Juan Ramón Martínez
Desde los tiempos de Aristóteles sabemos que hay una relación entre Política, Estado y Bienestar. “Él consideraba que la política era el estudio – y ahora hay que agregar, la practica – de cómo mantener la sociedad ordenada y que el Estado era una comunidad perfecta que debía garantizar el bienestar de sus ciudadanos”. De forma que, si no hay funcionamiento armónico de la sociedad y el Estado es deficiente y el bienestar inexistente, la razón fundamental es la práctica de una política inadecuada. O la operación de un Estado ausente. E irresponsable.
En el caso de Honduras, la falta de operación de la sociedad económica, la existencia irregular de un estado famélico e irresponsable, que no respeta la ley ni organiza a los ciudadanos para que lo hagan, es una indicación que no se ha hecho política sino cualquiera otra cosa: desde pandillerismo, gansterismo o simple bandolerismo. Porque por más que los políticos profesionales – que tenemos enorme cantidad cuyo oficio es serlo desde en la mañana hasta que los derrota el sueño – digan que aquí estamos bien, que el país crece y que el bienestar de los hondureños se nota: todos sabemos que es falso. Somos no solo una sociedad pobre, a la que el Estado no atiende porque no quiere: o no tiene capacidad para conocer la forma de cumplir con sus obligaciones. O porque es la forma de perpetuarse multiplicando los pobres y aumentando su dependencia del ogro filantrópico distribuidor de engañosos subsidios.
Hace algunos años, en el siglo pasado, un argentino escribió un libro preguntándose si Honduras era un estado nacional. Ahora si regresara cambiaría el título y la pregunta sería: ¿Existe en Honduras el Estado? . Porque es obvio que si alguien demuestra lo contrario y confirma que el Estado existe; –pero opera al servicio de intereses contrarios a los de los hondureños– se puede explicar el desdén y el menosprecio con que atienden a los enfermos en los hospitales, a los niños y jóvenes en escuelas, institutos y universidades; mezquinan seguridad para que todos los ciudadanos podamos tener libertad para caminar como hace algunos años por las calles de las ciudades mayores. Y para manejar un ejemplo más cercano: la forma como el gobierno “revolucionario” maneja el problema del cambio de gobierno en Estados Unidos, el tema migratorio nacional: y el retorno violento de nuestros compatriotas. Los nombrados para estudiar el problema empezando por el canciller Reina, no tienen vergüenza, sentimientos, capacidad e imaginación para manejar un problema que además de la competencia técnica, necesita de la compasión y la simpatía para compartir los dolores y los sufrimientos de los demás. El Presidente de Colombia Gustavo Petro, efectuó una sesión de Consejo de Ministros para reclamarles que, en el manejo del tema de los retornados esposados viajando en aviones militares, habían actuado en forma inapropiada. Que su gobierno era revolucionario; pero que sus ministros eran reaccionarios. Destituyó al canciller Murillo que, aunque le ayudo a salir del enredo y salvar el honor y la hidalguía preservando el difícil dialogo con Trump, le ha hecho enfrentar un problema de conciencia entre la comodidad y la responsabilidad.
Aquí pasa lo mismo: tenemos un gobierno supuestamente revolucionario con funcionarios entreguistas a los que les interesa poco el honor de la república y el bienestar y seguridad de los hondureños en el exterior. Es inaudito que un Consulado de Honduras en Estados Unidos, se ubique en el mismo edificio que la “migra”, facilitando las cosas para que todos los que lleguen a visitar las oficinas consulares sean capturados por los policías estadounidenses. Y los encarcelen; o los deporten engrillados,
Nadie puede esconder la falta de compasión de Xiomara Castro. No se siente vinculada con los compatriotas que sufren y padecen de miedo en los Estados Unidos. Tampoco se puede evitar reaccionar ante la indiferencia de los lideres políticos en campaña – ninguno se ha referido al tema o hecho una propuesta significativa— que nos confirme que la política esta el servicio del bienestar y la seguridad ciudadana.
Definitivamente, no tenemos política. El Estado – la sociedad políticamente organizada – no existe y el régimen no garantiza ni defiende el escaso bienestar logrado. Tampoco protege el honor nacional. Nuestra generación fracasó en el intento de reformar la sociedad y al Estado. La generación que gobierna, no tiene conciencia de sus obligaciones. Carece de ética del servicio público. Estamos jodidos, ¡todos ustedes¡