Por: SEGISFREDO INFANTE

 

            No hay que autoengañarse. Todas las sociedades civilizadas, desde hace unos diez mil años aproximadamente, es decir, desde los comienzos del neolítico, han parido desde sus entrañas a las élites encargadas de dirigir a sus respectivas naciones, en forma cooperativa y pacífica; o, por el contrario, algunas que se han dedicado a lastimar a sus propios pueblos. Cuando hablo del neolítico me refiero a los primeros emplazamientos urbanísticos habitados en nuestro planeta, como la ciudadela de Jericó en el Cercano Oriente, a pocos tiros de ballesta del río Jordán; o la civilización de Caral en el norte de lo que hoy es Perú, la más antigua ciudad prehispánica en el continente americano.

            Hasta donde sabemos las civilizaciones más antiguas eran dirigidas por los consejos de ancianos; e incluso por los patriarcas. Después aparecieron los jefes y los reyes y mucho más tarde los grandes emperadores. Los consejos de ancianos se convirtieron en senados permanentes cuando surgieron los primeros rudimentos republicanos en las riberas del mar Mediterráneo. Por eso en la actualidad algunos países exhiben sistemas parlamentarios bicamerales, como en los casos de Inglaterra y de Estados Unidos, en donde el senado estadounidense, o la cámara de los lores británicos, vienen a ser como los antiguos consejos de ancianos que legislaban y gobernaban al margen de los modelos políticos transitorios. Desde mi humilde punto de vista en Honduras debiera existir un “Consejo de Ancianos Estatal Permanente” (aparte de los necesarios partidos políticos y del gobierno), integrado por la gente más madura, intelectual y emocionalmente, oriunda de diversas generaciones, sin pasiones ideológicas extremas y sin esnobismos frívolos de ningún tipo.

            En ausencia de los consejos de ancianos mediadores de las clases sociales en pugna, los verdaderos intelectuales (e incluso los escribanos sistemáticos), han llenado los vacíos a lo largo y ancho de la “Historia”. Durante el Renacimiento italiano los pintores, escultores y arquitectos, jugaron un papel predominante en la configuración espiritual de las primeras ciudades capitalistas del mundo, como Florencia y Venecia. Sin olvidar a los grandes poetas y pensadores de aquella época singular. En los tiempos modernos podríamos señalar a los intelectuales y pensadores de la Ilustración francesa, a los empiristas ingleses y a los grandes filósofos alemanes, tildados, estos últimos, de racionalistas y de metafísicos.

            América Latina también ha contado con intelectuales que orientaron a las nuevas generaciones en la construcción de un mundo civilizado. Comentábamos con un amigo intelectual hondureño (a quien respeto mucho y que debiera ser parte de un consejo de ancianos) que los argentinos tuvieron una élite de intelectuales fuertes en la segunda mitad del siglo diecinueve y comienzos del azaroso siglo veinte, que contribuyeron para que aquel país suramericano (influido por italianos, franceses, judíos y españoles) se convirtiera en una república rica y pujante como pocas en el mundo. Las discusiones principales de los intelectuales argentinos oscilaban entre los conceptos de “barbarie” y “civilización”, como en el caso del maestro, escritor y político Domingo Faustino Sarmiento. En las últimas décadas los argentinos, muy a pesar nuestro, han acusado un franco decaimiento. Las razones y motivos podrían ser múltiples. Pero una de ellas ha sido la ideologización populista excesiva, que ha conducido a cierta polarización de los argentinos, a quienes tanto amaba el poeta y prosista nicaragüense Rubén Darío, y con los cuales se hacía ilusiones futuristas el filósofo español José Ortega y Gasset.

            La todavía atrasada sociedad hondureña por el contrario, sólo entiende el lenguaje de la confrontación, al grado que incluso los intelectuales también hemos caído en la horrible trampa de los lenguajes confrontativos, viscerales y estériles, sobre todo en los últimos diez años, por motivos recientes que podrían ser perfectamente explicados; pero que igualmente se explican por causa de una herencia secular que viene de los anarquismos y fraccionalismos de diversas tendencias del siglo diecinueve y comienzos del veinte.

            No existe en Honduras un grupo amplio y heterogéneo de intelectuales que orienten o inspiren sanamente a toda la nación hondureña. Los hay, si acaso, individualmente, aisladamente; pero nunca cohesivamente en función de erradicar la barbarie y el irracionalismo crecientes que se detectan en estos últimos años. No hemos terminado de comprender (los intelectuales) el principio democrático supremo de la tolerancia entre unos y otros. Lo cual significa que tampoco hemos asimilado el pluralismo ideológico, en donde debiéramos aprender a respetar las diferencias de pensamiento. Criticamos el “pensamiento único” de los neoliberales. Pero anhelamos y buscamos, como si fuera un “vellocino de oro”, el pensamiento único de las nuevas tendencias semi-totalitarias. La frase conceptual de “amar al prójimo” ha sido desechada, hasta el fondo, por las supuestas élites nacionales emponzoñadas con el odio pendenciero. (Este texto remite a mi otro artículo “Una élite con pensamiento”, publicado en LA TRIBUNA del jueves 18 de enero del año 2018).

 

            Tegucigalpa, MDC, 19 de mayo del año 2019. (Publicado en el diario “La Tribuna” de Tegucigalpa, el jueves 23 de mayo de 2019, Pág. Cinco).

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