Una de las consecuencias más trágicas de la llegada del Covid-19 al Perú, son los más de 90 mil niños, niñas y adolescentes que han quedado en la orfandad. El coronavirus dejó más de 200 mil muertos en este país y puso en evidencia la necesidad de mejorar el sistema de salud peruano.
Reportera: Karla Velezmoro / Tu Barco Latino
Cada vez que la pequeña Valeshka ve a una niña de la mano de su padre se pregunta por qué su papito ya no está con ella.
—¿Qué quieres? ¿chaufa, pizza o chocolate?, le preguntaba por teléfono su padre antes de llegar del trabajo. La respuesta de Valeshka casi siempre era pizza. Así que apenas escuchaba llegar a su papá en bicicleta, salía corriendo a su encuentro y con su ayuda se montaba en la bici y ambos se perdían para disfrutar de su momento padre e hija.
«Bastante le ha chocado a mi chiquitina (la muerte de su padre). Lo extraña y llora, llora mucho», comenta Cedonia Bendezu Maguiña, madre de Valeshka y esposa de Elmer Lavado Rosales, una de las más de 200 mil víctimas que dejó el coronavirus en el Perú. «Mi esposo tenía 43 años. Era amoroso con sus hijos, sobre todo, con Valeska que era la más chiquita. Es muy triste lo que nos ha pasado, todo lo que hemos tenido que vivir», agrega mientras se le quiebra la voz.
Y ahora, ¿Quién te cuidará a ti?
El padre de Valeshka, Elmer, era un hombre trabajador, había logrado levantar una habitación de material noble y techo de calamina en las alturas de un cerro, en el asentamiento humano San Miguel de San Juan de Lurigancho, uno de los distritos más populosos de Lima.
Cedonia lo apoyaba cómo podía limpiando casas, cosiendo ajeno. Elmer contaba con un empleo formal como ayudante de construcción así que ambos salían adelante pensando en el futuro de sus hijos. Sin embargo, con la llegada del coronavirus perdió el trabajo como muchos peruanos así que tuvo que “chachuelerse” como albañil. Tenía que llevar el sustento a su hogar.
A mediados de febrero del 2021, cuando la segunda ola de contagios del COVID-19 iba cuesta arriba, Elmer empezó a sentir malestar, a tener fiebre. En solo días su salud se resquebrajó. Se había contagiado del coronavirus. Cedonia, su esposa, intentó internarlo en un hospital, pero no pudo. Estaban abarrotados de pacientes. No lo recibieron. Entonces, optó por una atención particular en un centro médico cercano, pero a pesar del tratamiento que le dieron no mejoraba.
A Elmer se le dificultaba cada vez más respirar. Con mucho esfuerzo Cedonia y sus familiares juntaron dinero para comprar un balón de oxígeno. Les costó 2 mil 500 soles, más de 650 dólares en ese momento. Ese mismo balón, antes de la pandemia, costaba 150 soles — 40 dólares—, pero ante la alta demanda de oxígeno medicinal los precios se dispararon y muchos hicieron de la desesperación su negocio.
Escucha el podcast sobre «El Ángel del Oxígeno», José Luis Barsallo, el hombre que mantuvo el comercio justo de oxígeno medicinal en Perú.
Pero un balón de oxígeno no era suficiente para Elmer, el oxígeno se acabó y volver a reunir el dinero para adquirir otro fue imposible. El balón costaba tres veces más que el sueldo mínimo que se percibía en ese momento (930 soles, 250 dólares).
Elmer, entonces, empeoró y su saturación empezó a descender. «Recuerdo lo último que me dijo, todavía estaba consciente: «Cuando te contagies, ¿Quién te cuidará a ti?».
Ante la falta de oxígeno y la neumonía que avanzaba, la saturación de Elmer llegó a 70, Cedonia decidió llevar a su esposo nuevamente al hospital.
«Ni siquiera me abrieron la puerta. Como yo, había un montón de gente. Llegaban ambulancias, pero no ingresaban», recuerda sin poder contener las lágrimas.
Elmer murió en el taxi, probablemente en el trayecto de su casa al hospital. «A las dos horas salió un médico, lo vio y me dijo ya no hay nada que hacer. Así que me regresé con mi esposo a la casa», continúo.
Elmer falleció el 26 de febrero del 2021, sufría de asma y quizá ese mal pudo haber complicado su salud gravemente. «Me tranquiliza saber que lo acompañé hasta el último momento y que murió prácticamente en mis brazos en el taxi, que no murió solo», narra su esposa.
A sus cortos seis años Valeshka vió cómo poco a poco se extinguió la vida de su padre. Estuvo en la casa en todo momento. Cedonia cayó también enferma y a Valeska le invadió el temor de también perderla a ella, pero afortunadamente logró vencer la enfermedad. Y lo hizo por sus hijos, sobre todo, por Valeshka que hoy tiene ocho años y es la última de tres hermanos.
Los huérfanos del Covid-19
El Perú es el país con el mayor número de niños huérfanos por COVID-19 en el mundo. Así lo confirmó la ex ministra de la Mujer del Perú, Anahí Durand, cuando solicitó la ampliación de beneficiarios de pensión de orfandad al Congreso de la República.
Y es que según la revista médica The Lancet, más de 98 mil niños y adolescentes quedaron huérfanos en Perú a causa del COVID 19, una de ellos es Valeshka.
El Estado, a través del Programa Integral Nacional para el Bienestar Familiar – INABIF del Ministerio de la Mujer y Poblaciones Vulnerables, otorga una pensión de 400 soles (100 dólares) cada dos meses por niño o adolescente huérfano en condición de pobreza o extrema pobreza.
Beneficiarios de la pensión de orfandad en Perú
El Director del INABIF, Hernán Yaipén Aréstegui, informó que actualmente son beneficiarios de esta asistencia económica cerca de 17 mil menores por la causal Covid-19, pero se espera que este beneficio alcance a otros 25 mil hasta fin de año.
En esta oportunidad no se está exigiendo que la causal de muerte sea solo por el Covid-19. ¿Por qué? Debido a que se busca incluir a aquellos niños, niñas y adolescentes cuyas familias no cuentan con un documento oficial que acredite que sus progenitores fallecieron por el coronavirus debido a que muchos murieron en casa puedan acceder a este beneficio.
Precisamente Cedonia fue beneficiaria de esta ayuda otorgada treas el aumento de la orfandad en Perú por unos meses. Este apoyo le aligeró la carga económica que implica mantener a sus dos hijas Valeshka de 8 años y Yashira de 17, pues el mayor de sus hijos vive actualmente en el interior del país trabajando en una chacra, por lo que sus bajos ingresos no le permite ayudar a su madre como quisiera.
Pero Cedonia logró acceder a una pensión de 200 soles mensuales por los aportes que hizo su esposo al sistema previsional, por lo que ya no recibe el dinero por orfandad que le otorgaba el Estado, situación que la ha puesto en aprietos económicos.
Cedonia solo tiene trabajos eventuales limpiando casas, pues afirma que no puede estar mucho tiempo en pie ni tampoco puede hacer mucha fuerza porque se cansa. Ella cree que es una secuela del coronavirus.
«Mi hija Yashira (la mayor) quiere estudiar en la universidad. Yo quiero también que ella sea profesional. Ella quiere ser arquitecta, pero creo que es algo cara la carrera, ¿verdad?», comenta Cedonia con la esperanza de lograr un futuro mejor para sus hijos como también lo hubiera querido Elmer.
Hijos de corazón tras el aumento de la orfandad en Perú
Esperanza tiene ocho años, es muy inquieta y de ojos vivaces. Sigue a todos lados a Gabriela. Si uno la viera pensaría que son madre e hija, pero no es así.
«Ella está muy pegada a mí. La psicóloga dice que es porque tiene temor a perderme, tiene temor que yo me vaya, que la deje», dice Gabriela Zárate Mucha mientras busca en su celular la fotografía de su hermana Katherine. «Parece que mi hermana presentía lo que le iba a pasar. Un día me dijo ‘si me llega a pasar algo, hazte cargo de mis hijos y así lo he hecho», dice Gabriela.
Antes de la pandemia, la familia de Gabriela Zárate Mucha estaba integrada por ella, por su esposo y sus cuatro hijos, hoy se han sumado sus cuatro sobrinos y su bebe que aún no llega al año. «Yo los trato por igual a todos, no hago diferencias», asegura.
Era fines de junio del 2020 —en plena primera ola— y Katherine empezó a sentir los síntomas del coronavirus. Su familia intentó internarla, pero los hospitales ya no daban abasto para atender a la gran cantidad de personas que llegaban en busca de ayuda.
Katherine enfrentó la enfermedad en casa, tendida sobre un colchón. Cada vez se le dificultaba más respirar y la familia no contaba con el dinero para comprar un balón de oxígeno. El 5 de julio de 2020, Katherine murió.
Gabriela, entonces, cumplió el deseo de su hermana y convenció a su esposo de hacerse cargo de sus sobrinos. «Ellos tienen su papá, pero es como si no lo tuviera. Él tiene problemas de adicciones», se lamenta. «Al inicio pensaba y cómo vamos hacer para alimentar a todos. Pero, hasta los vecinos fueron solidarios con nosotros».
Los hijos de Gabriela son contemporáneos con sus sobrinos, por lo que congenian muy bien. En su humilde casa en Villa El Salvador, en las afueras de Lima, Gabriela se las ha ingeniado para la distribución del espacio en su casa. Los niños, por ejemplo, duermen en literas.
Gabriela recibe asistencia económica del Inabif. No es suficiente, pero es una ayuda.
«Mi esposo sale a trabajar en la noche con el mototaxi, yo antes también trabajaba en la mototaxi, pero como mi bebito se enferma mucho no puedo. Así que estoy en la casa viendo a los niños, que hagan sus tareas. A veces están tristes porque extrañan a su mamá y yo les preparo la comida que ella les hacía», cuenta.
El Inabif si bien le entrega un apoyo económico, también les brinda orientación psicológica y supervisa en qué se gasta el dinero entregado así como la asistencia de los niños a la escuela.
Cuando nos volvamos a encontrar
Liliana Díaz Paredes es colombiana. Se quedó en el Perú por amor. Conoció a Robinson Galarza, un destacado locutor, en una cabina de radio y ambos se enamoraron. Años después se casaron y tuvieron a Luhana.
A diferencia de Cedonia y Gabriela, Liliana vive en un distrito de clase media en Lima, pero al igual que ellas el Covid-19 les arrebató un ser querido.
«En el 2020 mi esposo había decidido trabajar de manera independiente porque siempre le salían contratos. Pero cuando vino la pandemia y empezaron las restricciones la situación cambió y él apostó por enseñar en la universidad y lo hizo de marzo a junio, pero de ahí no continuó. Entonces, yo era la única que estaba trabajando y él estaba con un estrés económico bastante fuerte por no tener trabajo», dice Liliana evocando esos días.
Según el Instituto Peruano de Economía, un millón 100 mil empleos se perdieron en Lima, capital del Perú, a causa de la pandemia.
En octubre, cuando la curva de contagios de la primera ola estaba bajando, le ofrecieron empleo a Robinson y él aceptó, a pesar que era para desarrollar actividades en hospitales. Su necesidad de contar con un trabajo lo tenía angustiado.
Liliana cree que esa condición de estrés intenso le jugó en contra a su esposo. «Lo contrataron para ser maestro de ceremonias y él estuvo en sitios de hospitalización de Covid. Presumo que quizá se contagió allí porque él era el único que salía de casa», deduce Liliana.
A fines de octubre los síntomas del Covid llegaron al hogar de Los Galarza. Cuando el malestar se agravaba, la primera que se hospitaliza es Liliana el 31 de octubre de 2020, dos días después lo hace Robinson.
«Él estaba en el pabellón contiguo. Nos hablábamos por WhatsApp. Cuando me llevaban al baño, me dejaban esperando en la silla de ruedas para regresarme al pabellón y de ahí lo veía, yo le mandaba besos y corazones. No me permitían acercarme porque no era prudente ni para mí ni para él», recuerda y se le quiebra la voz.
«Él tosía mucho, tenía una tos seca, se ahogaba —continúa— recuerdo que me escribió porque lo iban a llevar a un lugar donde iba a estar mejor monitoreado, de ahí no supe más… hasta que una vecina me llamó para decirme que se había enterado que Robinson había muerto y yo le dije que eso no era cierto. Llamé al hermano de mi esposo y me dijo que no sabía nada. Entonces, vi acercarse a la psicóloga y al médico a mí cama para hablar conmigo, ahí me di cuenta…», cuenta Liliana entre lágrimas. Cuando Robinson estuvo a punto de ser intubado, su corazón no resistió y murió el 8 de noviembre del 2020.
Liliana estuvo hospitalizada hasta el 23 de noviembre y todo ese tiempo estuvo planificando cómo le diría a su niña, entonces de nueve años, que su padre había muerto. Para ello, se preparó, habló con un sacerdote, con una psicóloga.
«Ella es una niña muy madura. Me recomendaron que tenga una mascota y adoptamos una perrita. Luhana extraña a su papá, pero ella es una niña con mucha fortaleza», afirma Liliana.
Liliana es quien saca a su hogar adelante y cría sola a su única hija. «Cuando le hablas siempre con la verdad hasta para los temas económicos y la crías sin engreimientos no hay problema», dice. Al no ser parte de la población en condición pobreza y pobreza extrema, Liliana no recibe asistencia económica por la condición de orfandad de su hija.
Liliana y su hija se han refugiado en su fe para afrontar su duelo. Luhana le reza a su papá todas las noches y lo hace con mucho esmero.
«La tarde del día que murió Robin, yo escuché por primera vez en el celular ‘Cuando nos volvamos a encontrar’ de Carlos Vives y Marc Anthony y le envíe al toque el link por el WhatsApp a Robin diciéndole que se la dedicaba. Siento que esa letra es lo que él hubiese deseado decirme. Fue una despedida sin saberlo», me dice con la voz quebrada.
Reforma en el sistema de salud
La cifra de fallecidos por el Covid-19 en el Perú tuvo un pico de 1100 muertos diarios durante la primera ola y en la segunda, se registró la muerte de entre 300 y 400 personas diariamente. 200 mil personas de más 33 millones de habitantes que tiene este país fallecieron a causa del coronavirus.
La pandemia visibilizó una serie de problemas que el Perú viene arrastrando desde hace muchos años, entre ellos, el del sector de salud peruano. Por ello, las recomendaciones de los expertos como los del Banco Mundial apuntan a que urge una reforma el sistema de salud que actualmente está fraccionado y presenta problemas de gestión.
A pesar que n el 2021 el Congreso de la República del Perú aprobó la Ley Nº 31125, que declaró en emergencia el sistema nacional de salud y regula su proceso de reforma, para la Defensoría del Pueblo no se ha avanzado en este proceso que busca que los peruanos cuenten con un sistema de salud sólido y de calidad.
Y es que al reanudarse la atención de manera presencial en las postas médicas y de los hospitales, se advierte nuevamente la falta de recursos humanos, equipamiento e infraestructura. «El 51 % de hospitales del sector salud presenta una brecha de infraestructura que no permite que las prestaciones de servicios de salud se realicen en óptimas condiciones», refiere la Defensoría.
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La inestabilidad política tampoco ayuda a esta necesidad de cambio. En lo que va del periodo presidencial de Pedro Castillo se han nombrado cuatro ministros de la cartera de Salud en año y medio de gobierno, lo que no facilita continuidad si se quieren concretar reformas.
La corrupción es otro de los problemas que se presentaron, además del alza en los índices de orfandad en Perú. Durante la crisis sanitaria y la desesperación que invadía a la población por la salvar la vida de sus familiares hubo denuncias de cobros a los pacientes COVID hasta 82 mil soles, unos 22 mil dólares al cambio del momento, por cada cama UCI en el Hospital Guillermo Almenara, uno de los más importantes de la capital peruana.
Hoy, el Perú se prepara para una quinta ola, con el 85% de su población vacunada y con el uso de mascarillas solo en sitios cerrados. Para unos sus vidas están volviendo a la normalidad, para otros nada nunca será igual.
Para Cedonia y sus hijas el Día del Padre y la Navidad son fechas difíciles de afrontar. «En Navidad y en el Día del Padre ha llorado mucho mi hijita Valeshka. A mi chiquitina le ha chocado mucho que su papá no esté, era su engreída.. Yo confío en que Dios nos ayude a salir adelante». Y si bien les cuesta más reponerse, Cedonia tiene claro que sus hijas deben estudiar, pero su situación económica puede frustrar esos sueños.
La hija de Liliana, por su parte, ha afrontado estas fechas, la Navidad y el Día del Padre con mucha entereza. Aunque aún hay pasos que no ha dado. «Yo visito el Cementerio Presbítero Maestro donde están depositadas las cenizas de mi esposo, pero Luhana no entra. Ella prefiere quedarse donde su tío». Y Liliana respeta su decisión.
Gabriela, desde su hogar, intenta ser soporte de sus sobrinos y ellos están contentos de estar con ella. Ven en ella un poquito de su madre que partió. «En octubre siempre me acuerdo de mi hermana porque las dos somos del mismo mes, cumplimos años. Esos días siempre la recuerdo, me pongo a pensar: ‘hermana por qué te fuiste’», me dice con la voz quebrada y hace una pausa. La pequeña Esperanza, su sobrina, la observa desde el umbral de la puerta. Atenta. Gabriela, entonces, contiene el llanto para mostrar fortaleza. Esperanza parece notarlo. Corre hacia ella y busca sus brazos para que la ayude a sentarse a su lado.