… y que todo lo que él hacía, Jehová lo hacía prosperar en su mano”.
Génesis 39:3b
Un hombre recibió la siguiente carta de una clarividente: “Estimado Sr. Gutiérrez, permítame presentarme. Soy experta en leer el futuro, y es muy importante que usted se comunique conmigo lo más pronto posible. Tengo el presentimiento de que usted está a punto de entrar en una prosperidad económica sin precedentes. Por favor, llame de inmediato al número por cobrar que sigue, para que le pueda decir cómo aprovechar al máximo las oportunidades que le están por llegar.”
Lo interesante del caso es que el Sr. Gutiérrez había fallecido unas tres semanas antes de que se enviara la carta. De alguna manera, la médium no se había percatado de ese pequeño detalle, aún con sus supuestas capacidades psíquicas. El hijo del Sr. Gutiérrez le mandó esta carta: “Estimada Médium: Lastimosamente, mi padre no podrá llamar a su número por cobrar. Como clarividente, estoy seguro que ya se habrá dado cuenta de que mi padre está muerto. Tengo el presentimiento de que mi padre le aceptará con gusto la oferta de una audiencia psíquica, si usted desea visitarlo donde él ahora se encuentra.”
Obviamente, la prosperidad no viene por medio de los clarividentes. Pero entonces, ¿dónde se puede encontrar la prosperidad verdadera? En las fiestas navideñas, solemos desearnos: Feliz Navidad y próspero año nuevo. ¡Qué bonito deseo! Pero ¿cómo se puede convertir en realidad?
Creo sinceramente que Dios desea para su pueblo la prosperidad. No en el sentido que algunos lo pintan, como una riqueza excesiva y ostentosa, sino como un verdadero bienestar. ¿Cómo podemos hacer que este año sea un año próspero? Veamos algunas de las cosas que Dios nos dice en su Palabra.
Empecemos con la vida de José. ¿Te acuerdas de José? Sus hermanos le tenían envidia, y terminaron vendiéndolo como esclavo. Llegó a Egipto, y fue vendido como esclavo a un hombre llamado Potifar. Parecía que la vida no lo estaba tratando muy bien. Rechazado por su familia, se encontraba en un país lejano y desconocido.
Sin embargo, Génesis 39:3 nos dice algo muy interesante. Leámoslo en la Reina Valera: “Y vio su amo que Jehová estaba con él, y que todo lo que él hacía, Jehová lo hacía prosperar en su mano”. Este versículo nos dice dos cosas muy importantes. La primera es que la prosperidad viene de Dios. Él es el único que te la puede dar.
El mundo no te puede dar prosperidad. Te puede dar riquezas, pero no bienestar; te puede dar influencia y posición, pero no amor y aceptación; te puede dar diversión, pero no la seguridad para tu alma. La verdadera prosperidad sólo viene de Dios.
Pero notamos una segunda cosa. Dios hacía prosperar lo que José hacía. Es decir, José no se quedó con los brazos cruzados, esperando que Dios hiciera caer la prosperidad sobre él. Se puso a trabajar en la casa de su amo. Fue responsable y dedicado. Dios sumaba la prosperidad a lo que José mismo hacía.
Cuando se trata de la salvación, nosotros no podemos hacer nada para ganarla. Sólo podemos recibir por fe la salvación que Jesús nos compró en la cruz. Romanos 4:5 dice así: “Sin embargo, al que no trabaja, sino que cree en el que justifica al malvado, se le toma en cuenta la fe como justicia”.
Pero la prosperidad no funciona así. Dios da la prosperidad a nuestras acciones. Por ejemplo, Dios prospera nuestro trabajo. Esto es lo que le sucedió a José. Dios prosperó su labor.
Cierto día, un hombre manejaba por una carretera solitaria cuando vio otro carro a la orilla de la calle, con una llanta ponchada. Una mujer estaba parada afuera del carro, mirando consternada la llanta. El hombre decidió ser un buen samaritano, así que se detuvo para cambiarle la llanta. Hacía mucho calor, y ya estaba sucio y sudado cuando terminó de poner la llanta de repuesto.
Cuando había apretado la última tuerca a la rueda, la mujer le advirtió: “Señor, por favor baje el gato con mucho cuidado, porque mi esposo está dormido en el asiento trasero del carro”. ¡Creo que será mejor no considerar lo que le respondió el buen samaritano a la señora! Pero en esta vida, hay personas que enfrentan la vida y se ponen a trabajar, y otros que prefieren tomarse una siesta.
Proverbios 10:4 nos dice: “Las manos ociosas conducen a la pobreza; las manos hábiles atraen riquezas”. Dios no prospera la flojera. El no bendice el ocio. Más bien, Él quiere que pongamos a trabajar las fuerzas, las capacidades y las oportunidades que Él ha puesto delante de nosotros.
Proverbios 14:23 también nos dice algo muy interesante: “Todo esfuerzo tiene su recompensa, pero quedarse sólo en palabras lleva a la pobreza”. ¿Alguna vez has conocido a una persona que se pasa el tiempo hablando de las grandes cosas que hará, pero nunca toma ningún paso concreto? No está mal soñar en grande, pero tenemos que empezar a tomar pasos concretos para que se realicen nuestros propósitos. Es mucho mejor tener sueños pequeños, y trabajar para realizarlos, en lugar de tener sueños grandes que se quedan sólo en palabras.
Pero, si esto es así, ¿significa que a los pobres simplemente les falta motivación? En otras palabras, ¿queremos decir que una persona es pobre simplemente por flojera y por lo tanto, no debemos compadecernos de los que tienen necesidad? No, de ninguna manera. Dios nos llama a ser generosos con los que tienen necesidad.
Puede haber muchas razones por las que una persona padece necesidad. Podría ser por enfermedad, por alguna injusticia o por las circunstancias generales de la vida. No podemos juzgar al necesitado, ni pensar que lo que sufre es culpa suya.
El mejor ejemplo de todo esto es Job. Fue un hombre justo, bueno, íntegro, pero sufrió gran pérdida. Quedó en la miseria. ¿Qué error cometió? ¿Fue flojo? ¿Fue pecador? No, no fue ninguna de estas cosas. Dios le permitió sufrir por razones que Job desconocía. Sus amigos persistían en decirle que de seguro había cometido algún error para merecer lo que sufría, pero estaban equivocados. Debemos tener cuidado de no cometer el mismo error que ellos.
Pero lo que tenemos que ver es que, si queremos progresar y prosperar bajo la mano de Dios, no lo podremos hacer sin esforzarnos. La prosperidad que Dios da no viene por ganar la lotería, o por recibir una herencia inesperada o algo parecido. No viene por medio de fantasías de riquezas repentinas, sino con trabajo y esfuerzo.
Vemos, entonces, que Dios es el que da la prosperidad a nuestras acciones. Dime: ¿le pides a Dios que prospere tus proyectos, tu trabajo, tus inversiones? ¿Pones lo que tienes y lo que haces en sus manos, para que El dé el crecimiento? Cuando vayas al trabajo, pídele a Dios que El prospere tus esfuerzos. Antes de tomar cualquier decisión financiera, pídele sabiduría a Él.
Hay un segundo principio acerca de la prosperidad que es muy importante entender. Lo encontramos en Proverbios 11:24: “Hay quienes reparten, y les es añadido más; Y hay quienes retienen más de lo que es justo, pero vienen a pobreza.” Es una gran ironía, pero es verdad. En la economía de Dios, el que más da suele ser el que más recibe. He descubierto en mi propia vida que es imposible ser más generoso que Dios. Cuando ayudamos a otros y contribuimos al progreso del reino de Dios con las posesiones que Él nos da, llegamos a tener más.
En otras palabras, Dios nos prospera para ser de bendición a otros. Jesús recalcó este punto en Lucas 6:38: “Dad, y se os dará; medida buena, apretada, remecida y rebosando darán en vuestro regazo; porque con la misma medida con que medís, os volverán a medir.” Si queremos guardarlo todo para nosotros mismos, podremos quedarnos sin nada al final. En cambio, cuando respondemos al llamado divino de compartir con otros, de repente descubrimos que tenemos más.
Cuando pensamos en la prosperidad, tenemos que pensar en un río que Dios derrama sobre nuestra vida para que nosotros la hagamos fluir a otros también. No podemos pensar en una laguna, que sólo existe para nuestro deleite. Si no servimos como canal de bendiciones, pronto nos estancamos.
Pero tú dirás: “Yo no puedo compartir. Tengo muy poco.” Acuérdate de la viuda que dio sus dos centavos al templo, y Jesús declaró que había dado más que todos los demás. Si tú sólo puedes poner un lempira en la ofrenda, hazlo con la fe de que pronto podrás dar más. Si sólo puedes darle una tortilla a la persona necesitada que tienes en frente, hazlo con fe y una bendición de parte de Dios.
Nuestro Dios es un Dios que da. Nos ha dado la vida. Dio a su Hijo para morir en la cruz por nosotros. Si somos sus hijos, Él nos llama a dar también. Cuando Él nos prospera, es para ser de bendición a otros. Martín Lutero dijo: “He tratado de retener las posesiones en mis manos y las he perdido todas, pero lo que he encomendado en las manos de Dios, aún poseo.”
¿Qué te parece? ¿Haremos de este año 2018 un verdadero próspero año nuevo? Dios es el que da la prosperidad. Pongamos todo el empeño en lo que tenemos que hacer, confiando en que Dios sumará su bendición. Cuando Él nos la de, seamos de bendición a otros. Caminemos juntos, apoyándonos unos a otros en oración y de formas prácticas. Oremos, pidiéndole a Dios que nos guíe en sus caminos de verdadera prosperidad.
Dios les bendiga
Denis A. Urbina Romero
Licenciado en Ministerio Pastoral
Email: daurbinar@gmail.com