Juan Ramón Martínez
No hay que perder el tiempo, Honduras está en graves dificultades. Que hay que enfrentarlas, porque de lo contrario, corremos el riesgo que la república liberal, desaparezca antes; o después de 2050. La predicción, científica, se ha hecho basada en la incompetencia como sociedad para subirnos al carro de la modernidad; y, participar, en la edad de la tecnología.
Durante la colonia, fuimos la provincia más pobre. Las escuelas aparecieron tardíamente. Los jesuitas no quisieron abrir una universidad, porque de repente, se dieron cuenta que no había maestros, intelectuales; e incluso alumnos, para sostener la operación exitosa de una universidad. Por ello, el país, siempre ha sido deficitario en talento humano calificado, para aprovechar los recursos naturales en dirección a la construcción y operación de una sociedad económica y política, en crecimiento y renovación permanente.
Como derivación, hemos tenido una clase política poco ilustrada, sin mayores compromisos nacionales; y con muy bajo espíritu público. La historia está llena de caudillos caprichosos, algunos rayando en la infantilidad, que han colocado sus emociones personales por encima de los objetivos nacionales; y, de la felicidad de los hondureños. El sistema económico nunca ha arrancado. Resulta risible oír a algunos indigestos de apuradas lecturas “marxistas”, diciendo que hay que salir del capitalismo, cuando Honduras nunca ha incursionado en esos terrenos. Apenas, hemos navegado en algunas aguas turbulentas del peor mercantilismo que se recuerde.
Aquí se ha impuesto la soberanía de los caudillos sobre la soberanía popular. La democracia no ha pasado de engañosas fiestas electorales, en donde concurren los candidatos, no para discutir propuestas de cómo sacar al país del abandono en que se ha mantenido en más de doscientos años, sino a mostrar quién es más popular, “más bueno”, más hermoso; y más honrado. Montar a caballo, ha sido frecuente. Porque el pueblo que tenemos, no es el pueblo que necesitamos. Aquí, los políticos irresponsables, — la mayoría – que hemos tenido, han sido elegidos o soportados por los hondureños que han ido a la guerra siguiendo sus malos olores y estupideces; o votado por ellos, sabiendo incluso que son inútiles con corbata, subidos a un estrado, hablando bobadas a un pueblo lleno de tontos desanimados, que aplauden a los más estrafalarios para que nos gobiernen.
A Villeda Morales, que junto a Flores Midence, Milla Bermúdez y Rodas Alvarado, impulsaron la “Segunda República”, –para establecer distancia con la primera, de revueltas, caudillos y tontos siguiendo a majaderos–, los nacionalistas, que eran más valientes e inteligentes que ahora, le inventaron que había dicho que él era, “un Presidente de Primera, para una República de Segunda, para gobernar un pueblo de Tercera”. Esto último es de actualidad.
El pueblo hondureño produjo a Suazo Córdova; y, rechazó a Miguel Andonie Fernández a Enrique Aguilar Paz y Hernán Corrales Padilla. Ha hecho líder a Mel Zelaya y elegido a Xiomara Castro. Y, ahora dicen que, asustado por la inseguridad, hambriento pero esperanzado con los regalos de Cardona, elegirá a Rixi Moncada, que no da esperanzas. Porque Asfura, Nasralla, casi en su singular individualidad, no ofrecen nada mejor, frente a una situación grave, porque lo único que les interesa es, ganar las próximas elecciones. Después, ¡sólo Dios lo sabe ¡
Los problemas estructurales están intactos. En los últimos treinta años, nadie se ha ocupado de ellos. Los que anunciaron que refundarían el país, no han introducido una reforma siquiera que haga visible la revolución prometida. Porque los gobernantes, son populistas, como todos los latinoamericanos, engañosamente antidemocráticos; y, abiertamente incompetentes. Mel y sus ministros, compiten en la adulación, en el engaño, en la estupidez; y la incompetencia. Apenas, les interesa seguir “mandando”, machacando el poder para gozo personal. Sobre negras camionetas. Los problemas, son usados para engañar a los pobres que siguen siendo, en el fondo, responsables de la grave situación que vivimos. Porque hay que decirlo: con un “pueblo de tercera”, como el que tenemos, los políticos y los gobernantes, elegidos en maquilladas elecciones cada cuatro años, seguirán siendo de ínfima calidad, mediocres, irresponsables; e incluso, vulgares e irrespetuosos.
Es obligatorio asumir la gravedad de la situación. Aceptando que, siendo los políticos estructuralmente malos, lo único que nos queda es que el pueblo, pierda el miedo, se levante; y, colérico, escoja a los mejores, echando del templo a los que le han hecho daño durante tanto tiempo.