Por: SEGISFREDO INFANTE
No he leído la novela que sirve de trasfondo. Pero he visto un par de veces la película que versa sobre la vida de una señora que sobrepasa los cincuenta años de edad, y que en el otoño de su existencia tiene como propósito principal montar una librería en una antigua casona desvencijada en un pueblo que rechaza los libros. O que se burla de la sola idea que aquella mujer viuda posea la capacidad económica y social de establecer una tienda en donde nadie lee un libro; o donde se finge que es insólito leer. Exceptuando al señor Edmund Brundish, un anciano supuestamente viudo y amargado que siente pasión por los libros; pero que desdeña a los escritores por su simple condición humana. Extraña condición que al anciano, paradójicamente, según dicen, le parece repulsiva.
Florence Green logra el propósito inicial de montar “La Librería”. Pero, en forma simultánea, debe sortear el obstáculo de la señora Violet Gamart, una mujer poderosa y con vínculos políticos que llegan hasta el Parlamento Británico. De pronto a la señora Gamart se le ocurre oponerse al proyecto de la librería en la casona antigua y sustituirlo por un centro de arte y música. Ningún espectador de la película podría imaginar que en Inglaterra existiera un pueblito costero (Hardborough) en donde en pleno siglo veinte se tramara una intriga colectiva para oponerse al establecimiento de una simple tienda de libros. Sin embargo, Florence Green consigue de aliados a un grupo de niños; a una niña (Christine) que la auxilia en la tienda; y al aparentemente intratable Mr. Edmund Brundish, quien al final resulta ser un buen lector y todo un caballero que determina defender, hasta la muerte, los intereses de la viuda.
Me parece que hoy en día son muy pocas las películas que contienen genuina profundidad. Creo que “The Bookshop” (o “La Librería”) es una de esas excepciones que vale la pena disfrutar. En este rodaje se proyecta el amor a los libros y a la lectura misma, como una posibilidad de salvación del género humano. Uso el término de “género” en el mismo sentido conceptual que fuera utilizado por Aristóteles, otro amante de los libros y de la escritura rigurosa.
En la medida en que avanza el filme, las intrigas de la poderosa señora Violet Gamart crecen desmesuradamente. Ella encarna la maldad en sí misma; o la “banalidad del mal”, como diría la filósofa y politóloga Hannah Arendt. La señora Gamart utiliza como instrumento de destrucción la calumnia, y a un personaje luciferino que se parece a Frank Langella, cuando el viejo actor encarnó el papel de “Drácula”. Pero también desfilan títulos interesantes de novelas como las de Ray Bradbury, que al solo mirar y remirar la película me producen nostalgias. Empero, el detonante de la discordia lo dispara la novela “Lolita” del escritor ruso Vladimir Nabokov, quien además escribió un tratado sobre “El Quijote de la Mancha”, sobre el cual en algún momento conversamos con Dante Gabriel Ramírez, que de Dios goce.
La gente que antes rechazaba la lectura ahora se amontona en la puerta de la librería para comprar la novela “Lolita”, la cual ha escandalizado a medio mundo, y sirve de pretexto para que, utilizando nuevas leyes y leguleyadas, despojen a la viuda de su propia casa y cierren la tienda de libros, en un acto de injusticia temeraria. Por cierto, el mismo Frank Langella, arriba mencionado, encarnó en algún momento a uno de los protagonistas de esta novela controversial que fue llevada al cine.
Una primera impresión es que todo el proyecto cultural que se relaciona con la tienda de libros en un pueblo remoto de Inglaterra, se derrumba como una torre de arena, sin ninguna perspectiva para el “Espíritu”. Los malvados y taimados ganan la primera partida, y Florence Green se ve en la circunstancia de emigrar de su propio pueblo, con las ilusiones despedazadas. Pero el buen germen de la lectura plural queda inoculado en las nuevas generaciones, especialmente en el alma de la niña Christine, quien al comienzo había rechazado toda posibilidad de lectura; pero que al final de la jornada se vuelve amante de los libros, monta su propia librería y narra la tierna y triste historia de su amiga Florence, una luchadora cultural imborrable.
Al disfrutar la película he pensado en la escasez de librerías y editoriales que subsisten con grandes adversidades en Honduras. Y la dificultad para publicar libros y revistas de autores hondureños con pensamiento autónomo. (Utilizo el concepto de “autonomía” un poco en la línea de Immanuel Kant). Como en “otros tiempos y mejores días” he viajado por varios pueblos de Honduras, recuerdo haberme topado con rótulos que anunciaban pomposamente las ventas de libros; pero al entrar a las instalaciones percibía solamente el negocio de hilos, agujas, madejas, cuadernos y otras chucherías.