Por: SEGISFREDO INFANTE

            La cuestión de los ordenamientos regionales y mundiales se viene abordando, en forma cíclica, desde la “Guerra de los Treinta Años” y la subsecuente “Paz de Westfalia”, en los mediados del siglo diecisiete europeo, con antecedentes previos en lo que respecta a las áreas limítrofes de influencia geográfica y comercial de España y Portugal poco después del descubrimiento accidental pero “legal” del “Nuevo Mundo”. Este es un tema que ha fascinado al viejo historiador y diplomático Henry Kissinger, desde los días en que se desempeñaba como profesor de la Universidad de Harvard. Pero, sobre todo, a partir de su intenso trajinar como asesor de varios presidentes norteamericanos (especialmente de Richard Nixon), en que el hombre ha venido publicando algunos libros importantes con recapitulaciones enriquecedoras acerca de la “Diplomacia”, sobre el “Orden Mundial” y un libro sobre China Popular. Diríamos que Kissinger es una autoridad en estos asuntos, y que a mi parecer nunca se ha dejado impresionar ni por las modas ni por las jergas que se han venido ensayando en los últimos treinta años, aproximadamente. En tanto que las supuestas novedades este personaje ya las había contemplado, anticipadamente o sobre la marcha, dentro de su visión geopolítica según la teoría de los equilibrios regionales y mundiales.

            No podemos ni debemos negar, sin embargo, que hay auténticas novedades. Una de ellas es que las visiones geopolíticas y militares anteriores han sido sustituidas, hasta cierto punto, por estrategias financieras y comerciales de orden global, con repercusiones positivas, ambiguas y negativas en diversos horizontes. Pienso que para comprender con seriedad y sobriedad el mundo actual, es preciso identificar el momento histórico del derrumbe del Muro de Berlín y el desmantelamiento de la Unión Soviética. Un momento de quiebre a partir del cual se disparan tres tendencias principales: La primera de todas es la del triunfalismo excesivo de las visiones occidentales neomonetaristas y globalizantes que condujeron a la desregulación casi total de los mercados financieros nacionales e internacionales, con unos resultados que deben ser reanalizados a la luz de las situaciones concretas que han experimentado los países específicos en cada región del mundo. Lo positivo de esta primera tendencia es que por unos pocos años parecía que podíamos respirar con esperanza y que salíamos del cansancio, del fastidio y del desencanto que provocaba la “Guerra Fría” y sus lenguajes apocalípticos reiterativos.

            La segunda tendencia, como contrapartida automática de la anterior, ha sido la del resurgimiento de los pequeños nacionalismos disgregantes; de los racismos y de los fundamentalismos ideológicos ofensivos y extremos. Un ejemplo anticipado de ello fue la desarticulación archi-violenta de la Federación de Yugoeslavia, que había dirigido con relativa tranquilidad, como si fuera un patriarca socialista, el mariscal Josip Broz Tito. Más tarde reaparece el “eterno” problema de Afganistán y los “nuevos” movimientos de jóvenes musulmanes, incluyendo la mal llamada “Primavera Árabe”, la cual ha desembocado en la espantosa carnicería deshumanizante en Siria. Sin olvidar en este punto clave el genocidio descomunal previo entre las dos tribus principales de Ruanda.

            Una tercera tendencia ha sido la ambigüedad, la frivolidad y, por encima de todo, la incertidumbre, esbozada por teóricos, políticos e intelectuales de diversas tendencias, con sus lados positivos y negativos. En este momento recuerdo algunos libros que coinciden con esta tercera tendencia más o menos posmoderna. Me refiero al libro “Desde la perplejidad; ensayos sobre la ética, la razón y el diálogo” (1990), del filósofo español ya fallecido Javier Muguerza. Debo añadir el libro “La era de la perplejidad; repensar el mundo que conocíamos”, de Francisco González. Luego añadiríamos “La era de la Yihad; el Estado islámico y la guerra por Medio Oriente”, del periodista irlandés Patrick Cockburn. Pues coexistimos en una época en que la incertidumbre pareciera ser la única verdad que nos acecha por todos lados. Sin embargo, “Nihil novum sub sole” (“Nada nuevo hay bajo el sol”), en tanto que el teólogo, filósofo, médico y talmudista judío-cordobés aristotélico, don Moshé Maimónides, había publicado casi a finales del siglo doce el texto filosófico “Guía de perplejos” (año 1190), es decir, durante la “Baja Edad Media”.

            Un aporte modestísimo que cualquier hondureño bien nacido debiera lanzar al resto del planeta, es una reflexión orillera pero sesuda, sobre el tema de la gobernanza mundial en nuestros días, habida cuenta que tal “gobernanza” pareciera exhibir una permanente némesis o su contraria casi total: La desgobernanza mundial, que se observa incluso en países altamente desarrollados como en nuestra admirada Francia, con brotes muy violentos por aquí y por allá. No debemos suponer que nuestra Honduras (lo he subrayado en varios artículos) es una isla imaginaria que experimenta pasiones barbáricas inéditas, excluyentes o únicamente criollas. Finalmente, una cosa es “gobernabilidad” democrática y otra cosa más o menos diferenciada son los conceptos de  gobernanza y desgobernanza.  

            Tegucigalpa, MDC, 30 de junio del año 2019. (Publicado en el diario “La Tribuna” de Tegucigalpa, el día jueves 04 de julio de 2019, Pág. Cinco).

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