Por: SEGISFREDO INFANTE

            Hay coincidencia que estamos experimentando uno de los peores momentos de la historia del siglo veinte y comienzos del veintiuno. Y quizás uno de los peores momentos en la “Historia” humana, en medio de una extraña guerra global, en donde el enemigo es invisible (microscópico) para el simple ciudadano, quien a veces se niega a aceptar que ahora mismo enfrentamos un problema descomunal, cayendo en actos “indisciplinarios” en donde nos perjudicamos unos a otros. He observado a personas en las calles sin mascarillas; sin guardar la distancia social de un metro y medio; y comiendo y bebiendo cualquier cosa que ofrecen los desamparados vendedores ambulantes, en ausencia de policías que devienen obligados a poner un orden básico, moderado, en medio del desorden. De tal suerte que resulta harto difícil la contención de la pandemia por lo menos en las ciudades más pobladas. (No deseo siquiera imaginar lo que ocurre en el “Mercado Zonal Belén” de Comayagüela).

            En un artículo publicado en este mismo espacio, el jueves 23 de agosto del año 2018, titulado “Confesiones de nuestro mundo”, destaqué que yo en ningún momento había elegido el país ni tampoco la época en que me tocó nacer. Esto mismo lo había insinuado en un artículo anterior al aquí reseñado. En tanto que además de la accidentalidad biológica (y milagrosa) de haber nacido en Honduras, soy un escritor “transterrado”, por razones y motivos explicados en aquel artículo del año antepasado. Sin embargo, y a pesar de todo, declaré que soy un escritor enamorado, hasta los huesos, de Honduras, un país que es constantemente flagelado por fuerzas externas y por compatriotas internos que se encuentran en condición de incapacidad para comprender que podemos perder los próximos doscientos años en acusaciones y contra-acusaciones mutuas respecto de actos y fenómenos que además de ocurrir en Honduras, suceden también en el mundo desarrollado.

En este punto conviene recordar que ni el capitalismo ni tampoco el socialismo (o “comunismo”) han demostrado ser éticos. Ambos macromodelos se han alimentado de la falta de escrúpulos morales y éticos en los momentos históricos en que surgieron y se consolidaron. La violencia, la mentira y la corrupción, hay que repetirlo, estuvieron en el momento del parto de los dos sistemas mencionados. Con el agravante que hoy por hoy en algunas redes sociales se pueden inventar “historias” falsas sobre diversos personajes que ya fallecieron; o calumniar y difamar impunemente a las personas hasta el “infinito”, sean culpables o sean inocentes. Hoy por hoy los tribunales de justicia se encuentran localizados en las escurridizas redes sociales. También otras instituciones, que me niego a mencionar sus nombres, han estado infestadas de corrupción variada, sobre todo a partir del hermoso Renacimiento italiano. Por eso además de observar los defectos de ambos macromodelos, es prudente identificar sus fuertes e innegables virtudes, apegados a la imparcialidad histórica, que es una obligación científica.

Honduras, amén de sus defectos y errores internos, ha recibido ataques, maldad y grandes desgracias desde afuera. Ahora mismo somos víctimas directas de una pandemia que se fraguó en una ciudad del Lejano Oriente. Igual que el narcotráfico ha sido fraguado por algunos jefes de la mafia italoamericana y, más recientemente, por los capos de algunas agrupaciones de América del Sur, perjudicando la institucionalidad de países débiles como el nuestro. Los historiadores del futuro (nunca los difamadores) serán más o menos implacables con aquellos que han flagelado a Honduras, desde afuera y desde adentro, sin importar que hoy sean “eminencias” del trasmundo. Flagelar a la República de Honduras en una circunstancia de alta vulnerabilidad como la actual, es un error político y un pecado moral cuyo precio, en la posteridad, habrá de pagarse muy alto.

Desde mi niñez recuerdo que nuestra generación se asomó a los bordes del abismo de una guerra atómica total. Me refiero a la crisis de los misiles de octubre de 1962. Pero en el mundo había personajes lúcidos y equilibrados como John F. Kennedy, quienes supieron negociar una salida salomónica de aquel entuerto descomunal, provocado por extremistas y por halcones de la guerra. Realmente el siglo veinte, pese a todas las tragedias, contó con personajes excepcionales como los hermanos Kennedy y como el hindú Mahatma Gandhi, un luchador pacifista hasta las últimas consecuencias, quien se oponía al supuesto derecho a la venganza (Código de Hamurabi) de “ojo por ojo, diente por diente”, en tanto que al final todos quedaríamos tuertos. Los otros grandes personajes del siglo veinte los he mencionado en mi artículo del jueves pasado.

Nuestro país y nuestro pueblo necesitan oxígeno y esperanza. No acumular una calamidad sobre otra calamidad, aprovechándose de la triste coyuntura. Los verdaderos amigos se conocen en la desgracia, y he aquí que Honduras necesita que aparezca en el horizonte internacional el verdadero concepto de la amistad.

Tegucigalpa, MDC, 03 de mayo del año 2020. (Publicado en el diario “La Tribuna” de Tegucigalpa, el jueves 07 de mayo del 2020, Pág. Cinco). (Se reproduce en el diario digital “En Alta Voz”).

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