El pasado domingo, esa violencia llegó otra vez a mi espacio más íntimo. Unos ladrones se llevó computadoras y celulares. No es una coincidencia: en los días previos, publicamos investigaciones y artículos que ponían el dedo en la llaga en temas incómodos, esos que muchos prefieren ignorar.

Por Dunia Orellana

“Te van a matar”. Esas fueron las palabras de Carlos Hernández, director de ASJ, cuando antes de las elecciones de Honduras le hablé de mi próximo reportaje si ganaba Salvador Nasralla. En otro tiempo, esa frase me habría paralizado. Es el mismo miedo que, promovido desde tantos frentes—sociedad civil, medios, crimen, política—, envenenó la campaña y silenció urnas.

Confieso que tengo miedo. Mucho. Pero hay una diferencia: el miedo a escribir, a investigar, a nombrar a un corrupto por lo que es, ese no me lo da. Es, de hecho, la razón por la que respiro y hago este trabajo.

Lo que sí me aterroriza es otra cosa. Me aterra la impunidad de pastores que violan niñas y niños. La celebración pública de narcopresidentes liberados. La narrativa engañosa de narcoalcaldes con poder mediático. Los fundamentalismos que prometen el cielo mientras siembran el infierno en la tierra; esa doble moral de quienes se muestran santos ante el prójimo pero son cómplices del mal.

Me espantan los diputados violadores y corruptos que festejan su impunidad. Me da pánico la ambición extranjera que codicia nuestros bienes comunes. Y, en el centro de todo, me da miedo que me tenga miedo. Porque sí, doy miedo. Periodistas y abogados ligados al poder y el crimen organizado me lo han hecho saber con amenazas cada vez que sus negocios sucios han quedado al descubierto. Su objetivo es uno: silenciarme. Como sea.

El pasado domingo, esa violencia llegó otra vez a mi espacio más íntimo. Unos ladrones se llevó computadoras y celulares. No es una coincidencia: en los días previos, publicamos investigaciones y artículos que ponían el dedo en la llaga en temas incómodos, esos que muchos prefieren ignorar. Y no fue un acto aislado: ese mismo día, intentaron atentar contra la vida de mi compañero Kevin, y mi compañera Brenda fue inundada de amenazas por denunciar a tratantes de personas. Quieren callarnos. 

No es la primera vez.

He vivido el exilio. Sé que ejercer periodismo independiente en Honduras es uno de los oficios más solitarios y arriesgados: las amistades se desvanecen, las puertas se cierran, y solo se acercan quienes buscan un chisme o una forma de controlar.

No me gusta que me controlen. Ni la iglesia, ni las falsas amistades, ni el miedo. Y no escribo para dar lástima. Escribo, precisamente, porque me niego a que el miedo tenga la última palabra.

Algunos sueñan con mi muerte. Otros, con que «Reportar Sin Miedo» cierre y no podamos seguir investigando. Que sepan que pueden estar tranquilos, porque este medio no es solo mío: pertenece a un equipo de personas valientes y una comunidad que, con muy pocos recursos, hacemos la diferencia. Desde nuestras luchas, identidades e individualidades, aportamos siempre lo mejor de cada quien para el servicio público.

Aunque quieran callarnos, no lo haremos. Seguiremos investigando a pastores violadores, a homicidas, expropiadores, racistas y a quienes odian a las mujeres y a las disidencias sexuales. Nuestros hallazgos no son solo palabras: están respaldados por bases de datos y evidencias irrefutables. El día que yo ya no esté, muchos abogados y periodistas independientes tendrán acceso a esa información para seguir poniéndole nombre a quienes se esconden en las sombras.

Mientras Honduras espera presidente, y los fanáticos de los tres partidos se pelean por su ganador, el miedo no nos paraliza. Ese miedo no nos hará temblar, ni como mujeres ni como disidencias. Cada vez que quieren que nos detengamos, es cuando más nos llenamos de calma para continuar y denunciar las múltiples violencias. 

Dicen que el miedo es una prisión. Pero hemos aprendido a caminar con él, a transformar su peso en pisada firme. Nuestra trinchera no es de concreto, sino de palabras veraces y memoria persistente. Y desde ahí, sin dejar de temblar, pero sin dejar de nombrar, construimos el país que el silencio nunca pudo

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