Clave de SOL:

Por: Segisfredo Infante

Nos encontrábamos ocasionalmente en las librerías capitalinas. Y hablábamos de la importancia de la lectura y de todo lo que tenía que ver con libros y revistas. Pero nunca abordamos el tema que nos habíamos conocido en el movimiento estudiantil de secundaria. Ni mucho menos que aparentemente estábamos en “bandos opuestos”. Tanto Aldo Cárcamo como el autor de estos renglones habíamos manejado con mucho cuidado (o lo habíamos relegado al olvido) el asunto de las andanzas estudiantiles respectivas, pues comprendíamos que se trataba de cosas propias de adolescentes. En la Universidad perdí la pista de Aldo Cárcamo y de varios otros dirigentes, en tanto que siempre rechacé la posibilidad de militar en ningún frente estudiantil de la UNAH. Con el paso de los años Aldo se convirtió en un respetable profesor universitario de sociología.

Un día de tantos una amiga de la Carrera de Letras de la UNAH, me informó que uno de los textos publicados en la “Revista Histórico-Filosófica Búho del Atardecer”, se estaba utilizando como medio de análisis en la Universidad Católica de Honduras, al grado que uno de los alumnos me llamó por teléfono con el objeto de entrevistarme sobre el contenido ventilado en aquellas aulas. Le pregunté por el nombre de su profesor o profesora. Me contestó que se trataba de Karen Zavala. Días más tarde me llamó por teléfono, y me expresó que Aldo Cárcamo y ella estaban interesados en invitarme a almorzar en algún lugar que fuera de nuestra común predilección. Pactamos el encuentro y el almuerzo se convirtió en una experiencia de amistad exquisita. Personalmente me sentía asombrado por las extrañezas de la vida, en el sentido positivo del concepto. Recuerdo que en aquel momento especial conversamos por lo menos dos horas y media.

Algunos meses más tarde ambos me invitaron a impartir una charla sobre José Cecilio del Valle en la mencionada Universidad Católica en Tegucigalpa. La experiencia fue muy bonita, al intercambiar con jóvenes universitarios y con un sacerdote católico que se hizo presente en aquel ámbito escolar. Varios estudiantes formularon preguntas diversas, algunas suspicaces, incluyendo las del aludido sacerdote. Quedamos en que la experiencia se repetiría. Pero la fuimos posponiendo. No recuerdo por qué motivos.

Pasaron los meses (o un año) y Aldo Cárcamo y Karen Zavala me llamaron con el objeto de que fuéramos a almorzar a un restaurante de Santa Lucía. Comimos pescado frito con tajaditas de plátano. Fue una tarde inolvidable. Aldo se encontraba muy relajado y lucía como un hombre feliz. Creo que estuvimos como tres horas en aquel precioso lugar. Me parece que fue el amarre definitivo de nuestra amistad. Ahí me contaron que siempre buscaban, leían y recomendaban el “Búho del Atardecer”. Que aparte de la sociología y la psicología también les interesaba la historia.

Ahí pactamos otro almuerzo para el futuro. Pero entonces les expresé que ellos serían mis invitados. Para desgracia nuestra se dejó venir la tristemente pandemia y eso imposibilitó nuestro tercer almuerzo. Sin embargo, Aldo insistió en que nos encontráramos el año pasado (2021). Yo interpuse mis objeciones por el bien de la salud colectiva, y les dije que esperáramos un poco, que la curva de la peste mermara lo más posible. Para quebranto nuestro Aldo Cárcamo fue atacado por una enfermedad terminal asintomática, y fue internado en el “Seguro Social”, en donde se contagió de la peste. La profesora Karen Zavala estuvo al pie de su camilla en el instante del fallecimiento, y el amigo dejó de sufrir al traspasar los umbrales del más allá.

En el ínterin de los años me encontré con Aldo Cárcamo en un supermercado del “barrio La Concordia”. Estaba comprando provisiones con “Laurita” Alvarado, otra exdirigente estudiantil, una de las chicas más bonitas y educadas que conocimos en nuestros tiempos de adolescencia. En este detalle coincidimos con Roberto Salinas. Una información “post mortem” que he recibido en estos últimos días, es que Aldo Cárcamo era de origen olanchano. Jamás lo sospeché porque su forma de hablar era eminentemente propia de la capital hondureña. Creo que una de las razones de aproximación de Aldo hacia mi persona, es que en muchos de mis artículos y ensayos, a lo largo de las décadas, he hecho referencia a escritores olanchanos de ambos sexos, especialmente de Medardo Mejía, Froylán Turcios, Guillén Zelaya, Salatiel Rosales y Clementina Suárez. Pero hasta ahora lo comprendo. Como también comprendo otras cosas.

El viernes 25 de febrero en que falleció Aldo Cárcamo, me sentía embargado de tristeza. Sabía que se encontraba en agonía en el “Seguro Social”. Pero nada sabía de su fallecimiento, en aquella tarde languideciente. No encuentro las palabras apropiadas que puedan consolar a Karen, a su familia y a otros seres queridos. Solo puedo recordar su amplia sonrisa, y su amistad espontánea como pocas en el mundo.

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