Por: SEGISFREDO INFANTE

            Hemos sugerido en otro momento que para cada generación su propia época ha sido la más difícil o la peor. Es un asunto de percepciones o, en el mejor de los casos, de desinformación histórica. La verdad es que existen y han existido pueblos enteros que han sido víctimas del genocidio masivo, a tal grado que aquello, parecía el fin del mundo, para la nación específica que se haya tratado. No estoy hablando de la remota Cartago, destruida hasta los cimientos por el Imperio Romano en sus albores. Ni tampoco de sociedades coloniales o virreinales que experimentaron un largo e intenso mestizaje, y cuyos mestizos predominantes se mueven incluso en las estructuras del poder actual. Sino de varios genocidios reales recientísimos en el curso del siglo veinte, con sufrimientos inenarrables.

            Sin embargo, amén de lo antes dicho, nosotros en la actualidad coexistimos en una permanente incertidumbre planetaria, en sociedades inestables, sobre todo cuando se trata de países pequeños incapaces de adoptar su propio destino, dentro de una problemática que se escapa de nuestras manos desde cualquier ángulo que se la quiera tomar. Somos tan frágiles que ni siquiera hemos tenido la oportunidad de meditar sosegadamente sobre nuestras propias prioridades vitales, ajenas a las modas ideológicas y políticas de cada turno. Sumidos en las modas y jerigonzas internacionales, hemos fallado estratégicamente, y hemos postergado crear nuestra seguridad agroalimentaria básica. Hemos visto con desprecio la necesidad concreta de construir enormes embalses de agua dulce para la sobrevivencia de nuestro pueblo, incluso en la capital de Honduras.

            Nuestro país ha sido muy rico, en el pasado, en materia de bosques y de recursos hídricos, con altas potencialidades para la producción de granos. Pero nada sabemos del manejo científico de bosques ni tampoco de la agricultura y ganadería intensivas. Más bien hemos permitido que unos pocos individuos (o familias) y unas pocas vacas flacas destruyan los valles fértiles del país, convirtiéndolos en seudodesiertos. O desiertos creados por la mano destructiva del hombre. Agricultura científica; manejo sostenible del bosque; reforestación sistemática; incentivos agrícolas masivos; y construcción de reservorios de agua duce, son conceptos ajenos a la cultura de pueblos como el de Honduras, prejuiciados hasta la médula. Algunos pocos hondureños conocen estos conceptos fraseológicos que aprendieron en los cursos agropecuarios de sus universidades. Pero, por regla general, nunca los han aplicado; y más tarde se los llevan al sepulcro.

            Los incentivos agrícolas, la redistribución pactada y pacífica de la tierra, y la subsecuente semi-urbanización rural, son capítulos importantes para impedir que los campesinos pobres se vengan a vivir en la completa miseria en ciudades como Tegucigalpa, San Pedro Sula, Choloma y quizás Santa Rosa, para sólo mencionar algunas ciudades catrachas que se han convertido en el objetivo de las migraciones internas. Recuerdo, por ejemplo, que el doctor Carlos Héctor Sabillón, en el curso de “Geografía Física Especial”, en los comienzos de los ochentas, sugería a los estudiantes universitarios que había que detener el crecimiento demográfico de Tegucigalpa. Si alguien con poder le hubiese prestado atención, otra sería la situación de la capital hondureña en relación con la escasez creciente de agua potable y problemas conexos. Por mi parte he publicado ciertos artículos en dirección a que Tegucigalpa debiera crecer hacia arriba (mediante condominios) y nunca hacia los lados, como de hecho ha ocurrido en estas últimas décadas.

            No tenemos ninguna claridad sobre el futuro de Honduras ni de las sociedades metropolitanas del mundo. No quisiéramos tampoco ser apocalípticos. Pero hay múltiples detalles diarios que pueden olfatearse en el ambiente. Algunos de tales detalles son el espíritu de zozobra colectiva, de odios inexplicables y de miedos individuales. Muy lejos han quedado, para nuestro pesar, los optimismos filosóficos “infinitos” del siglo diecinueve. Optimismos que valdría la penar volver a estudiar, a fin de detectar los aciertos y las fallas de aquellos pensamientos. En tanto que en la actualidad pareciera imponerse una ideología del “miedo” mezclada con una filosofía del “dolor” creciente, nunca para liberarnos del problema, sino para esclavizarnos, tal vez perpetuamente, a estos fenómenos crecientes de dolor y miedo, con frivolidades que se combinan simultáneamente.

            Volviendo al punto. Pareciera que de nada sirve que Honduras posea todavía dos océanos y varios ríos caudalosos. No podemos, actualmente, desalinizar el agua marítima ni tampoco aprovechar los caudales de agua dulce, habida cuenta de los prejuicios ideológicos y de las postergaciones mencionadas en el segundo párrafo. Hemos venido registrando durante muchos años las excelentes sugerencias acerca del “riego por goteo” en la agricultura catracha. Pero hacemos oídos sordos a las sugerencias de los mejores cuadros del país. De seguir con las mismas actitudes y terquedades, terminaremos imitando a los etíopes y somalíes en materia de hambrunas pos-apocalípticas.  

            Tegucigalpa, MDC, 08 de septiembre del año 2019. (Publicado en el diario “La Tribuna” de Tegucigalpa, el jueves 12 de septiembre del 2019, Pág. Cinco).

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