Por Aracelly Díaz Vargas

No hay mayor bien para la humanidad que la justicia, la libertad y la
verdadera paz. Es notable en este siglo XXI encontrarnos en una sociedad
envenenada por el odio, inclinada al mal por el afán del poder, dinero y placer por
lo que el hombre se ha vuelto capaz de torturar, así como asesinar a su
hermano despiadadamente; esto es un indicio que en las entrañas de cada
individuo existe un descuido total donde no hay conciencia del gran bien de la
paz, olvidando que somos nosotros los primeros en generar ambientes donde
se pueda construir una sociedad que desenmascarando, la falsedad sea puente
indestructible de plena hermandad, debemos pues acercarnos a la comprensión y
acción, pues es urgente tener una buena voluntad de pacificación en nuestro
mundo interior, ya que es del interior donde surgen el mal o el bienestar.

En cualquier lugar que nos encontramos convirtámonos en agente de paz,
desde la moral, recordando que al abrazar esta responsabilidad, no solo
evitamos las guerras y conflictos que son evidentes en el mundo actual por el
cual muchas personas, niños y ancianos sufren inclementes consecuencia,
como es la destrucción, de las familias, destierros, bienes y de sus propias
vidas que son pago del egoísmo y prepotencia de algunos “líderes”, la paz es
imprescindible de la justicia son hermanas que anuncian la luz del bien para
la humanidad, en consecuencia de esto se encuentra la decisión de cada ser
entre justicia e injusticia, siendo la rectitud mejor aliada que guíe cada uno de
nuestros juicios, dejando de fuera las represalias o intenciones malévolas en
contra de nuestros semejantes.

Este fruto de justicia y paz que hoy necesitamos, no son los del
cementerio, no es la voz, sin voz de los sepulcros que necesitamos, es
escuchar el grito inocente que clama por sus derechos humanos, donde las
armas, palabras y misiles no ven el dolor en los corazones heridos, estas
amargas aterradoras situaciones deshumanizadas, es la misma que la historia
de la humanidad ha venido viviendo de generación en generación.

Sin embargo, en medio de tanta penumbras hay almas generosas que
tienden su mano en ayudar a los más indefensos, seres que se dan por una
ilusión, que nos recuerdan nuestra fraternidad en comunión donde la cordura
nos lleve a optar por la vida antes que a la dura destrucción, y sea la
aceptación de las diferencias el símbolo fructífero de una sana y firme
hermandad por todos los rincones de la Tierra.

La autora es escritora, poeta y columnista nicaragüense

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