Por Aracelly Díaz Vargas

El silencio es la almena que resguarda la luz de alma y apacigua el dolor. Actualmente vivimos en un mundo inmerso en constante algarabía que invaden a muchos corazones donde secuestran por doquier la tranquilidad de incontables familias. Cada generación lo  percibe de  forma diferente, lo cierto es que el fragor ha aturdido  inmensamente  la paz en  numerosos países; el  apego a las cosas  efímeras hacen que las personas no puedan sintonizar consigo mismos, por consiguiente esto genera incertidumbre emocionales, en las relaciones  interpersonales y sociales.

Esta es una realidad a la cual casi todos cotidianamente nos enfrentamos, aunque sea un mundo fantástico  decorado con masivos avances tecnológicos, pero en repetidas ocasiones inconsciente, sin embargo la humanidad ha avanzado inmensamente entre tantas penumbras que ha vivido a lo largo de su historia.  Cabe recordar que estamos  viviendo  en un tiempo exprés, donde las personas van y vienen es así, que  todos nos apresuramos en los afanes y rutinas   que día a día  nos envuelven, apagando la luz resplandeciente de nuestras vidas;  no es necesario  visitar distinguidas metrópolis para observar el amontonamiento que conforman las olas con el ímpetu  de la vida moderna. Huimos del aislamiento, creyendo la mentira  que son nuestros enemigos olvidando que nos estamos alejando de nosotros mismos, del  escucharnos  con atención, sentir nuestra respiración y cada parte de nuestro cuerpo,   “dichosa  es el alma   que se adiestra en la profundidad del silencio”. Bienaventurados quienes   no le temen y abrazan esa gracia que reconstruye  cada corazón lastimado.

Es menester pausar la velocidad  de las palabras y la mente para descubrir  el universo que hay en  las profundidades de nuestro interior, creando una  zona de sosiego reconfortante   para el cuerpo y el espíritu, donde  no, nos absorben los gritos del entorno. La naturaleza  juega un gran papel, pues es ella quien nos guía abriendo las puertas  a este mundo  maravilloso del poder encontrar la calma apreciando detenidamente sus plantas, flores, mares y bosques con cada uno de sus admirables elementos que nos unen con la auténtica elegancia de coexistir.

En consecuencia  de esta  agitación  en la cual la sociedad  se acongoja,  surge el vértigo  del  remordimiento, ya no es el escape de la realidad  si no  que  es la misma  verdad  que  aflora  sobre  nuestra piel, dejando a plena luz  lo que  en el sigilo  y   soledad  no queremos  ver;   por eso empecemos  a creer con firme voluntad  que  es el momento   de aprender  a  enlazar con  la  vida, siendo prudente donde seguramente podremos encontrar el verdadero amor.

  • La autora es escritora y poeta nicaragüense.

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