Doctor HORACIO ULISES BARRIOS SOLANO, Premio Nacional de Ciencia “JOSÉ CECILIO DEL VALLE”

El presidente de la República (en estonio: Vabariigi President) es el jefe de Estado de la República de Estonia. Dado que Estonia es una democracia parlamentaria[1] el presidente es principalmente un líder simbólico y no tiene un poder ejecutivo importante. Además, debe desvincularse de su afiliación a cualquier partido político durante su mandato. La presidenta actual es Kersti Kaljulaid[2], cargo que ejerce desde el 10 de octubre de 2016  Según la Constitución de Estonia de 1992, al presidente se le atribuyen las siguientes obligaciones:

  • Representar a Estonia en las relaciones internacionales.
  • Conferir rangos diplomáticos, nombrar y destituir a los representantes diplomáticos de Estonia, aceptar las credenciales de los representantes diplomáticos extranjeros acreditados en Estonia, firmar instrumentos de ratificación, etc.
  • Promulgar leyes o devolverlas al Riigikogu [3]para debatirlas de nuevo. Sin embargo, no puede vetar ninguna ley si es aprobada de nuevo en el Riigikogu.
  • El presidente tiene el derecho de iniciar las enmiendas a la Constitución.
  • Es el Comandante Supremo de la defensa nacional de Estonia, convoca y preside el Consejo de Defensa Nacional y confiere los rangos militares.

El presidente es el encargado de designar al primer ministro, no sin antes obtener el visto bueno del Parlamento.  El presidente es elegido por el Riigikogu para un mandato de cinco años; si no obtiene dos tercios de los votos pasadas tres rondas de votación, la responsabilidad de elegirlo pasa a una asamblea electoral (constituida por el Parlamento y miembros de los gobiernos locales), que ha de escoger entre los dos candidatos con mayor porcentaje de votos. Cabe notar que un presidente no puede ser elegido para más de dos mandatos consecutivos.

La presidenta actual es Kersti Kaljulaid

[4]“Una antigua república soviética a orillas del mar Báltico es la sociedad digital más avanzada del planeta. Improbable pero cierto. En el tranvía de camino al trabajo o en la sala de espera del dentista, sus ciudadanos pueden matar el tiempo en Facebook o hacer la compra semanal, pero también renovar su pasaporte, firmar un documento o crear una empresa. Bienvenidos a Estonia, el país que ha puesto la tecnología por bandera. En el garaje de ambulancias del North Estonia Medical Centre, un hospital público situado en el noroeste de Tallin, Arkadi Popov hace una demostración práctica. En un iPad, abre la aplicación que utiliza el equipo sanitario de urgencias desde 2015. “Si ingresamos el código de identificación del paciente que acabamos de recoger, podemos acceder a su historial, a los números de contacto de sus familiares e incluso al de su médico habitual. Tener este tipo de información de calidad desde el primer momento es vital: evita errores en la toma de decisiones y, evidentemente, salva vidas”, resume Popov, un médico de trato afable que luce la bata blanca de rigor y unas zapatillas de deporte de suelas desgastadas que delatan demasiadas carreras por un servicio que recibe diariamente en torno a 250 personas. Cuando la ambulancia está de camino al hospital, el personal del centro puede ver su recorrido gracias al GPS y así tenerlo todo preparado. “Esa información también es muy valiosa: todo lo que nos ayude a sofocar el caos es clave”.

Si un paciente llega en estado crítico y necesita una intervención inmediata, la enfermera Rita Beljuskina y el médico anestesiólogo Sergei Kagalo verán su ingreso en el sistema en tiempo real. En la planta de cirugía, una gran pantalla gobierna los 18 quirófanos disponibles. En blanco se ha quedado la pizarra que utilizaban hasta hace cinco años, cuando todo se organizaba a golpe de teléfono y rotulador. Con este sistema electrónico de reserva de quirófanos pionero en Estonia, subraya Kagalo, los cirujanos introducen los datos del paciente, especifican el nivel de urgencia de la operación —código rojo, si necesita ser intervenido de urgencia; amarillo, si puede esperar hasta 2 horas; gris, hasta 24 horas—, el tipo de instrumental y personal necesario, y hasta el tiempo que durará la operación. “Ahora hay menos overbookings, menos esperas y menos cancelaciones. Incluso se han resuelto temas quizás menores, pero ineficientes: antes muchas veces los médicos olvidaban poner en la ficha qué tipo de antibióticos se iban a necesitar. Ahora no puede cerrarse la reserva sin esa información”, explica Beljuskina. Terminada la intervención, los cirujanos se dirigen a una sala de ordenadores donde completan el informe del paciente, que, una vez recibida el alta, se encriptará y pasará a formar parte de su historial médico. En adelante, podrá decidir que el dosier de su paso por el North Estonia Medical Centre sea accesible para otros especialistas que lo traten o, de lo contrario, blindarlo para que nadie pueda verlo. En el sistema estonio, los ciudadanos son los únicos propietarios de sus datos, y cuando, por ejemplo, un juez, un policía o un funcionario de la red de transporte accede a ellos, esa consulta queda registrada. Y si se considera injustificada, el ciudadano puede presentar una denuncia: las intromisiones constituyen un delito.

Un día cualquiera en Estonia

“¿Por dónde empezamos?”. En 1991, cuando Estonia se independizó de la URSS, esa era la pregunta que acosaba a quienes lideraron la transición. No tenían ni Constitución, ni instituciones democráticas ni un sistema legal. Las infraestructuras estaban obsoletas y en malas condiciones, y el sistema bancario, a años luz del estándar occidental. Estaba casi todo por hacer. Y no disponían de grandes presupuestos para la reconstrucción: la crisis económica noqueó de inmediato al país, que pronto pasó de una relativa prosperidad bajo el paraguas soviético a un escenario de inflación disparada y PIB en declive. “En realidad, nosotros no quisimos crear un Estado digital. Era una cuestión de supervivencia. Enseguida nos dimos cuenta de que la Administración Pública y la burocracia gubernamental eran muy caras”, explica Linnar Viik, ingeniero y economista de 53 años, y uno de los artífices de la apuesta estonia por la tecnología. “Queríamos hacer las cosas a nuestra manera. Diferenciarnos de la etapa que estábamos cerrando. Esa fue una gran motivación para impulsar la digitalización. En Polonia fueron los sindicatos los que dirigieron el movimiento pos-soviético; en Checoslovaquia, intelectuales como Václav Havel, y en Estonia, una mezcla de músicos, poetas, escritores y científicos. Los ingenieros estuvieron muy cerca de la creación de leyes y de la Administración”.

En el sistema estonio, los ciudadanos son los únicos propietarios de sus datos “online”. Consultarlos sin razón constituye un delito: Burlando las prohibiciones soviéticas, un año antes de la independencia, la disidencia ya había empezado a construir un registro de la población. El sistema era rudimentario y, al principio, no era extraño encontrarse con números duplicados, pero ese fue el germen del código que posteriormente identificaría a los ciudadanos de la República de Estonia. Los primeros pasaportes de la nueva nación se emitieron en 1992, y cuando, una década después, llegó la hora de la renovación, el Gobierno aprovechó para dar un paso más y entregó la tarjeta de identidad con un chip electrónico para acceder a sus servicios en la Red. Hoy el 99% de los trámites oficiales —un total de 1.789— pueden realizarse en cualquier momento: el portal gubernamental está abierto las 24 horas de los siete días de la semana. Solo las operaciones inmobiliarias, casarse o divorciarse exigen su presencia física.

Los estonios tan solo necesitan una conexión a Internet para votar, renovar su carnet de conducir, consultar las recetas médicas, presentar reclamaciones por importes menores a 2.000 euros, hacer la declaración de la renta, impugnar una multa de tráfico, cambiar la dirección de su domicilio, registrar una empresa, firmar documentos, ver las notas de sus hijos y comunicarse con los profesores, acceder a su historial médico… Y sus gobernantes predican con el ejemplo: el papel desapareció de las reuniones del Consejo de Ministros en el año 2000 y el primer ministro estampa su firma digital en una pantalla para que las leyes entren en vigor.

Ventajas de disfrutar de e-Estonia, un ecosistema eficiente, transparente y seguro que se ha convertido en un ejemplo mundial. El 70% del PIB se nutre del sector servicios, y aquellos relacionados con las tecnologías de la información y la comunicación son los que más aportaron al crecimiento de la riqueza nacional en 2016. Además, esta digitalización, presumen, les supone un ahorro del 2% del PIB anual en salarios y gastos. Y no se cansan de repetirlo: si ellos han construido una sociedad digital, cualquiera puede hacerlo. Ese fue el mensaje que lanzaron durante su reciente presidencia del Consejo de la Unión Europea. La innovación no puede ser patrimonio exclusivo del sector privado, los Gobiernos no pueden quedarse atrás, así que basta de excusas. No es una cuestión de dinero. Tampoco de tamaño. Tan solo se necesita voluntad política.

El 27 de abril de 2007 Estonia retiró una estatua de bronce del centro de Tallin. Erigida en 1947 para conmemorar a los soldados soviéticos caídos en la Segunda Guerra Mundial, simbolizaba un pasado de ocupación, así que se reubicó en un cementerio militar a pesar de las advertencias rusas: el traslado, reiteraron, tendría consecuencias “desastrosas”. Y así fue. Unos días más tarde, los estonios no pudieron acceder a las webs del Gobierno, los principales periódicos, las universidades o los bancos. El país era víctima de un ciberataque (y el Kremlin negaría posteriormente toda implicación en el asunto). Linnar Viik, que ahora asesora a Gobiernos en materia de transformación digital desde la e-Governance Academy, recuerda una war room con ingentes cantidades de agua, cítricos y café donde trabajaron, sin tregua, funcionarios, profesores universitarios, estudiantes de doctorado y empleados de compañías privadas. “¿Todas estas personas tienen el visto bueno de seguridad?, nos preguntó el ministro de Defensa al asomarse a la sala. “No, pero tienen la competencia digital necesaria para solucionar el problema. Por favor, déjenos trabajar”. A Viik se le dibuja una sonrisa. En ese preciso instante, dice, muchos entendieron que el mundo había cambiado. El Gobierno salió airoso, todo volvió a la normalidad y, desde entonces, Estonia se ha convertido en una referencia en materia de ciberseguridad: en 2008 se inauguró en Tallin el Centro de Excelencia de Cooperación en Ciberdefensa de la OTAN, y el año pasado el país báltico anunció la creación de la primera “embajada de datos” en Luxemburgo. Es decir, en caso de sufrir un nuevo ataque, tendrán una copia de seguridad de todo su Estado a buen recaudo y el país podrá seguir funcionando sin interrupción. Según Andre Krull, CEO de Nortal, una compañía que ha colaborado estrechamente con la Administración Pública para desarrollar, por ejemplo, el censo o el sistema de recaudación de impuestos, “esa crisis, y otras posteriores, nos han ayudado a madurar. Hace una década abríamos cualquier enlace que nos enviaban por correo electrónico, pero ahora todos entendemos que hay que tener una cierta higiene cuando nos conectamos a la Red. Esta es la realidad de vivir en una sociedad digital”.


[1] El parlamentarismo, también conocido como sistema parlamentario o democracia parlamentaria, es un sistema de gobierno en el que la elección del gobierno emana del parlamento y es responsable políticamente ante este. Wikipedia

[2] Kersti Kaljulaid es presidenta de Estonia desde el 10 de octubre de 2016. Su elección fue fruto de una candidatura de consenso. Después de que el Riigikogu y el Comité Electoral fuesen incapaces de elegir al sustituto de Toomas Hendrik Ilves, los diputados más veteranos de la cámara sugirieron la candidatura de la funcionaria europea. De vuelta al parlamento, Kaljulaid superó la mayoría de dos tercios necesaria gracias a 81 votos (de 101 posibles) y se convirtió así en la primera mujer que ostenta la jefatura del Estado en Estonia, así como en la más joven en acceder al cargo con 46 años. Wikipedia

[3] El Riigikogu es el parlamento unicameral de Estonia. Todas las preguntas importantes relacionadas con el estado pasan por el Riigikogu. Además de aprobar la legislación, el Riigikogu nombra altos funcionarios, incluido el Primer ministro y Presidente de la Corte Suprema, y elige el Presidente. Wikipedia

[4] https://elpais.com/elpais/2018/04/05/eps/1522927807_984041.html

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