Por: SEGISFREDON INFANTE

            Creo que la primera vez que leí el nombre del monje católico “Alcuino”, fue en un texto de historia de la edad media del escritor belga Henri Pirenne, un libro bastante esquemático y sintético, sin mayor profundidad. Sin embargo, tres informaciones quedaron regrabadas en mi memoria para siempre: El nombre del emperador Carlomagno y la dinastía feudal de los carolingios; la noción de las primeras escuelas palatinas y catedralicias que con el paso del tiempo se convirtieron en universidades; y el nombre del gran alfabetizador medieval llamado Alcuino, quien se encargó de enseñarle a leer y a escribir al mismo Carlomagno; de organizar bibliotecas y de expandir conocimientos por los puntos geográficos claves del “Sacro Imperio Romano Germánico”, es decir, del primer Imperio Francés, en donde se organizó la “Civilización Judeo-Cristiana Occidental”, durante la segunda mitad del siglo ocho y comienzos del siglo nueve de la era cristiana. Aquí es prudente aclarar que mis conocimientos sobre la historia de la edad media estaban apenas respaldados, en mis años de mocedad, con libros literarios de diversos autores, como el “Cantar del Mío Cid”. Las leyendas del rey Arturo y el Cantar de Roldán. 

            Que conste que el imperio de Carlomagno tuvo antecedentes de fundaciones civilizadoras previas en Occidente. Los monjes celtas de Irlanda trataron de conservar todo el saber judeocristiano y greco-romano que habían podido rescatar y salvaguardar después de la caída estrepitosa o gradual del Imperio Romano de Occidente. Los monjes irlandeses realizaban (desarmados) incursiones pacíficas rápidas sobre tierra continental europea con el propósito principal de evangelizar a los “bárbaros”, tal como lo había propuesto, una centuria antes, el pensador Agustín de Hipona. Los reyes visigodos de España también hicieron sus primeros intentos civilizadores en un proceso de romanización. Proceso que fue truncado con la invasión violenta, a sangre y fuego, de los musulmanes, a partir del año 711 de nuestra era. Otro proyecto civilizador fue el de la dinastía francesa de los merovingios (anteriores a los carolingios), quienes posiblemente les abrieron las puertas a los judíos del sur de Francia; judíos que lograron, gradualmente, mestizarse con algunas monarquías europeas. Es harto interesante que los españoles actuales no guarden ningún rencor atávico contra los musulmanes que se instalaron, mediante un califato originario, durante ocho siglos aproximados sobre la península ibérica.

            Pero bien. Lo que en este día nos importa es el rastreo histórico desprejuiciado del personaje Alcuino del poblado medieval de York: una fortaleza, condado o capital de Northumbria, en lo que actualmente es el nor-este de Inglaterra. Desconocemos el origen étnico exacto del señor Alcuino. Podría ser de origen celta-irlandés; un romano; un bretón o quizás un anglosajón. De lo que estamos seguros era que no tenía ninguna conexión con los vikingos que violentaron posteriormente a Northumbria. También estamos seguros que hizo visitas al reino de los francos y que incluso llegó hasta lo que hoy es el Vaticano, en cuyo tránsito fue admirado e invitado a enseñar por el intuitivo Carlomagno.

            Alcuinus Flaccus Albinus (736-804), o simplemente Alcuino, era un intelectual benedictino de primera fila en aquellos lejanos tiempos fundacionales: Incursionó en  la teología, la gramática, la filosofía, la pedagogía, la astrología, la bibliotecología, la música y la matemática. Pero la historiografía anti-medieval propuesta por alguna gente del bello Renacimiento italiano; de la Empiria inglesa; y de la Ilustración francesa, han insistido en que la edad media europea era una “edad oscura”, aislada y “enemiga del conocimiento greco-romano”. Creo que fue Ortega y Gasset, un filósofo descreído, ajeno a la religión cristiana, quien expresó en algún momento, con sentido bastante jocoso, que era imposible meter en un solo “chorizo” (o en una sola salchicha) mil años de historia medieval.

Haciendo caso omiso de los dos primeros siglos penumbrosos, caóticos y dolorosos después del gran derrumbe de Roma, hubo diversos renacimientos. Uno de los más importantes ocurrió precisamente en la “Alta Edad Media”, durante el periodo en que el monje Alcuino pretendió convertir la capital Aquisgrán (de los francos y los galos) en una nueva Atenas. Con gran sentido pedagógico enseñó todos aquellos conocimientos que mantuvo en sus posibilidades. Incluso se hipotetiza que redactó un texto de matemáticas que ahora mismo tengo entre mis manos. El libro se llama “Problemas para la instrucción de los jóvenes”, escrito tres siglos antes que el pensador musulmán Averroes reintrodujera en España y el resto de Europa conocimientos de similar valía. Y tres o cuatro siglos antes que apareciera en el reino cristiano de Toledo un grupo disperso de traductores cristianos, judíos y musulmanes. Finalmente estoy contento con esta edición de “Alcuino de York”, publicada en 2016. Motivo por el cual quisiera dedicar el presente texto a la memoria del recio historiador hondureño Marcos Carías Zapata, quien una vez me felicitó, en forma verbal o electrónica, por un artículo mío dedicado a la “Edad Media”. ¡!Sea!!

Tegucigalpa, MDC, 23 de junio del año 2019. (Publicado en diario “La Tribuna” de Tegucigalpa, el domingo 30 de junio de 2019, Pág. Siete).  

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