Por: SEGISFREDO INFANTE

            Esta práctica de ocultar o distorsionar los hechos tal como sucedieron, o de interpretarlos antojadizamente, o de falsificar las fechas según los caprichos y las conveniencias de cada momento, no es una práctica nada nueva. Julián Marías habló del complejo del tigre rayado, que al verse al espejo imagina que es el primer tigre existente del mundo. Justamente durante el periodo autocrático del generalísimo Francisco Franco, hubo un florecimiento de la literatura y del pensamiento españoles como pocas veces en la historia de la “Península Ibérica”, tanto dentro como fuera de España. Incluso ahora se enaltece como la “Edad de Plata” de aquella literatura. Con ello jamás se niegan las crueldades y exilios del régimen franquista; ni tampoco los avances económicos de tal autocracia durante los años cincuenta y sesenta del siglo pasado. Tampoco se niegan las crueldades que cometieron los republicanos durante la guerra civil; pero sobre todo las purgas y asesinatos en que incurrieron unos republicanos contra otros, a veces por ligeras diferencias ideológicas. Que conste que mi padre era un joven republicano convencido y exiliado en la zona norte de Honduras durante la dictadura de Primo de Rivera y también durante la dictadura de Francisco Franco. Es más, falleció en aquel contexto temporal.  

            La “Historia” es un acontecer objetivo y una ciencia. Y el sujeto pensante, al embarcarse en esta disciplina específica debe atenerse a las consecuencias. Por eso en varios artículos, a lo largo de las décadas, he sido de la opinión que el primer historiador científico fue Tucídides, quien a pesar de sus orígenes atenienses y más o menos “conservadores”, trató de ser realista e imparcial al momento de escudriñar y escribir los acontecimientos relativos a la “Guerra del Peloponeso”, en donde Esparta (la ciudad “inculta” según una idea derivativa de Oswald Spengler) termina venciendo a la Antigua Atenas, ciudad de poetas, filósofos, hoplitas y geómetras.

            Resulta admirable que Tucídides, a pesar que se dice que fue expulsado de Atenas por haber perdido una batalla naval, en su exilio se dedica a escudriñar minuciosamente las acciones de los dos bandos enzarzados en la guerra sangrienta. Incluso llega a elogiar a Pericles, jefe y líder democrático de los atenienses, con quien había sufrido fuertes fricciones personales y políticas. Nunca ocultó las virtudes y posibles defectos de su admirado y paradójico adversario Pericles. Eso se llama hacer ciencia histórica. No neutral. Sino imparcial. Para eso se requiere de un espíritu grande; investigación directa; auscultar archivos y procesar las versiones de los diferentes testigos. No de un solo bando como es lo acostumbrado en los países con gran decaimiento espiritual.  

            Con el erudito Mario Posas hemos coincidido que en Honduras han nacido algunas de las cabezas más talentosas o brillantes de América Central, en diversas áreas del quehacer humano y en distintas épocas. Si buscamos en los libros y en los archivos encontraremos hondureños que publicaron narrativas y tratados jurídicos durante el largo periodo colonial, como José Lino Fábrega y Antonio de Paz y Salgado. No digamos en el contexto final de las reformas borbónicas, del proceso independentista o de la zigzagueante historia republicana de nuestro frágil país. El cerebro de José Cecilio del Valle, para traer a colación un solo ejemplo, iluminó a toda Centroamérica y al mismo continente americano, en una dimensión análoga en que lo hizo el venezolano-chileno Andrés Bello. Resulta casi secundario, a veces insustancial, el marco político transitorio dentro del cual crecieron y se consolidaron nuestros personajes más valiosos. Más bien es de maravillarse cómo, a pesar de todas las adversidades individuales y colectivas, nuestros hombres y mujeres de renombre hicieron brillar sus estrellas frente a la opacidad del ambiente y unas circunstancias tristes, fanáticas o estereotipadas. (El concepto de “circunstancia” fue trabajado por José Ortega y Gasset).

            Dije que la práctica de sepultar los hechos tal cual fueron, es antigua. Pero deseo subrayar que tal actitud se ha vuelto sistémica en nuestros días. Un personaje “equis”, en una conferencia de prensa, logra apantallar a los periodistas internacionales con mentiras demasiado obvias. Quizás porque tales periodistas nunca recibieron información histórica confiable en sus propios países y continentes. El personaje miente a diestra y siniestra sin ningún rubor, porque tanto su asesor ideológico principal como él mismo, han perdido de vista que existen historiadores científicos que saben que ellos dos están distorsionando los hechos peligrosamente.  

            El escamoteo historiográfico consiste en tomar de los libros y archivos sólo los retazos que convienen, engañar a los lectores incautos y sobredimensionar los defectos de los adversarios, sean reales o inventados. Recuerdo que con Roque Ochoa Hidalgo sonreíamos cuando un manual de supuesta filosofía universal arrancaba del año “1917”, como si antes no hubiese ocurrido nada de nada. Los hondureños, aunque todavía parecemos analfabetos, debemos ponernos en guardia con los mentirosos hiperbólicos.

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