Por: SEGISFREDO INFANTE

            “Bajo el Chubasco” es una frase narrativa tropical de Carlos Izaguirre. Así que nada tiene que ver con la propuesta de pensar bajo la tormenta, en tanto que el fenómeno aludido puede contener resonancias políticas, económicas, raciales e incluso militares. De hecho me refiero a los pensadores y filósofos europeos que produjeron obras importantes durante las dos grandes guerras mundiales, incluyendo el ilusorio periodo de entreguerras, conocido también como “los alegres años veinte”.

            Élisabeth Roudinesco ha publicado un libro titulado “Filósofos en la tormenta” (2005, 2009), para homenajear a seis filósofos franceses (algunos más sociólogos y antropólogos que filósofos) que participaron directa o indirectamente en las campañas de la “Resistencia” contra los nazi-fascistas que habían ocupado una gran parte del territorio francés durante la Segunda Guerra Mundial. Vale la pena aclarar desde el comienzo que la “Resistencia” francesa era una auténtica resistencia contra el totalitarismo hitleriano y sus colaboradores. Como también era genuina la lucha de los partisanos contra las fascistas italianos seguidores de Mussolini, otro personaje totalitario.

            Todos los filósofos franceses mencionados por Roudinesco son importantes, al margen de las diferencias conceptuales entre ellos. Unos más inclinados hacia el tema del sujeto existencial, y otros más inclinados hacia la lógica. Sin embargo, es innegable que más allá de las fronteras francesas, quizás el más recordado sea Jean-Paul Sartre, un filósofo y literato respetable, ubicado un poco en la línea de la filosofía alemana, al grado que algunos autores han declarado que Sartre, por lo menos en su obra “El Ser y la Nada”, es un discípulo indirecto de Martin Heidegger, aun cuando este filósofo alemán se desmarcaba del existencialismo sartreano.

            Jean-Paul Sartre escribió “El Ser y la Nada” durante los años de la ocupación nazi sobre Francia. Y fue defensor teórico de aquellos que entregaron sus preciosas vidas en las filas de la “Resistencia” francesa. Esto demuestra que la verdadera “Historia” no es de ningún modo plana, ni tampoco en blanco y negro. En tanto que además de ser adversario enconado del totalitarismo nazi, Sartre era un admirador de la filosofía de Heidegger. Como también era admiradora heideggeriana la filósofa judeo-alemana Hannah Arend’t, quien tuvo que emigrar hacia Estados Unidos por causa de la persecución hitleriana.

            La pregunta central que deriva de todo lo anterior es cómo fue posible que algunos pensadores franceses como Sartre produjeran una obra filosófica cualificada en medio de la espantosa tormenta de la Segunda Guerra Mundial, con un trabajo meticuloso como el de desmontar, críticamente, el discurso psicoanalítico de Sigmund Freud. Posteriormente, después de la derrota de los nazis, Sartre intentó conciliar el pensamiento político de Karl Marx con el psicoanálisis literario de Sigmund Freud, a pesar que los soviéticos rechazaban el pensamiento freudiano. Quizás por eso, en la década del sesenta, Sartre coquetea con el pensamiento “rojo” de Mao Tse-tung.

            Es incomprensible que la escritora Élisabeth Roudinesco, haya excluido de su lista de homenajeados franceses a Albert Camus, quien a pesar de haber nacido en Argelia, pertenecía a la colonia francesa argelina y escribía en francés, tanto su obra literaria como  filosófica. De hecho Albert Camus tuvo una participación más directa en las actividades de la “Resistencia” francesa que Jean-Paul Sartre. La mayor diferencia entre ambos es que Camus al final no solamente rechazó el totalitarismo nazi-fascista sino toda forma de totalitarismo, incluyendo el estalinista soviético. En tal sentido no andaba coqueteando con nadie. Por eso fue acusado de “anarquista”. Y quizás lo único de anarquista es que la mamá de Albert Camus era de ancestros españoles. Pero su obra filosófica condensada en “El Mito de Sísifo” (y otra obrita más), es comparativamente respetable, a pesar de ser un libro con frases lapidarias y propuestas inconclusas, que Camus nunca terminó de trabajar quizás por sus intensas actividades periodísticas.

            Aparte de las fronteras francesas hay otros pensadores y filósofos que deben ser homenajeados por haber producido sus obras bajo la tormenta. Me refiero a Ortega y Gasset que publicó su primer libro de Filosofía en el momento en que comenzaba a rugir la Primera Guerra Mundial (1914). A Julián Marías que razonó desde la hondura de los tiempos durante la guerra civil española. A María Zambrano, republicana exiliada que produjo una obra filosófica sin rencores en el contexto de la mencionada guerra civil. A los pensadores alemanes, judíos e italianos que tuvieron que huir de las atrocidades de los nazis y fascistas. A los poetas rusos que tuvieron que vivir, morir o subsistir bajo el terror totalitario de Josif Stalin; entre ellos Boris Pasternak. Ahora mismo pudieran comenzar las valoraciones de aquellos pensadores alemanes y holandeses que están proponiendo nuevas rutas económicas, sociales y políticas, acorralados por la espantosa pandemia. Luego habría que incluir a los que hacen propuestas teóricas sobrias en el Tercer Mundo.

            Tegucigalpa, MDC, 03 de mayo del año 2020. (Publicado en el diario “La Tribuna” de Tegucigalpa, el domingo 10 de mayo de 2020, Pág. Siete). (Se reproduce en el diario digital “En Alta Voz”).   

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