Por: SEGISFREDO INFANTE

            En el “Mundo Occidental”, sobre todo en América Latina, hemos venido abrazando confusiones de toda clase, respecto de los acontecimientos escenificados en regiones lejanas de nuestras coordenadas geográficas, que aunque sean lejanas inciden sobre nuestras vidas nacionales e individuales. Una de ellas ocurrió con el desmembramiento abrupto de la Federación Yugoeslava poco después del derrumbe casi inesperado del Muro de Berlín y de la desintegración soviética. Nosotros fuimos víctimas de desinformaciones y confusiones derivadas de aquel grave conflicto interétnico de un país balcánico que había sido unificado, en el contexto de la Segunda Guerra Mundial, por el liderazgo socialista “No” alineado del mariscal Josip Broz Tito, y que al final de la jornada quedó dividido en seis u ocho pedazos demográfico-geográficos. Cualquier cosa que nosotros escribiéramos sobre aquella deshumanizada guerra, predominantemente interna, se alejaba de las atroces realidades de una sociedad en donde seguían subyaciendo conceptos como “limpieza étnica”, racismo barbárico, separatismo y supuestas supremacías religiosas.

            Otro fenómeno análogo, pero en diferente contexto geográfico e histórico, es la espantosa guerra reciente en Siria, que aparentemente comenzó con el llamado fenómeno de la hipotética “primavera árabe”. Aquí en Honduras el único analista que anticipó la gravedad del asunto fue el coronel ® don Francisco Zepeda Andino, quien predijo, por escrito y en algunas conversaciones, en términos bastante aproximados, que en Siria se gestaba un “polvorín” de una guerra de dimensiones descomunales. Nosotros apenas intuíamos los alcances del conflicto. No estábamos nada seguros si acaso se trataba de una mera guerra civil o del fantasma de una hostilidad regional provocada por múltiples intereses geopolíticos, económicos y religiosos, incluyendo el negocio del petróleo.

            Todo lo anterior ha ocurrido en el contexto del triunfalismo ciego de una concepción globalista aplanadora que vino endiosando la desregularización excesiva de los mercados nacionales e internacionales, con avances tecnológicos “adictivos” pero volátiles por todas partes del mundo, en donde el espionaje ha cosechado la nueva manzana de la discordia de unos poderes multipolares en donde se gana y se pierde simultáneamente, en detrimento de las economías reales: De las que viven los pueblos y las mismas sociedades hipermodernas, a pesar de que algunos de sus dirigentes pasan negando, todas las semanas,  que deben alimentarse tres o cuatro veces al día con carnes, lácteos y cereales; y que además deben transportarse por todo el planeta utilizando los derivados del petróleo.

            Las nuevas tecnologías digitales sirven para agilizar, a la velocidad de la luz y del sonido, la comunicación financiera y comercial, y para redireccionar las informaciones y desinformaciones positivas, negativas y ambiguas que circulan las veinticuatro horas del día por aquí y por allá. Sirven incluso para agilizar la tecnología militar. Sin embargo, los millones de seres humanos, en tanto sigamos siendo entidades biológicas y pensantes necesitaremos alimentos básicos, agua potable y medicamentos modernos para subsistir. Hace algunos años lo expresé enfáticamente en un artículo en este mismo espacio: Nadie se come un plato de microchips. A menos que se trate de un nuevo robot asimovniano todavía en proceso de fabricación industrial computarizada. Supongo que en vez de agua potable podrían utilizar (¡bromas aparte!) el famoso “aceite tres en uno”.

            El problema es que en la vida real existen miles de millones de personas que requieren los derivados del petróleo para mover los camiones, los coches, los aviones, los barcos, las empresas térmicas, los tanques de guerra e inclusive los trenes, pues son muy pocos los países hipermodernos en donde los trenes se mueven con imanes o los carros con baterías recargadas con energía solar. Las grandes potencias continúan utilizando en sus economías de base el petróleo, el hierro, el acero, el cemento, los ladrillos, los reactores nucleares, los gasoductos, las carnes, los cereales, los productos lácteos y las legumbres para poder vivir cada día o cada semana. Es más, ninguna empresa comercial movería sus mercancías en el mundo en ausencia del petróleo. De ahí que el magno problema se vuelva más confuso (incluyendo el tema ambiental) cuando se mezcla con los fundamentalismos religiosos y políticos de reciente data. Un solo ejemplo de lo aquí afirmado es que, según parece, Turquía le estaba comprando petróleo a la organización archi-terrorista del supuesto “Estado Islámico” (más conocido como “Isis”), el cual se encargaba de masacrar y despedazar a los cristianos y musulmanes moderados en Siria y en el nor-oeste de Irak.

            Produce cierta gracia cuando se habla de violencia en Honduras y se observan, a la vez, las ciudades completamente destruidas de Siria por causa de unos intereses y de unos fanatismos aparentemente inexplicables, con más de seis millones de migrantes forzados y decenas de miles de ancianos abandonados a su suerte. En consecuencia deberíamos estar mejor informados y replantear con cautela y sobriedad algunos paradigmas mundiales.

            Tegucigalpa, MDC, 12 de enero del año 2020. (Publicado en el diario “La Tribuna” de Tegucigalpa, el día jueves 16 de enero de 2020, Pág. Cinco). (Reproducido en los diarios digitales “En Alta Voz” y en “El Articulista”).

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