Lucem et Sensu
Por: Julio Raudales
Rector de la Universidad José Cecilio del Valle.

Es fácil engañar a la gente que no entiende de economía o de políticas públicas prudentes que apoyen el desarrollo de un país. Muy común que los gobiernos recurran a tretas politiqueras con el fin de adormecer a su clientela y al final terminar provocando más daños que bienestar. Vale la pena ilustrar lo dicho con un ejemplo.

En enero de 1952, en un acto público, el presidente Juan Domingo Perón y su esposa Evita, le regalaron una bicicleta de 150 pesos al hijo de un maestro de escuela cuyo sueldo era de 600 pesos mensuales. Padre e hijo lloraron agradecidos.

Aquel año, la inflación en el país rioplatense fue de 39%; el Estado le dio a esa familia una bicicleta, pero le “robó” en inflación el equivalente a catorce que el profesor pudo haber comprado si el Banco Central de Argentina hubiera impreso solo los billetes necesarios para reemplazar los desgastados por el uso, y un poco más para asegurar las transacciones adicionales dado el crecimiento real de 2% que tuvo la producción durante el periodo. Pero ese año el banco imprimió casi 40% más que la masa monetaria de 1951.

Cuando el profesor percibió que lo que ganaba no le alcanzaba para cubrir las necesidades de la familia ya que los productos se pusieron muy caros, padre e hijo se unieron a las manifestaciones a insultar a los dueños de almacenes. Pensaban que eran estos los responsables de sus aprietos. Pero no es que los precios subieron, lo que pasó es que el peso perdió valor debido a la irresponsabilidad del Banco Central que, para complacer a un gobernante sediento de popularidad, imprimió billetes demás.

Durante casi todo el siglo pasado, la inflación fue la enfermedad más dañina que padecieron las economías en todo el mundo. En la inmensa mayoría de los países, la pobreza persistía debido a que el dinero perdía valor de forma sistemática año tras año y a veces hasta en días.

Como consecuencia de las dos guerras mundiales, países como Alemania, Hungría y Japón sufrieron de hiperinflación, es decir de pérdida exacerbada en el valor del dinero. La gente evitaba acumularlo y lo gastaba a como diera lugar, lo cual solo empeoraba las cosas. Hubo casos en que los trabajadores recibían su salario literalmente en bolsas enormes o cajas y salían corriendo a la calle a gastarlo en lo que fuera. Más tarde algunos latinoamericanos y africanos como Argentina, Perú, Chile, Nicaragua y Uganda, vivieron procesos similares. Aquello era una pesadilla y la miseria se multiplicó.

En países como Colombia, Guatemala e incluso Honduras, el dinero perdía valor en un promedio de 30-35% anual (inflación crónica) es decir, que 100 lempiras perdían totalmente su valor en 3 años. Vea usted: en junio de 1986 se compraba un almuerzo que traía carne, arroz y ensalada con 3 lempiras; ya para 2004 valía L. 40, es decir, su precio había aumentado en un 1,233% en 18 años. Hoy día -junio 2022- ese mismo plato le cuesta 130 lempiras, o sea, el incremento es del 225% en el mismo periodo. Entre 2004 y hoy, la inflación es de un promedio del 6% anual. Sigue habiéndola, pero es más baja.

En los Estados Unidos se está viviendo un fenómeno casi inédito en los últimos 70 años: Debido a la pandemia de 2020, el presidente Trump logró que el Senado ordenara a la Reserva Federal imprimir más dinero del que estaba programado para regalarlo a quienes quedaron desempleados por el encierro. El señor Biden ha seguido ese camino con el fin de lograr que la demanda se mantenga. Este año, la inflación de aquel país roza el 10%, cuando históricamente no ha superado el 2%. Al final, el fenómeno presiona al mundo entero.

Está claro entonces que la inflación es un fenómeno monetario, que depende de la pericia que tengan los bancos centrales para manejar la cantidad de dinero que inyectan a la economía de un país. Es cierto, una parte de ese aumento generalizado a los precios es importado, pero, aun así, el Banco Central puede “esterilizar” ese aumento regulando la cantidad de dinero que emite y, sobre todo, balanceando adecuadamente las reservas internacionales (dólares) con el dinero doméstico.

En resumen: la inflación es causa de una pobreza abyecta, es fácil detenerla, pero se requiere disciplina y, sobre todo, autonomía por parte de las autoridades del Banco Central y sobre todo, de un gobierno serio y disciplinado que no se sobrepase en su gasto. Si no cumplimos con esto, serán difíciles los tiempos que nos esperan.

juliocraudales@gmail.com

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