¡Pues a partir de hoy yo los bendeciré!

Hageo 2:19d

Un padre llegó a la casa. En el patio encontró a su hija lavándole los dientes al perro. Pronto se dio cuenta de la niña estaba usando su cepillo de dientes – el cepillo que usaba el padre. Acercándose a su hija, le preguntó: “Mi amor, ¿qué haces con mi cepillo de dientes?” Su hija, con toda inocencia, le contestó: “Le estoy lavando los dientes a Rocky. Pero no te preocupes, papá. Después voy a lavar tu cepillo con agua, como siempre lo hago.”

Dime, ¿crees que ese papá volvió a usar su cepillo de dientes? ¡Lo dudo! Por más que se enjuagara ese cepillo, ya se había contaminado con las babas del perro. Ya no lo querrá usar.

Dios tiene un propósito para tu vida. Él te quiere usar. Cumplir el propósito que Dios tiene para tu vida trae más gozo de lo que te puedas imaginar. Es una fuente de bendición. No viene sin luchas, pero el poder de Dios te ayudará a superarlas. Sin embargo, tú mismo puedes limitar el cumplimiento del propósito de Dios en tu vida si te dejas contaminar.

Esto le sucedió al pueblo de Dios en los días del profeta Hageo. Puede ser que nos haya sucedido a nosotros también. Pero a diferencia de un cepillo de dientes, Dios no nos desecha si nos hemos contaminado. Nos ofrece la oportunidad de ser restaurados. Leamos de esto en Hageo 2:10-14:

El día veinticuatro del mes noveno del segundo año de Darío, vino palabra del Señor al profeta Hageo: Así dice el Señor Todopoderoso: “Consulta a los sacerdotes sobre las cosas sagradas”. Entonces Hageo les planteó lo siguiente: Supongamos que alguien lleva carne consagrada en la falda de su vestido, y sucede que la falda toca pan, o guiso, o vino, o aceite, o cualquier otro alimento; ¿quedarán también consagrados? ?¡No! -contestaron los sacerdotes. Supongamos ahora -prosiguió Hageo- que una persona inmunda por el contacto de un cadáver toca cualquiera de estas cosas; ¿también ellas quedarán inmundas? – ¡Sí! -contestaron los sacerdotes. Entonces Hageo respondió: ¡Así es este pueblo! ¡Así es para mí esta nación! -afirma el Señor-. ¡Así es cualquier obra de sus manos! ¡y aun lo que allí ofrecen es inmundo!

Bajo la ley del Antiguo Testamento, había ciertas cosas que contaminaban físicamente a una persona. Se hacía sucio ante los ojos de Dios. Por ejemplo, si alguien tocaba un cadáver, se contaminaba. La solución para esta contaminación era la purificación. En algunos casos, era cuestión de esperar cierto tiempo; en otros casos, era cuestión de lavarse con agua.

Por otra parte, había ciertas cosas consagradas. Por ejemplo, la carne de los sacrificios estaba dedicada a Dios, y era sagrada. Bajo ese sistema, las cosas sagradas no podían consagrar a otras cosas. La carne de los sacrificios no consagraba lo que tocaba; más bien, los utensilios que se usaban para manejar la carne también se tenían que consagrar.

En cambio, algo contaminado contaminaba todo lo que tocaba. Una persona que tocaba un cadáver, si luego tocaba una olla, contaminaba la olla. Entonces la olla también se tendría que purificar. En resumen, la impureza se comunicaba mucho más fácilmente que la consagración.

Ahora bien, hay un principio muy importante que nos ayudará a comprender mejor la relación entre el Antiguo Testamento y el Nuevo. Hay muchas verdades espirituales que se expresan en términos físicos en el Antiguo Testamento, pero que reflejan una realidad espiritual en el Nuevo.

Aquí vemos un ejemplo de esto. Las leyes sobre la contaminación y la consagración se expresaban en términos físicos en el Antiguo Testamento, pero nos ayudan a entender cómo funcionan la contaminación y la consagración espirituales. Aquí Dios nos enseña que la contaminación espiritual se comunica mucho más fácilmente que la consagración.

De la manera en que una persona contaminada contamina todo lo que toca, las malas actitudes y las costumbres pecaminosas que tenemos contaminan a los demás. En cambio, la consagración es mucho más difícil de comunicar. Es más fácil contagiar malas costumbres que buenas.

Es como la enfermedad. Si todos los que estamos aquí nos encontramos en un estado de buena salud, y entra aquí alguien que sufre de la gripe, ¿qué sucederá? ¿Le contagiaremos nuestra buena salud, o nos pasará su enfermedad? ¡Ya todos sabemos la respuesta! Es por eso que es tan importante que todos nos purifiquemos y nos consagremos totalmente al Señor.

Si tú dejas que la desidia te domine, no serás el único en verte afectado. Tu familia y la Iglesia también se verán afectados. Si tú en secreto coqueteas por Facebook o ves pornografía, no te engañes pensando que nadie más se verá afectado. Si te pasas de la raya con tu novio o tu novia, no creas que a nadie le haces daño. La contaminación espiritual se extiende, como una enfermedad.

Pero hay uno que es capaz de consagrar lo contaminado. Él se llama Jesús. Tomó la mano de una niña muerta. Cualquier otra persona se habría contaminado por haber tocado a un muerto, pero Jesús no. Más bien, ¡la niña recobró la vida! Jesús tocó a los leprosos. Cualquier otra persona se habría contaminado terriblemente, pero Jesús no. Más bien, ¡los leprosos quedaron limpios!

Si tú estás contaminado por algún pecado, alguna mala actitud o alguna mala costumbre, Jesús te puede purificar. Si nunca te has arrodillado delante de Él en tu corazón, arrepentido, para reconocerle como tu Señor y Salvador, con eso debes empezar. Si tú ya conoces a Cristo, pero has permitido algo en tu vida que no le agrada, debes acercarte a Él con arrepentimiento y confesarle lo que has hecho. Te tocará con su mano y te limpiará.

Y si haces eso, algo maravilloso sucederá. Volvamos a Hageo 2, y leamos los versos 15 al 19:

 Ahora bien, desde hoy en adelante, reflexionen. Antes de que ustedes pusieran piedra sobre piedra en la casa del Señor, ¿cómo les iba? Cuando alguien se acercaba a un montón de grano esperando encontrar veinte medidas, solo hallaba diez; y, si se iba al lagar esperando sacar cincuenta medidas de la artesa del mosto, solo sacaba veinte. Herí sus campos con quemazón y con plaga, y con granizo toda obra de sus manos. Pero ustedes no se volvieron a mí -afirma el Señor-. Reflexionen desde hoy en adelante, desde el día veinticuatro del mes noveno, día en que se colocaron los cimientos de la casa del Señor. Reflexionen: ¿Queda todavía alguna semilla en el granero? ¿Todavía no producen nada la vid ni la higuera, ni el granado ni el olivo? ¡Pues a partir de hoy yo los bendeciré!

Aquí vemos lo que pasa cuando nos consagramos al Señor. Cuando hay contaminación en el pueblo de Dios, también falta fruto. ¿Te das cuenta? Hageo le dice al pueblo que, cuando ellos andaban en desobediencia, había escasez. Buscaban en la alacena los granos para moler, pero sólo encontraban la mitad de lo que habían guardado. Sembraban, pero la plaga y el granizo arrasaban con todo.

Si tú albergas pecado en tu vida, la bendición se alejará de tu casa. Podrás trabajar día y noche, pero nunca será suficiente. Pero ¡Dios es tan bueno! Desde el momento en que comenzamos a obedecer y a consagrarnos, El comienza también a bendecir. Él dice: “Desde hoy en adelante, reflexionen”. Luego dice: “¡A partir de hoy yo los bendeciré!” Muchas veces Dios nos bendice con anticipación, cuando Él ve que nuestro corazón está arrepentido.

El principio es éste: la pureza produce obediencia, que trae bendición. Podemos sembrar una planta de maíz en el jardín, y sabemos que, si recibe suficiente agua y sol, dará su fruto. Así la ha creado Dios. De igual modo, si nos consagramos y obedecemos, Dios nos traerá bendición.

Si en este momento todos nos consagramos al Señor, podemos estar seguros de que Él nos comenzará a bendecir de hoy en adelante. Si tú te consagras con tu familia al Señor, podrás estar seguro de que El comenzará a obrar en tu familia también. ¿Habrá luchas? ¡Claro! Pero ten la seguridad de que Dios no te desamparará. El hará cosas grandes.

Durante la última mitad del siglo XX, Dios usó grandemente a Billy Graham como evangelista. Predicó el evangelio en persona a decenas de millones, y alcanzó a cientos de millones más mediante los medios masivos. Antes de que Dios lo usara, sin embargo, se tuvo que consagrar.

Como estudiante universitario, tenía una novia cristiana. Se sentía seguro de que ella llegaría a ser su esposa. Sin embargo, en la víspera de la cena que marcaba el fin del año escolar, ella le dijo que ya no quería ser su novia. Su corazón se quebrantó, y entró en una crisis emocional.

Comenzó a caminar por un campo de golf, meditando sobre la relación quebrantada y el llamado de Dios a predicar. Después de varias semanas de pensar, en el último césped del campo de golf, se postró rostro en tierra con la cara bañada en lágrimas y dijo: “Oh Dios, yo seré lo que tú quieres que sea, e iré adonde quieras que vaya”. Esa consagración marcó el comienzo de muchas oportunidades para predicar el evangelio.

Quizás tú pienses: “Bueno, Dios no me ha llamado a ser evangelista”. Pero Dios te ha llamado a ser padre. Dios te ha llamado a ser esposo. Dios te ha llamado a ser maestro, o diácono, o líder de grupo. Dios te ha llamado a ser empleado o estudiante. Si te consagras por completo a Dios, El podrá usarte poderosamente en todas estas cosas. La bendición comienza desde el momento de consagración.

Si tu escondes el pecado en tu vida, la bendición se alejará de tu casa. Si abandonamos nuestro compromiso con la Iglesia, la bendición de Dios se alejará de ella. Pero si nos consagramos a la santidad, por la fe en Jesús, la bendición de Dios fluirá poderosamente.

Dios les bendiga

Denis A. Urbina Romero
Licenciado en Ministerio Pastoral
Email: daurbinar@gmail.org

 

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