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Hoy, en el Día Internacional de los Pueblos Indígenas del Mundo, el foco de atención apunta a los 370 millones de personas que viven alrededor de 90 países. Es un momento para reconocer sus logros y contribuciones, y para resaltar la necesidad de promover y proteger sus derechos y territorios. También es una oportunidad para reflexionar sobre cómo impulsar su desarrollo económico y promover su bienestar.

La verdad es que los pueblos indígenas pueden representar un desafío de política pública para muchos gobiernos. En muchas partes del mundo, se encuentran entre las poblaciones más pobres y desfavorecidas. También han sido objeto de racismo, pérdidas de tierras, controles externos e incluso políticas coercitivas de asimilación. En América Latina, los pueblos indígenas constituyen el 14% de los pobres y el 17% de los extremadamente pobres. Aunque son ricos en conocimiento tradicional, cultura, identidad y recursos naturales, la pobreza material afecta al 43% de los hogares indígenas de la región, más del doble de la proporción de hogares no indígenas.

Pero este patrón de pobreza no tiene que ser un hecho perpetuo. Y la política pública puede desempeñar un papel importante en impulsar el cambio. La pregunta es, ¿qué forma debería adoptar hacia los pueblos indígenas para ser más efectiva?

Si estás pensando que una opción es no hacer nada, diré que no hacer nada tiene costos significativos para los pueblos indígenas y para los países de los que forman parte, que desaprovechan los beneficios de una población más productiva y comprometida. En otras palabras, hacer algo no solo es lo correcto, sino también lo inteligente. ¿Entonces cuáles son las alternativas?

Voy a voltear la mirada a los Estados Unidos con la esperanza de que haya algo en la historia de lo sucedido allí en las últimas décadas que pueda ser relevante para América Latina.

En los Estados Unidos, lo que estamos viendo es una transformación significativa. Hemos estado viendo los primeros cambios importantes en un siglo, a medida que el desarrollo económico se afianza en numerosas comunidades tribales. A fines de los ochenta, en la Universidad de Harvard, nos propusimos comprender lo que estaba sucediendo. En las últimas tres décadas, la explicación se ha vuelto cada vez más clara. Un conjunto de factores ha jugado un papel importante.

El primero es la autodeterminación. A mediados de la década de 1970, Estados Unidos llevó a cabo un importante cambio de política pública. En respuesta a las demandas de los mismos pueblos indígenas de tener una voz en la toma de decisiones que afectan sus vidas, el país adoptó una política de autodeterminación indígena. Puso considerable poder de decisión en manos de los pueblos indígenas.

Este cambio resultó ser un factor clave en la transformación de la situación indígena en el país. A medida que las naciones o comunidades indígenas ganaban poder sobre sus propios asuntos, también ganaban un sentido claro de responsabilidad y rendición de cuentas. Además, ponerlos en el rol de toma de decisiones les permitió incorporar su comprensión, experiencia y tradiciones de gobernanza a los problemas que enfrentaban.

¿Por qué los modelos de política del pasado en temas indígenas no funcionan?

El segundo factor es igualmente importante: un gobierno capaz. No es suficiente tener derecho a gobernar. También tienes que gobernar bien. Esto no fue un hallazgo novedoso, pero encontramos un conjunto de problemas clave en los casos indígenas que analizamos. Las comunidades indígenas tenían que poder mantener la política local en su lugar. El papel del liderazgo político era tomar decisiones estratégicas sobre la economía. Pero a nivel de implementación, los líderes políticos tuvieron que mantenerse alejados y dejar que los gerentes capaces hicieran su trabajo. Los pueblos indígenas tenían que poder tomar decisiones e implementarlas. Y tenían que ser capaces de resolver disputas internas sin separar a la comunidad. En resumen, tenían que poder gobernar de manera justa y efectiva.

El tercer factor es la cultura. Es importante construir instituciones de gobierno capaces, pero esas instituciones también deben contar con el apoyo de su gente. Tienen que tener legitimidad frente a los gobernados. Y la legitimidad proviene de lo que llamamos coincidencia cultural: las instituciones tenían que reflejar las formas en que la comunidad creía que la autoridad debería ser organizada y ejercida. Descubrimos que las instituciones que se originan en las perspectivas indígenas de lo que es apropiado tuvieron mejores resultados que las instituciones elegidas para los pueblos indígenas por personas externas. Esto también significó que las soluciones gubernamentales desarrolladas por las naciones indígenas exitosas variaban, porque sus culturas y preferencias variaban. La diversidad en forma gubernamental no fue un problema; fue una solución. Esto fue esencial: los sistemas de gobierno que contaban con el apoyo de sus pueblos eran más efectivos y productivos.

Y el cuarto hallazgo es que las naciones tienen que poner en práctica un pensamiento estratégico propio. ¿Qué tipo de comunidades querían ser dentro de veinte o treinta años? Tenían que pensar en escalas de tiempo multigeneracionales y aplicar ese tipo de pensamiento estratégico en las decisiones económicas relevantes, en cómo usan los recursos, en cómo gastan fondos, en los tipos de economías que construyen.

Donde vimos naciones o comunidades adoptando estos principios o trabajando hacia ellos, vimos una mayor tracción económica. También vimos a comunidades capaces convertirse en socios confiables con actores no indígenas—en el desarrollo económico, en el manejo de tierras, en la recuperación de especies de vida silvestre y en la entrega de programas sociales. En resumen, vimos comunidades que funcionaban.

Eso es Estados Unidos. ¿Qué pasa en otros lugares? ¿Son transferibles estos resultados? Hay al menos alguna evidencia de que la respuesta es “sí”. Estamos viendo algunos resultados similares entre las Primeras Naciones en Canadá y evidencia sugestiva en líneas similares tanto en Australia como en Nueva Zelanda.

Por supuesto, estos cuatro países están altamente desarrollados económicamente. ¿Qué pasa con América Latina? Esa es una pregunta que no puedo responder, pero creo que es una pregunta que vale la pena explorar. Estamos viendo un gran movimiento en marcha en todo el mundo a medida que los pueblos indígenas intentan reclamar una voz en sus asuntos y recuperar cierto control sobre sus vidas y sus tierras. Quizá este movimiento sea clave para nuevas relaciones, nuevas oportunidades y nuevos beneficios económicos, no solo para los pueblos indígenas sino también para los países de los que forman parte.

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