Por Elsa Ramírez

Todas las de nuestro género, debemos ser tratadas con admiración, respeto y el amor que nos merecemos por el solo hecho de ser mujer; procuremos con nuestra conducta hacer honor al diáfano pensamiento de que a nosotras no debe tocársenos ni con el pétalo de una rosa.

Andando el tiempo, varias amigas me han venido comentando que son víctimas del desprecio, la humillación y el maltrato de parte de sus cónyuges y que desean abandonarlos porque ya no resisten más y sus vidas se han vuelto un infierno y que esto sucede en muchas ocasiones.

Sin embargo, estas féminas no toman la decisión de dejar a esas personas que les hacen tanto daño, no sé si dicen la verdad o están mintiendo, el hecho es que, si fuera cierto, ya días se hubieran separado.

¿Cuántas mujeres no estarán en la misma situación que ellas? sufriendo, padeciendo, aguantando golpes, maltrato físico-sicológico, humillaciones, desprecios, injurias y hasta calumnias, al grado de ser brutalmente asesinadas por sus compañeros de hogar.

Estas congéneres que sufren en silencio violencia doméstica; son acaso pusilánimes, masoquistas, cobardes, que no toman decisiones a tiempo, sin principios, sin esperanzas, que viven sin brújula, al garete, sin pensar, razonar y actuar de acuerdo a los dictados de la lógica de supervivencia.

De tal manera, que mejor hay que darle vuelta a la página y alzar la cabeza. No dejar que nos menosprecien ni mucho menos que terminen con nuestra existencia. Debemos tener fe y esperanza en un nuevo porvenir, la decisión depende de nosotras. No nos quedemos calladas, estamos a tiempo de evitar más tragedias.

Las heroínas, las mártires, las ultrajadas deben ser historia, por cuanto a estas alturas de un nuevo siglo, la mujer debe esgrimir con la puntualidad de un reloj, sus objetivos, sus metas, sus ideales para avanzar airosas y paladinamente, aceptando los retos de la vida con hidalguía, con valor, con entereza. Porque las mujeres somos madres, esposas e hijas, hermanas, abuelas y amigas, y como tales merecemos más que un pedestal, el respeto absoluto y permanente, de quienes figuran como compañeros de hogar, supuestamente para toda la vida.

Pero, ¿Qué hay de la violencia callejera? que es la que se está facturando al por mayor y de la que a diario nos damos cuenta por las publicaciones periodísticas; la violencia doméstica muy raras veces salta al público, por temor, amor o masoquismo, de manera que el asunto tiene sus bemoles y amerita la atención inmediata de los hombres cuya estatura moral se escribe con “H” mayúscula y profundizar en este tema que de verdad se está volviendo trágico e invivible.

En resumen, las mujeres debemos alzar nuestra voz, pero no solo nuestra voz, sino actuar. Hay cien mil formas para conseguirlo, solo es asunto de reflexionar, meditar y accionar.

Salvemos nuestras vidas hoy, porque mañana puede ser demasiado tarde.

“POR EL RESPETO A NUESTRA DIGNIDAD ESPIRITUAL Y FÍSICA, EXIGIMOS UN ALTO A LOS FEMICIDIOS”

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