Por Elsa de Ramírez

La distinguida escritora Adylia Zavala, recientemente nos sorprendió con un magnífico escrito en esta misma columna relacionado con la amistad, el cual encaja divinamente con lo que a continuación relataré, vinculado con mi relación amistosa con la ilustre doctora Virginia Figueroa de Espinoza, prominente discípula de Hipócrates en la rama de la dermatología, la que ahora descansa en la paz eterna, en donde moran espíritus que a su paso por la tierra dejan huella imborrable de méritos y virtudes.

Conocí a la distinguida profesional de la medicina hace ya muchos años, merced a la amistad que con su esposo el connotado profesional de la psiquiatría, doctor Dagoberto Espinoza Murra ha mantenido por cerca de 70 años con mi esposo Mario Hernán y su recordado padre el inolvidable profesor y periodista don José María Espinoza.

Ese fue el medio por el cual tuve la bendición de establecer ese vínculo sagrado que la colega Zavala exalta en su artículo como una virtud del ser humano __Amistad__.

En las postrimerías de su útil y fructífera existencia, visitamos su residencia donde la doctora Figueroa de Espinoza Murra se solazaba demostrando a amistades y visitas, su hermoso, variado y original jardín, que es un verdadero vergel con sabor al Edén o el Paraíso, ya que ella en su condición de jubilada, primorosamente dedicó gran parte de su precioso tiempo al cultivo de las más exóticas flores que ella, su esposo y algunas amistades trajeron desde diferentes países de Europa, África y Asia, lo que constituía su más legítimo orgullo, ya que independientemente de su amor a la floresta, también cultivó siempre su pasión por la lectura y la música.

Un poco más de 50 años convivió con su amado esposo del cual procreó tres retoños que son orgullo no solo para el gremio, sino para la familia y la sociedad hondureña, porque ellos heredaron el talento de sus progenitores y las grandes cualidades que desde siempre resaltaron la personalidad del doctor Espinoza y su amantísima esposa, hoy en los brazos del Señor.

Vale recordar que la doctora Figueroa ocupó algunos cargos de mucha importancia en el ramo de la medicina como Viceministra de Salud, Directora del Instituto Hondureño de Seguridad Social y otros de similar importancia en el sector privado de las ciencias médicas; también fue destacada catedrática en la Facultad de Medicina en donde laboró por algún tiempo con resonante éxito y en el Colegio Médico de Honduras se posicionó en relevantes cargos que encumbraron mucho más su extensa hoja de vida, como discípula de Hipócrates.

Asimismo, se distinguió como escritora, cuando de tarde en tarde en este mismo periódico nos deleitaba y nos instruía con sus valiosos aportes periodísticos que ella supo dominar con un profesionalismo extraordinario. Fue una notable escritora.

Como testimonio de esa fiel amistad, que felizmente nos vinculó, podemos señalar con mucho orgullo y satisfacción que durante los últimos 30 años doña Virginia y su esposo nos acompañaron a los diferentes actos académicos y sociales en los que tuvimos la suerte de asistir, siendo el último el que la docta Academia Hondureña de la Lengua honró al distinguido intelectual hondureño Julio Escoto, en la ciudad de San Pedro Sula, otorgándole el premio Ramón Amaya Amador.

Obsequios y otras prebendas son un testimonio fehaciente de esa bella amistad de que estoy haciendo gala en estas líneas, porque además como sobresaliente figura de las ciencias médicas, siempre tuvo la palabra oportuna cuando visitamos su clínica o su residencia. Cuando realizó algunos viajes al exterior, siempre trajo para nosotros algún recuerdo, muchos de los cuales guardamos con especial afecto y gratitud, porque se trata de tesoros de incalculable valor, precisamente por su procedencia, es decir, por quien nos los obsequió.

La doctora Figueroa de Espinoza Murra,  había consagrado sus últimos días al esmerado cuidado de su adorado esposo, quien lamentablemente fue víctima de una accidente cerebro vascular, que amerita las atenciones de una persona como la que ahora no está con él; sin embargo, al doctor Espinoza le queda el consuelo de haber invertido los papeles, pues fue él quien la atendió amorosamente en los últimos días de su existencia, hasta que falleció en la ciudad de Miami, Fla, de donde serán traídas sus cenizas, una vez que la crisis del “bendito” Coronavirus pase, para darle cristiana sepultura en la tierra que la vio nacer.

Descansa en paz la ilustre y distinguida doctora en medicina doña Virginia Figueroa de Espinoza.

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