Por: SEGISFRDO INFANTE

            Como para darle continuidad al viejo tema del centro histórico y de las cafeterías “clásicas” que operaban en el corazón de Tegucigalpa, es pertinente mencionar a los más diversos personajes (algunos fallecidos) que vienen a mi memoria por sus conversaciones, altisonancias, chabacanadas, ocurrencias, seriedades, consejos o silencios. Esto es una mixtura de recordación nostálgica con “divertimentos” ocasionales.

            A fines de la década del setenta, y durante los días más importantes de la “Semana Mayor”, nos reuníamos por las tardes y las noches con Jorge Bulnes y otros amigos a conversar en el parque central, con dos propósitos: ver pasar las procesiones religiosas y abordar los temas más diversos, con énfasis en las obras dramáticas de Wolfgang von Goethe y William Shakespeare, en ligamen con el buen cine que aún se podía disfrutar en los cinematógrafos “Variedades”, “Pálace”, “Clámer” y “Presidente”. Después se sumaron a la lista otros cines más o menos céntricos. 

            En la década del ochenta tenía en mis caminatas dos refugios principales: El “Jardín de Italia” y el restaurante “La Gran Vía”, para comer y tomar café, ya fuera en soledad o acompañado. Con don Roque Ochoa Hidalgo, excelente poeta y sindicalista, cuando deseábamos disfrutar un buen vino y bocadillos exquisitos, visitábamos la cafetería “Marbella”, quizás la mejor de Honduras en aquel entonces. En relación con las virtudes intelectuales y personales de “Don Roque”, he publicado varios artículos.

            A mediados de la década del ochenta solía llegar al “Jardín de Italia”, por las tardes o los sábados, con el propósito principal de leer sin interrupciones de nadie. Pero en cierta ocasión se me acercó el periodista Manuel Carías que venía acompañado por un supuesto primo hermano de él. Se autopresentó. Me dijo que se llamaba Miguel “Karías” con “K” de Kremlin, pero que era “más conocido en el mundo de las letras como Pan Blanco”, un personaje mítico con lecturas elementales de materialismo dialéctico, con posturas dogmáticas, obsesivas y muchas veces divertidas. Desde entonces “Pan Blanco” me buscaba en “El Jardín de Italia” o en “Bric-Brac”, para ofrecerme, según él, “instrucciones políticas”. No me dejaba leer en paz. Con el paso de los años confesó que ya no se llamaría “Pan Blanco”, sino que “Tai-Pan”. Me han contado que tanto Manuel Carías como su primo Miguel ya fallecieron. Espero que se hayan reconciliado con Dios Altísimo. (A las conversaciones varias veces se sumaron, en momentos diferenciados, Guillermo Emilio Ayes; Julio César Pineda; Fausto Maradiaga; Luis H. Padilla; Alexis Ramírez y don Jorge Vinyalls, este último más conocido, chistosamente, como “el Führer”).

            Dentro de “Bric-Brac”, una cafetería que estaba abierta las veinticuatro horas del día, nos convertimos en buenos amigos con el doctor y profesor en matemáticas el olanchano don Oscar Montes Rosales, uno de los hombres más afables y discretos que he conocido en mi vida. Falleció el año pasado. Después organizamos, con el Dr. Montes, en la década del noventa, una especie de club social, de tipo antropológico, con el fin de recorrer las callejuelas capitalinas a media noche. Pero también organizamos, con el auxilio de la poetisa Elisa Logan, los poetas y articulistas David Díaz Acosta y Enrique Cardona Chapas, y el profesor en matemáticas Truman Vitelio, la “Sociedad Hondureña de Estudios Clásicos José Cecilio del Valle”. Grupo al cual también se sumó la poetisa copaneca Brenda Patricia Cruz Flores, entre otras personas distinguidas.

            En virtud que casi todas las cafeterías y restaurantes fueron desapareciendo del centro histórico, terminamos refugiados en “Café de Pie” y en la cafetería del antiguo “Hotel Prado”. Los rostros que podría recordar se multiplican. Por mi mente desfilan Leonardo Rodríguez Matamoros; Luis Martín Alemán; Julio Rodríguez Ayestas; Elsa Marina Torrez; Leonel Solís; José Luis Quesada; Rudy Thompson; José Abraham Raudales “Tunchac”; el griego “Yorgos”; Jorge Constant; Benigno Gómez; Sergio Membreño; “Tavito” Sánchez; José D. López Lazo; “Manuelito” Rodríguez; Atanasio Herranz y Herranz; Luis Alonso “el Pelón” Morel; Daniela García Lezcano; Rafael López Murcia; Tomás Stefanovics; Josué Danilo Molina; Abraham Pineda Corleone; “Chemita” Valle Bustillo; “Luisito” Zelaya Moncada; Hilario René Vallejo; José Azcona Bocock; mis hijos e hijas cuando estaban pequeños y muchas otras personas interesantes cuyos nombres sería prolijo enumerar. (“Toñito” Chávez, Mario Arita, Ernesto Paz Aguilar, Rossel Montes, Abel Herrero y Marcos Carías Zapata se sumaron, tardíamente, a las tertulias de “El Señor Café”, más conocido como “Café de la Resistencia”).

            Deseo dedicar los últimos renglones al doctor en filosofía espinoziana don Hilario René Vallejo, quien hace poco falleció. Hilario era amigo nuestro y parroquiano de “Café de Pie” y del “Hotel Prado”. Confío que goza de la paz eterna y que su hija Kris Vallejo, una poetisa de altas potencialidades, haya encontrado la indispensable consolación. 

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