Por: SEGISFREDO INFANTE

            Antaño solía regalar a los niños y a los jóvenes, de ambos sexos, diversas ediciones del “Quijote de la Mancha” de Cervantes, y de “El Principito” de Antoine de Saint-Exupéry. Ignoro si aquellos muchachos, hoy convertidos en adultos, continúan leyendo textos hermosos o, por el contrario, han abandonado la lectura a cambio de las “cifras” mercantiles que también son útiles. Recuerdo que en un viaje, pasando por Madrid, adquirí a bajo precio una edición del “Quijote”. Me parece que exhibía pasta de cuero y dibujos de Gustave Doré. Aquella edición lujosa se la obsequié, con las mejores intenciones, a una joven dama. Ignoro, también, si el libro se le extravió o lo destruyó algún novio celoso, como podría ser lo usual en estos casos.

            Hablando de utilidad dice Saint-Exupéry en su libro “Le Petit Prince”, que cuando se enciende un farol es como si se “hiciera nacer una estrella más, o una flor”, y que encender faroles en la noche “Es una ocupación muy hermosa. Es verdaderamente útil porque es hermosa.” Es de notar que el autor invierte los valores utilitaristas de la época en la cual nació. Para Saint-Exupéry es más útil “una hermosa casa de ladrillos rojos con geranios en las ventanas y palomas en el techo”, que el precio de la casa misma, que por aquellos días bien podía alcanzar los cien mil francos. Para los utilitaristas enjutos, en cambio, es más importante el precio en que se autocotizan las personas. Como ilustración de este respecto, recuerdo que Marlon Brando, en la película “Apocalypse Now”, al mencionar su lugar de origen, en Estados Unidos, lo que describe es un extenso campo de gardenias en flor. No discurre sobre su brillantez militar ni tampoco acerca de su locura provocada por la despiadada guerra en Indochina. Sino sobre la belleza de las gardenias, “el horror” y la poesía, motivos que hubiesen fascinado al delicado “Principito”, quien estaba enamorado de una sola rosa, o flor, escondida entre las estrellas del Universo.

            No sabemos si “El Principito” (1942) es un cuento, un relato, una especie de diálogo filosófico primordial o una novela corta, razón por la cual hay que llevar cuidado al momento de leerlo. El mismo autor avisa en las primeras páginas que “No me gusta que se lea mi libro a la ligera”. De lo que sí estamos seguros es que la soledad y los paisajes del inmenso desierto del Sahara, despiertan el amor del “Principito” y del autor del libro, un aviador de profesión. Creo que la médula del texto se encuentra en la búsqueda nostálgica de los conceptos gemelos de “amor” y “amistad”, en la más pura acepción del más alto significado. Esto me hace recordar, de modo indirecto, la novela y la película “El paciente inglés”, con sus enredos amorosos, el sufrimiento, la nostalgia y la proximidad permanente de los desiertos.

            Sea como fuere he sugerido la lectura de “El Principito” como si se tratara de una aproximación gradual a la “Filosofía”. La verdad es que el Conde de Saint-Exupéry conocía los términos filosóficos que se consubstancian con su relato. En una de sus páginas sostiene que “Hay que exigir a cada uno lo que cada uno puede hacer”. No se le debe pedir a nadie que haga lo que le es imposible realizar, en tanto que “La autoridad reposa, en primer término, sobre la razón.”

            Resulta casi evidente que el autor había leído los “Diálogos” de Platón, haciendo hincapié en el discurso de Sócrates. En “El Principito” dice: “Te juzgarás a ti mismo”. (…) “Es lo más difícil. Es mucho más difícil juzgarse a sí mismo que a los demás. Si logras juzgarte a ti mismo eres un verdadero sabio.” Aquellos que hemos leído sobre estos respectos, percibimos el trasfondo socrático del “Principito”. Incluso la técnica de repetir, hasta lo necesario, las preguntas que ha formulado el niño ucrónico del relato.

            Pero a mi juicio lo más medular de este pequeño libro infantil para adultos, es la exposición indirecta de las conclusiones a que llegaron Sócrates y Platón después de haber procesado la teoría del “Ser” y del “No-Ser” de Parménides. A partir de estos filósofos griegos sabemos que los cinco sentidos pueden engañarnos sobre la realidad o la esencia de la realidad. Antoine de Saint-Exupéry expresa claramente que “Lo esencial es invisible a los ojos.” Y que “algo resplandece en el silencio.” Pues “Lo que embellece al desierto –dijo el Principito– es que esconde un pozo en cualquier parte.” (…) “Ya se trate de la casa, de las estrellas o del desierto, lo que los embellece es invisible.” En otras páginas sugiere que es más fácil mirar con el corazón.

            Son varias las lecciones que podemos extraer de esta lectura singular. Entre otras, aquella de que “Es bueno haber tenido un amigo, aunque vayamos a morir.”

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