muerte no hay nada. Como tampoco entre la noche y el día; el blanco y el negro; el bueno y el malo; el feo y el bello, el alto y el bajo, el tonto y el inteligente. En fin, amigo o enemigo. Aquí, en esta visión binaria, no hay espacio para los grises, para los moderados políticamente; y menos para el ejercicio crítico. Estas con el “señor” o contra el “señor”. Tu decides “cabrón”, repiten los capataces. De pie; o, de rodillas.
Dentro de esta filosofía de la vida – perdonen Aristóteles, Sartre, Bergson, Spinoza y Ortega – el sectarismo es el eje. Estás conmigo o en mi contra. No hay medias tintas. Con el socialismo o con el imperialismo. Con Maduro o con Trump. Con Cuba; o con la experiencia de Costa Rica y Uruguay. Con nosotros, que estamos en el poder; o fuera, porque aquí, solo tienen cabida los “nuestros”.
Frente a esta situación que no es nueva en la historia hondureña, la única alternativa hasta ahora, es el proceso electoral; y, el voto útil. La vivimos en 1904 cuando los dos caudillos “amigos” y “hermanos”: Manuel Bonilla y Policarpo Bonilla, se enfrentaron y llegaron hasta la guerra, porque el primero dijo en su discurso presidencial ante el Congreso que había creado y dirigido durante el año anterior, un gobierno nacional. Es decir, donde cabían todas las inteligencias y todas las voluntades. Para Policarpo Bonilla no se podía hablar de gobierno sino era uno del partido, bajo el control férreo del caudillo. Eso de darle oportunidades a los que no eran sus correligionarios, constituia una aberración que ni siquiera Dios permitía.
Esas diferencias, provocaron tres guerras, cuatro golpes de estado y ahora amenazan otra vez, si no hacemos las cosas bien, la existencia de Honduras. O lo peor: la segura muerte lenta en la que no avanzamos, sino retrocedemos en la medida en que paralizados, vemos pasar a los otros que resuelven pacíficamente sus diferencias, con el menor gasto de energías.
En noviembre, tendremos dos opciones. Una democrática y otra totalitaria. Asfura, Nasralla y Rixi. De acuerdo al principio del tercero excluido, el voto democrático se divide en dos, de modo que, si votamos por uno, favorecemos al tercero. Es decir que el votar por Asfura, rechazo a Nasralla; y favorezco a Rixi. Y si decido por Nasralla, daño a Asfura y respaldo a Rixi. Esta lógica irracional si usted quiere del voto, en tiempos de polarización, en la historia de Honduras, ha deparado los peores resultados.
En Alemania, los dos grandes partidos, pactaron y enfrentaron al tercero, la derecha que se ha crecido como ocurre en Honduras, aunque aquí con vestido rojo. Y lo vencieron. Aquí, Asfura y Nasralla, aparentemente no entienden esta dinámica que los puede llevar a perder a ambos, y hacerle daño al país.
Los votantes, tenemos que hacer uso del voto útil. Votar por el que mejor puede detener a Rixi y a Mel, que representan el atraso, la dictadura y la ruptura de la convivencia armónica que tenemos. Hay que derrotar a Mel. O, vendrá la guerra como antes.