Por. SEGISFREDO INFANTE

            Sin ignorar para nada las fuertes fricciones político-militares actuales entre Teherán, Bagdad y Washington, desde antes de “Navidad” deseaba referirme por escrito a los graves problemas internos de aquellos países que algunos teóricos y tecnócratas han venido idealizando durante más de treinta años. De hecho lo hice en forma verbal en una reunión del “PNUD” a la cual me convocó el amigo Sergio Membreño Cedillo. Creo que no está nada mal confesar que me estoy refiriendo a Chile, Colombia, Francia e inclusive a China Popular, en tanto que este último país ha sido idealizado, en las últimas dos décadas, por los fanáticos occidentales de los mercados excesivamente desregularizados, sin ningunos conocimientos previos acerca de la historia y la psicología de la heterogénea sociedad china en todo el siglo veinte; ni mucho menos de los siglos anteriores.

            El único que realmente ha llegado a profundizar, quizás, en los entramados internos y externos de China Popular o Continental, es el historiador, diplomático y político judío-alemán-estadounidense Mr. Henry Kissinger, mediante varios textos privados, y otros públicos, desde los tiempos en que conoció personalmente a Chou Enlai, y redactó para Richard Nixon sus primeros informes. El mismo Nixon intentó comprender el fenómeno de China y de sus dirigentes “comunistas” más o menos herméticos, con la publicación de algunos textos. Pero el libro más recomendable sobre el tema lo ha publicado Mr. Kissinger bajo el título lacónico reciente de “China”. Título poco atrayente, dicho sea de paso.

            Personalmente he sido un admirador muy querendón, pero también un crítico imparcial, de la historia de Francia de todos los tiempos, con cierto énfasis sobre la modernidad y la Revolución francesa. Algunos de mis personajes políticos e intelectuales favoritos han sido de origen galo-francés. Empezando por Carlomagno, René Descartes, Pierre de Fermat, Montesquieu, Napoleón Bonaparte, Évariste Galois, Víctor Hugo, Honoré de Balzac y Gustave Flaubert, hasta llegar a Charles De Gaulle, Jean-Paul Sartre, Albert Camus y otros que mencionaré después. No conviene olvidar jamás (lo he repetido en muchos artículos) que el emperador Carlomagno institucionalizó la llamada civilización judeo-cristina occidental, hace alrededor de doce siglos aproximadamente; civilización que había sido iniciada por los visigodos españoles y por los tolerantes merovingios franceses.

            Sin embargo, en las últimas sesenta (60) semanas del año anterior, y comienzos del 2020, Francia se ha visto sacudida por un movimiento social variopinto que siente que sus derechos económicos más sensitivos podrían ser afectados por las políticas financieras gubernamentales (neomonetaristas o neoconservadoras) que van teledirigidas contra la clase media; y sobre todo contra el rubro de las fondos de pensiones y de jubilaciones. Pareciera que a los dirigentes de la “clase económica y política” occidental ya se les olvidó la crisis financiera mundial del año 2008, en que los fondos de pensiones e hipotecas de la clase media fueron despedazados, según lo ha terminado aceptando el mismo Joseph Stiglitz, uno de los grandes gurús del capitalismo mundial, al cual respeto mucho. Lo más curioso de todo es que pierden de vista, con una facilidad asombrosa, que el macromodelo capitalista dejaría de existir para siempre si lograran destruir totalmente a las clases medias nacionales y mundiales. Sólo quedarían sobreviviendo unos pocos archi-millonarios, y a la par muchos millones de proletarios (obreros, lumpen y campesinos) viviendo en la extrema pobreza y enzarzados en una puga interminable, colindante con el caos y la irracionalidad, bajo esquemas de anarquismo total. Pero lo curioso también es que los neomonetaristas extremos (más conocidos como neoliberales) simpatizan con la anarquía práctica que se deriva de la destrucción o desmantelamiento del Estado. ¡¡Allá ellos!!

            Por otro lado habría que analizar el caso del submodelo de Chile, desde las raíces de un fenómeno que sólo hemos percibido en sus efectos. Al margen de los oportunistas, anarquistas y violentos de adentro y de afuera que se aprovechan de las coyunturas para incendiar instituciones, irrespetar a la iglesia católica y saquear los pequeños negocios privados, hay grandes interrogantes acerca de lo que le ha ocurrido a la clase media chilena, en donde son poquísimas las universidades estatales. Hasta en los Estados Unidos hay prestigiosos centros de enseñanza superior manejados por el Estado norteamericano. Y es que existe un odio acumulado en el entramado social chileno que pareciera inexplicable.

            No podemos ni debemos dejar por fuera el caso de Bolivia, en donde los indicadores macroeconómicos, a pesar del neopopulismo rampante, parecían bonancibles. Pero el odio acumulado a lo interno de la sociedad boliviana ha conducido a una polarización que también pareciera inexplicable. Ese odio extremo era casi imposible percibirlo desde afuera. Quizás la arrogancia de “cara-dura” de Evo Morales condujo a unos resentimientos enormes en tanto que hasta las iglesias evangélicas eran perseguidas. No deseo polemizar en forma estéril con nadie. Pero el análisis paradigmático apenas comienza.

            Tegucigalpa, MDC, 05 de enero del año 2020. (Publicado en el diario “La Tribuna” de Tegucigalpa, el jueves 09 de enero de 2020, Pág. Cinco). (También se reproduce en los diarios digitales “En Alta Voz” y en “El Articulista”).

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