Elisa M. Pineda

Estaba en una reunión de trabajo con jóvenes madres de una comunidad de escasos recursos económicos de las muchas que hay en San Pedro Sula. Entablamos la conversación compartiendo nuestros nombres y edades.

Las siete mujeres eran muy jóvenes, no excedían los 25 años, todas con hijos, la mayoría de ellas solas. Les pregunté ¿qué les gusta hacer? Todas me hablaron de tareas, como cuidar los niños, limpiar la casa y cocinar. Volví a preguntarles, indicándoles que no me refería a lo que hacían, sino a actividades que disfrutaban hacer.

Les tomó tiempo pensarlo. Una de ellas dijo: no me habían preguntado eso antes. Esa respuesta más que sorprenderme, me dolió. ¿Qué pasó con la niñez de estas mujeres? ¿Por qué no habían pensado antes en lo que les gusta, en lo que querían ser y hacer? ¿Por qué no se dieron cuenta de su enorme potencial? Porque sin duda no tuvieron a nadie que les hiciera reconocer su valor y tal vez escucharon muchas voces en contra.

Probablemente porque el hoy que les tocó vivir resultó tan difícil, que no había espacio para sueños, ni planes, sino solamente para seguir un camino ya trazado. ¡Hay tantos casos similares en Honduras! Si bien la falta de empoderamiento de las niñas y mujeres no es exclusiva de las situaciones de pobreza, la escasez de recursos económicos relacionada con la falta de acceso a servicios de salud y educación, juega en contra.

Estamos en deuda. No solamente el Estado por su ineficiencia en este como en muchos otros temas, sino también la sociedad en general que parece cerrar los ojos para evitar encontrarse con la realidad y por contribuir al fortalecimiento de estereotipos que nos amarran al subdesarrollo.

Tenemos muchos rezagos y temas pendientes de cumplir con la niñez hondureña, de manera especial con las niñas, la reflexión es necesaria, con motivo de la celebración del día nacional –e internacional- de las niñas, el 11 de octubre. Cuando hablamos de las niñas, hablamos del derecho a la vida, a un nombre, una familia, a la salud y nutrición, a su educación y desarrollo, sin discriminación de género, es decir, por ser mujeres.

Mujeres tradicionalmente vistas como más débiles y muchas veces como objeto; las que están orientadas a las tareas del hogar, a tener hijos, a ser de alguien, a callar. Aún en espacios educados, extraña cuando una mujer alza la voz para protestar por algo, cuando reclama sus derechos, cuando denuncia injusticias.

¿El contexto? Plan Internacional Honduras nos ofrece algunos datos en su campaña de concienciación bajo el lema ‘Niñas al poder’. Veamos dos de ellos: 424 mil niñas hondureñas están fuera del sistema escolar. De cada tres niñas adolescentes que se embarazan, dos quedan fuera del sistema educativo nacional. Casa Alianza ha señalado que de las casi 88 mil mujeres embarazadas en Honduras, el 25% son menores de edad; de estos casos el 50% son producto de violaciones, muchos de ellos no denunciados.

La prohibición del matrimonio con niñas y adolescentes, aunque era necesaria, resulta insuficiente en un país que está lejos de ser un Estado de Derecho. Las niñas y adolescentes embarazadas son señaladas y rechazadas por sus más cercanos y sus comunidades ¿y quienes las embarazan? Se culpa y margina a las víctimas, reduciendo sus posibilidades de lograr mejores condiciones de desarrollo para ellas y ahora para sus hijos.

La protección de la niñez hondureña, especialmente de las niñas, es urgente y requiere de un abordaje integral, de políticas públicas serias y de concienciación general; de no hacerlo solamente estaremos perfeccionando esta maquinaria de miseria en la que nos hemos convertido. Al final, nos damos cuenta que estos no son solo asuntos de niñas, sino de todos

 

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