Elisa M. Pineda
No son percepciones. Si ha notado un incremento en noticias alrededor del mundo relacionadas con suicidios, especialmente de jóvenes, es porque en efecto, las estadísticas mundiales demuestran que hay motivos para preocuparse y actuar. A propósito del día internacional de la salud mental, hace pocos días, el secretario general de la Organización de Naciones Unidas, ONU, Antonio Guterres, reclamaba una mayor inversión en esta materia.
‘No hay salud, sin salud mental’, apuntó. Cada año, 800 mil personas en el mundo mueren por suicidio; esta es la segunda causa de muerte en jóvenes de 15 a 29 años, señala la Organización Mundial de la Salud, OMS. En Honduras, las noticias nos indican que hay motivos suficientes para dar prioridad a este tema. El Observatorio Nacional de la Violencia de la Universidad Nacional Autónoma de Honduras, ONV-UNAH, registra casi 400 suicidios en 2018; En lo que va de 2019, ha habido un incremento de más del 5%.
Esta realidad implica un gran desafío para cada Estado, así como para las familias, los centros educativos y los lugares de trabajo, pues cada uno desde su propio papel, debe procurar generar las condiciones necesarias para el crecimiento integral del ser humano. Buscar el bienestar emocional, afectivo y social, como han señalado expertos en la materia, requiere la sensibilización de la población, el conocimiento y la inversión. Como en casi todas las situaciones, es preciso hablar del tema desde el hogar.
El bombardeo mediático, las redes sociales y los videojuegos son una combinación compleja para niños y jóvenes en el contexto actual, que exige un rol más participativo de la familia. Las percepciones de niños y jóvenes parecieran estar alteradas por una convicción de que deben estar siempre entretenidos y constantemente aceptados por todos. La sensibilidad ante la menor muestra de desagrado y aún más, de indiferencia, puede llevar a la frustración.
Pero aún más importante, el sentimiento de soledad parece crecer, paradójicamente en el mundo interconectado en el que hay muchas más facilidades de comunicación que antaño. Nada sustituye la presencia real, podría ser el mensaje clave. Ser escuchado, para ser comprendido y tratado adecuadamente y a tiempo, son las necesidades que se encuentran en la base de este problema mundial. Desmitificar el suicidio, quitarle la etiqueta de tabú y hablar sobre él es indispensable.
Amar la vida no es solamente una idea que debemos inculcar, también es necesario hacer lo propio por mejorar la calidad de vida, desde todos los ambientes. La detección temprana de la depresión, como enfermedad y no como el estado anímico con el que en ocasiones hay graves confusiones, es indispensable. Dar consejos y mensajes positivos no es suficiente en muchos casos; se requiere del tratamiento profesional adecuado.
En contextos de incertidumbre constante y de grandes carencias no solamente económicas, sino especialmente afectivas, la priorización de la salud mental es urgente. Más allá de la labor de cada organización, con familiares, estudiantes y colaboradores en el ámbito laboral –nótese que la palabra ’empleados’ no es la más adecuada- es indispensable generar las políticas de estado que permitan una labor más ágil, de mayor calidad y cobertura.
Como nación, tenemos en contra el ambiente de zozobra, las noticias negativas constantes, la violencia con la que convive a diario nuestra población, la autoestima nacional disminuida, empobrecida como los ingresos de las familias. Hay mucho por hacer, como para sentarse a esperar que el Estado tome acción, cuando claramente están más ocupados en otros temas. Hagamos la diferencia desde la familia, nuestra primera comunidad, y por generar conciencia en todos los ambientes en los que nos desenvolvemos.